Isaac Asimov y Ray Bradbury imaginaron un futuro cada vez más palpable. Estos escritores hablaron de la propia humanidad a través de viajes por el espacio, robots, ordenadores cuánticos y otras apuestas sólo soñadas en aquella mitad del siglo pasado. Este 2020 se cierra con hazañas científicas que podrían contenerse en sus numerosos relatos futuristas. El futuro es ahora.
Sui generis es poca etiqueta para este 2020. La ciencia ha dado varios pasos al frente para afrontar los diferentes retos que se han planteado. No obstante, esos avances no han sido en la misma dirección. Mientras laboratorios de todo el globo han centrado sus esfuerzos para buscar la vacuna que salve a la población de esta epidemia mundial, otros científicos se han focalizado en algunos experimentos que se asemejan a la ciencia-ficción del siglo XX ideada por Asimov y Bradbury.
Este año se cumplen setenta años de dos obras icónicas de este género publicadas en 1950: Yo, robot de Isaac Asimov y Crónicas marcianas de Ray Bradbury. Dos obras literarias diseñadas como concatenación de relatos vinculados por sus personajes o consecuencias. En ellas el progresivo avance de la ciencia hace que se reformule continuamente conceptos como el de humanidad, ética o necesidad.
Asimov narra, a través de una entrevista a la robotpsicóloga llamada Susan Calvin, el desarrollo de los robots, desde un mudo acompañamiento humano hasta una supervisión universal de la civilización. Su arco temporal abarca desde el año 1996 hasta 2064. Y uno de los puntos clave de estos relatos son los cerebros positrónicos que tienen estos robots. Este invento de Asimov es algo así como un ordenador cualificado que prevé muchísimas variables para operar siempre conforme al mejor resultado. Todo ello sin infringir las famosas Tres Leyes de la Robótica. CPU y conciencia.
Ese cerebro positrónico es muy parecido a la idea de ordenador cuántico que se está persiguiendo en las últimas décadas. Esto sería un ordenador que supera en potencia matemática al ordenador clásico más potente. El elemento cuántico se refiere al lenguaje computacional. Los ordenadores que tenemos sobre la mesa o en el bolsillo «hablan» en lenguaje binario (bits), es decir, unos y ceros. En eso se traduce la información. Los ordenadores cuánticos darían la oportunidad de «hablar» en unos, ceros y ambos resultados a la vez (cúbits). Sonará al famoso gato de Schrödinger, el experimento teórico que lo declaraba vivo y muerto a la vez mientras no se le observe. Es el mismo principio.
Este pasado 14 de diciembre de 2020, los periódicos de buena parte del planeta abarcaron una noticia de China diferente a la que acapara portadas este año. El gigante asiático declaraba haber alcanzado la supremacía cuántica. Esto es el diseño de un mecanismo que resuelve en 200 segundos un problema que llevaría 600 millones de años en completarse en el ordenador más avanzado del mundo.
Lo ha conseguido a través de un circuito óptico cualificado que rastrea fotones (partículas de luz) sobre la base de la propiedad cuántica que tienen (división y unión simultáneas). Esto es un método teórico que puede suponer la primera piedra en la construcción del futuro cuántico que pueden llegar a tener los ordenadores que manejemos. Google e IBM, principales competidores, ya declararon en los últimos años otros métodos para alcanzar tal supremacía cuántica. Aún quedan años para su aplicación práctica pero es un umbral que permite atisbar lo que un día Asimov se atrevió a escribir.
Otro de los elementos clave en Yo, robot supone la espina dorsal en Crónicas marcianas: Los viajes extraterrestres de la humanidad. Si bien en la obra de Asimov viajan por varias localizaciones (el planeta Mercurio, por ejemplo), como su nombre indica, la obra de Bradbury se focaliza en la conquista de Marte. Su arco temporal abarca desde el año 1999 hasta 2026 (aquí vamos un poco tarde con el plan previsto).
En estos relatos se desgranan temas imperecederos como el impulso destructivo del humano, el racismo, la guerra o la actitud ante la naturaleza. Por otra parte, es una recopilación de historias que se basan en la conquista. Pero hay curas de humildad constantes y un humor muy necesario.
En los periódicos no sólo se han leído palabras en este sentido. El pasado mayo, la compañía aeroespacial Spacex lanzaba con éxito a la Estación Espacial Internacional la primera nave con tripulación. Se arranca así la era de los viajes privados al espacio. El líder de la empresa, Elon Musk, ha declarado a comienzos de diciembre que trabajan para alcanzar Marte. El calendario previsto consiste en lanzar en 2022 una nave sin tripulación con destino al planeta rojo y, si todo sale conforme a lo previsto, posicionar a la humanidad en aquella superficie en 2026. El último de los años previstos por Bradbury en aquel volumen.
La tecnología avanza a gran velocidad y los límites con la ciencia-ficción se desdibujan. El riesgo es evidente: Galopar hacia ese puente al futuro como el Sleepy Hollow de Irving. Precisamente para evitar esa fantasmagoría hay que repensar valores y comportamientos. El progreso por el progreso es un esfuerzo estéril. No es casual que Asimov posicionara en el eje de su narración a Susan Calvin, una robotpsicóloga doctorada en Filosofía.
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