Perdida, de Gillian Flynn, resulta una obra difícil de evaluar. Primero, claro, por todo el ruido mediático de su campaña comercial: críticas laudatorias, escritores famosos diciendo que Perdida es la nueva joya que no puedes dejar de comprar, cifras de venta mareantes, adaptaciones de Hollywood, toda la mierda a la parrilla. Pero difícil también porque tiene méritos propios.
Perdida, de Gillian Flynn, no sólo es entretenida y cuando dicen que te sorprende, te dicen la verdad, sino que es una novela profunda por momentos. Reflexiona sobre las crisis matrimoniales, sobre lo fácil que llega a ser convertirnos en canallas por ambición o por flojera. Y sobre cómo sobrellevamos los cambios: cambios de trabajo, de residencia, de estilo de vida, o el cambio que representa que tu esposa desaparezca y ser tú el principal sospechoso. Una novela que nos muestra el momento en que aflora lo peor de las personas.
Por otra parte, se trata de una novela con una protagonista improbable (aunque atractiva), una trama con demasiados cabos sueltos que siempre terminan atándose, y sobre todo una novela sorprendentemente mal escrita. Yo leí una versión en español, traducida por Óscar Palmer, pero me temo que el problema no es la traducción, sino de la autora y la edición (¿Qué pasa con los editores que no le dicen a un autor cuando escribe mal?).
Pero vamos por partes. Perdida nos habla del matrimonio de Amy y Nick Dunne, que aunque ofrece una apariencia maravillosa, está seriamente fracturado en realidad. Ambos se desprecian, y sienten que les tocó en suerte menos de lo que merecían como pareja. En su quinto aniversario de bodas, Amy desaparece sin dejar rastros, generando una búsqueda desesperada, en la que participan los padres de ella, la Policía y Nick, su marido, sobre quien van acumulándose las sospechas casi inevitablemente.
Gillian Flynn nos ofrece, en capítulos alternativos, las voces de los esposos. Cabe destacar que ambas voces están claramente diferenciadas, son reconocibles, personales y perfectamente masculina o femenina, según corresponda. Flynn maneja esto perfectamente.
A medida que avanza la novela (se presenta como un thriller, pero más que eso, parece ser una novela sobre la vida en pareja, en sus momentos más tóxicos), la autora aprovecha de mostrarnos la descomposición del matrimonio y de los personajes. Nick se revela como un cobarde, incapaz de hacerse cargo de sus propios actos, un hombre que intenta controlar su propia violencia y misoginia, pero que prefiere que otros le arreglen la vida. Y Amy, por su parte, oculta sorpresas bajo su apariencia perfecta y adorable.
La historia ofrece un sinnúmero de volantazos argumentales, giros verdaderamente inesperados, y el lector debe prepararse para cualquier cosa. Pero también se van acumulando inconsistencias que van desgastando al lector. ¿De verdad Amy (o alguien) es capaz de hacer todo lo que hace, aún considerando las motivaciones que tiene? ¿No es demasiada casualidad todo lo que va incriminando a Nick, casi “naturalmente”? ¿no hay demasiadas intervenciones de la mala fortuna en ello?
Gillian Flynn consigue que nos traguemos a su protagonista y a su historia a fuerza de acumular sorpresas. Pero aunque uno sigue preguntándose «qué viene ahora», no se puede evitar sentir que nos están haciendo tragar un enorme sapo.
Lo peor, sin embargo, está en la propia prosa de Flynn. La autora tiende a la verborrea, a escribir muchas cosas que pasan por su mente y que no tienen relevancia para la historia.
Por dar un par de ejemplos, ¿para qué necesitábamos saber que Nick es un hombre que nunca se despierta a una hora cerrada, como las 6 de la mañana? O, cuando Amy prepara el desayuno, ¿era necesario saber los sonidos exactos que hacen las ollas y sartenes? Y, ¿para qué queríamos las páginas y páginas en que Amy describe la fiesta en que conoció a su esposo, si nos bastaba con saber que era una fiesta de snobs intelectuales que la tenían aburrida, y que ella no sentía encajar ahí?
La tendencia al exceso verbal va limitándose a medida en que pasan los capítulos. De hecho, va adelgazándose el volumen de éstos, y hacia el final hay algunos que no pasan de una página, en la que el ritmo de la narración se acelera. Pero la autora insiste en sobrepensar su novela, en mostrarnos su facilidad para la frase ingeniosa, para la observación irónica y ajustada que bien podría ser un meme.
Precisamente eso, la cantidad de observaciones irónicas que pueblan Perdida, nos puede dar una pista. En Perdida se piensa mucho, se sobrepiensa, porque es la novela de dos protagonistas enamorados de su propia voz y de lo ingeniosos que son, demasiado ansiosos por recibir la admiración y el servilismo ajenos.
Amy y Nick Dunne son dos millenials que actúan permanentemente para una audiencia potencialmente mundial, dispuestos a cometer las peores vilezas para que nadie vea las costuras del personaje que ellos mismos han creado. Dos tipos sofisticados, autoconscientes, vanidosos, pero en el mundo de la internet y las redes sociales.
En suma, Perdida se trata de un texto de verdad interesante, un retrato de personas que se sumergen gustosamente en la locura de una era enloquecida, en que la diferencia entre ser culpable o inocente de asesinato puede estribar en si eres capaz de ganarte a la audiencia. Pero al mismo tiempo es un logro artístico lastrado, casi diría que es el borrador una estupenda novela. A veces, las campañas editoriales y las críticas rimbombantes nos hacen olvidar lo más básico cuando leemos un libro.
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