jueves, abril 25, 2024
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El verano olímpico de Berlín y el mayor dirigible del mundo

El verano olímpico de Berlín y el mayor dirigible del mundo, es el quinto artículo de una serie que dedicaré a los escenarios, los personajes y la atmósfera de mi novela Stuka.

El Berlín del verano olímpico de 1936 y los últimos cabarets, la capital del Tercer Reich en los días del derrumbamiento del régimen nazi, asediada la ciudad por el Ejército Rojo en 1945, los pueblos escalonados del Alto Maestrazgo y un epílogo inquietante en el aeródromo de La Virgen del Camino son algunos de los lugares donde transcurre la trama de Stuka, una novela sobre la identidad sexual y la violencia que sufren las mujeres en tiempo de guerra, más allá de la historia negra de un bombardero.

Os invito a hacer conmigo este recorrido.


El mayor dirigible del mundo, un gigante de duraluminio de doscientos cuarenta y cinco metros de longitud, sobrevoló el Estadio Olímpico de Berlín minutos antes de la ceremonia de apertura de los XI Juegos Olímpicos de Verano. Era el 1 de agosto de 1936, España llevaba dos semanas en guerra después de la sublevación militar, y los espectadores que aguardaban a que Adolf Hitler diera por inauguradas las pruebas deportivas poco antes de las cuatro de la tarde vieron cómo la sombra imponente del Hindenburg, bautizado con el nombre del viejo mariscal prusiano que había presidido el país antes de la dictadura nazi, se les echaba encima.

El Hindenburg, con la esvástica en la cola y propulsado por cuatro motores diésel, levitaba sobre el Olympiastadion igual que un balón inflado por el hidrógeno; el Hindenburg, hermano gemelo del Graf Zeppelin II todavía en fase de construcción, recubierto con tela de algodón barnizada con óxido de hierro y polvo de aluminio; el Hindenburg, símbolo del poder, prodigio de la tecnología, enseña del progreso de la nueva Alemania, decidida a aprovechar el escaparate de los Juegos Olímpicos para contarle al mundo que el Tercer Imperio estaba en marcha. Y no se detendría ante nada.

Sobre las gradas del estadio diseñado por Werner March ondeaban las banderas de cuarenta y nueve países. Faltaban la tricolor de la República Española y la roja de la Unión Soviética, que boicoteaban los Juegos para no alimentar más a la propaganda nazi.

Pero no estaba ausente la bandera de barras y estrellas de los Estados Unidos de América, que finalmente competían en los Juegos a pesar de la exclusión de los atletas judíos del equipo olímpico alemán. Solo la rubia Helene Mayer, esgrimista afincada en California, campeona olímpica en Amsterdam, había encontrado la forma de participar a pesar de su sangre impura y de que las leyes de Núremberg le habían desposeído el año anterior de su nacionalidad germana.

Relevo de la antorcha de los Juegos Olímpicos de 1936
Relevo de la antorcha de los Juegos Olímpicos de 1936. Bundesarchiv, Bild 146-1976-116-08A / CC-BY-SA 3.0 / CC BY-SA 3.0 DE. Commons Wikimedia.

Sonaron las fanfarrias, la Orquesta Sinfónica Olímpica que dirigía el compositor Richard Strauss dejó de interpretar temas de Lizts y de Wagner, y el dictador de la Nueva Alemania entró en el estadio por la Puerta de Maratón y caminó entre vítores y aplausos, hasta que una niña rompió el protocolo, o eso se dijo, para entregarle al Führer un ramo de flores.

En la grada, mientras los atletas se preparan para desfilar por países en orden alfabético, los alemanes, los italianos, con el brazo en alto; mientras el último relevo de la antorcha está dispuesto para subir hasta el pebetero y encender la llama olímpica con el fuego de la antigua Grecia, un piloto de la Luftwaffe, un aviador nazi que prueba en Dessau los primeros modelos del Stuka, mira hacia el cielo, observa el dirigible de la clase Zeppelin, le parece un armatoste que pronto será superado por la aviación en los vuelos transoceánicos, y cuando vuelve la vista hasta el palco descubre a una sirena.

Heiko Weber, así se llama el protagonista de la novela Stuka, un nazi convencido, un hombre que no ha dejado de dudar de sí mismo y de su acomplejada sexualidad, ya no tiene ojos para nadie más que para Grethe Ackermann, la cabaretera del Teatro Wintergarten, del que ya les he hablado en esta serie. Grethe Ackermann, que ya no quiere saber nada de él, teñida de platino y rodeada de tiburones, en el escenario y también en la grada del Estadio Olímpico de Berlín, donde ha entrado del brazo de un alto jerarca del Ministerio de Economía.

Y bajo la sombra del enorme dirigible que flota sobre el estadio, desafiante, Heiko se conjura para no dejar escapar a esa mujer, la única que puede apartarle de los degenerados por los que se siente atraído, aunque se esfuerce en negarlo.

Atruenan los cañones en una rotunda salva de honor después del desfile, del encendido del pebetero, después de que suene el Doble Himno de Alemania y de las palabras de Hitler que da por inaugurados los Juegos. Suena la artillería y vuelan las palomas sobre el cielo de Berlín. Y mientras Heiko Weber no puede quitar la vista de su antigua amante, nadie puede saber que ese enorme dirigible que ha impresionado al público con su envergadura se convertirá muy pronto en una metáfora del futuro que le espera al Tercer Reich.

Desastre del Hindenburg
Desastre del Hindenburg. Sam Shere (1905–1982) / Public domain. Commons Wikimedia.

Solo un año después, y en plena maniobra para amarrar en la estación aeronaval de Lakehurst en Nueva Jersey tras volar sobre el Océano Atlántico, el Hindenburg, recubierto de tela barnizada con óxido de hierro y polvo de aluminio altamente inflamable, arderá por completo, víctima de la tormenta eléctrica, del Fuego de San Telmo que asustaba a los marineros, y de su soberbia inflada con hidrógeno en lugar de helio.

La Alemania nazi, también lo cuenta la novela, se desinflará de la misma forma. Y arderá igualmente en el infierno. Como Heiko. Pero ese será el tema de otro capítulo.


 

Portada Stuka Carlos Fidalgo Algaida Novela
Portada de Stuka, la nueva novela de Carlos Fidalgo Editorial Algaida.

Stuka, la novela de Carlos Fidalgo, coordinador del departamento de Periodismo de Espacio 17 Musas, ha sido galardonada con el Premio Letras del Mediterráneo de Novela Histórica que concede la Diputación de Castellón. Ha sido editada en formato digital y papel, puedes consultar donde está disponible en formato digital y papel, puedes consultar donde está disponible en la página web de Algaida Novela.

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