«Aída» (1871) es una de las óperas más célebres de Giuseppe Verdi. Muestra como los destinos de las personas pueden ser aplastados por sistemas rígidos como el imperio antiguo de Egipto, donde transcurre la acción. El ser humano, en su fragilidad, intenta huir de un mundo colosal que lo ahoga y sepulta sin dejar indicios.
La ópera cuenta la historia de amor entre Aída y Radamés. Aída es una princesa etíope que fue capturada y llevada a Egipto como esclava. Radamés es un comandante militar egipcio leal al Faraón. A este amor se oponen por un lado Amneris, la hija del Faraón que también ama a Radamés, y por otro, Amonasro, el padre de Aída y rey del pueblo vencido, que exige venganza. Al ser descubiertos, Radamés es sepultado vivo y Aida se introduce en su tumba para morir juntos.
«Aída» entre el microcosmos y el macrocosmos
Desde que compuso «Nabucco» en 1842, Verdi se dedicó a contar dramas individuales inmersos y condicionados por grandes fuerzas históricas. «Aída» es la oposición entre un sistema colosal e inflexible y los frágiles humanos sometidos a este. Esa oposición se muestra en la música.
Durante la obra pasamos de escenas íntimas de uno o dos personajes a escenas multitudinarias. La ópera «Aída» muestra alternativamente el microcosmos y el macrocosmos. En uno, los protagonistas expresan sus sentimientos y fragilidades en un mundo que no los oye, pero los condena. En el otro vemos el sistema colosal que los somete. El mejor ejemplo lo encontramos en el número más popular de la ópera: la escena que culmina con la marcha triunfal. «Gloria all’Egitto» (Gloria a Egipto).
La marcha triunfal de «Aída»
Esta escena muestra el retorno triunfal de los egipcios comandados por Radamés. Vuelven después de vencer a los Etíopes en un gran desfile de tropas, tesoros y prisioneros. Es el momento generalmente destinado a ser explotado por el desborde, tanto desde el despliegue técnico y escenográfico como desde los coros numerosos y el ballet.
Aquí, los personajes individuales se ven absorbidos por la gran máquina del sistema. Esto se evidencia en la música y en la acción. No hay voces que se desprendan del conjunto. Todo es un enorme bloque de loas al imperio egipcio y a sus dioses.
Celeste Aída
Con un tratamiento musical absolutamente opuesto, Verdi muestra el lado humano de los personajes. Todos ellos tienen fuertes y claros deseos. A pesar de eso, ninguno logra vencer al sistema. Ninguno puede realizar lo que quiere. Este destino fatal está anunciado desde el principio.
A pocos minutos de comenzar el primer acto Radamés canta el aria «Celeste Aída». Está solo en la escena. El tratamiento musical de este número es absolutamente íntimo. Los espectadores son los únicos privilegiados que pueden acceder al pensamiento ilusorio del personaje. Nos enteramos que Radamés ama a Aida y que ese amor está condenado al fracaso desde un principio. La música lo separa de la realidad. Imagina un lugar idílico, celestial, alejado del mundo en el que está inmerso, en el que no puede ser amante de Aida.
Lo mismo sucede en el aria «O patria mia» (Oh, patria mía) cantada por Aída. En el tercer acto, ella recuerda su pueblo del que fue arrancada y al que ya no volverá. Está sola, fuera de palacios y templos. Al igual que Radamés, Aida habla de otro mundo: el de sus antepasados, el de su origen, ese lugar perdido luego de la invasión.
La muerte de Aída y Radamés
Aída y Radamés se unen en el momento de la muerte. El dúo final «La fatal pietra sovra me si chiude» (La piedra fatal se cierra sobre mi) puede entenderse como la consumación de un matrimonio fúnebre, frecuente en la ópera del siglo XIX. Se trata de la fusión del amor con la muerte típica del romanticismo.
Nuevamente los espectadores tienen el privilegio de ser los únicos que acceden a esa unión final. Son los únicos que pueden escuchar las voces en ese sepulcro cerrado. Voces en un mundo donde las vidas se apagan sin dejar indicios.
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