El puente, del escritor David de Juan Marcos, es un relato en el que cual se habla sobre el paso del tiempo, la velocidad, el progreso y el olvido. Sobre como un puente, cualquier puente, puede ser un símbolo del derecho a contemplar el paisaje sin prisas a tus aires, de apropiarse de los lugares y defenderlos como suyos para hacerlos permanecer, transcender. Este relato ha sido publicado con anterioridad en la revista Club Renfe.
David de Juan Marcos conversará con Sandra de Oyagüe sobre la literatura y el exilio en el Encuentro con escritores el proximo 27 de junio de 2022. Este encuentro es un evento gratuito con previa inscripción en la web del Espacio 17 Musas. Como abrebocas Revista 17 Musas publica: El Puente.
El Puente
Que si las locomotoras de vapor esto y lo otro; que si el ancho de vía de seis pies castellanos; que si con el diésel hay menos averías, y ya me gustaría ver a este trasto por las cuencas mineras; que qué leches de lujo, para lujo el Transcántabrico.
Mi abuelo trabajó para la RENFE desde que acabó la guerra hasta que se jubiló. Nadie en todo el valle sabía más de trenes que él y por eso yo le creía cuando aseguraba que a nuestro pueblo no podría llegar nunca eso de la alta velocidad, pero que el día que llegara sería una proliferación metastásica. Esto último no lo entendía, pero me gustaba escucharlo. Mi abuelo levantaba la cabeza y enfocaba muy por detrás de las cosas que miraba. Ves esa montaña, señalaba con un golpe de mentón, jamás conseguirán atravesarla.
Hasta que la atravesaron.
El jefe de estación sonreía mientras nos mostraba las nuevas cabezas tractoras del AVE recién llegadas para la inauguración de la nueva vía. Iba a venir el presidente y todo para el primer viaje a la capital. 293 kilómetros en poco más de hora y media. Eso tengo que verlo yo todavía, era la frase más repetida aquellos días en el pueblo.
⸺Ni siquiera parece un tren.
⸺La aerodinámica, Marcial, hazme caso, también son más seguros.
⸺Qué coño seguridad, desde lo de Torre del Bierzo el tren siempre ha sido seguro. Además, ¿para qué tan deprisa?, a esa velocidad no se ve el paisaje y sin paisaje nadie querrá montar en tren.
Como todos los maquinistas, mi abuelo tenía un puente favorito. Al menos eso era lo que él decía: Antaño todos los maquinistas teníamos un puente y le dábamos a la bocina cada vez que pasábamos por él.
El puente de mi abuelo estaba muy cerca del pueblo. Al cruzarlo, disminuía la velocidad hasta casi detenerse por completo y tocaba el silbato. Los pasajeros se asomaban entonces a la ventanilla asustados y veían un paisaje de ribera con chopos altísimos como sacado de un cuento de Lewis Carroll.
Este puente lo he pintado yo decenas de veces, repetía siempre que paseábamos por allí a los perros. Y luego venga a explicarme todo aquello de que con el calor los metales dilatan y con el frío lo contrario ˗¿o era al revés?˗ y la pintura se estropea y blablablá, lo mismo que en la torre esa de París. Así que cada dos veranos mi abuelo se acercaba a pintarlo de azul cielo. Y fíjate ahora, todo descascarillado, tenemos que venir un día por aquí a darle una mano de color. Pero nunca íbamos.
Por la noche llegó el presidente. Salió en la tele con una gran sonrisa y recorrió a pie la calle de la Iglesia hasta la plaza de la Fuente. Daba la mano a todo el mundo, se paraba a dar besos a las señoras y a revolver el pelo a los niños. Muchos aplaudían. Según afirmó después la policía, debió de ocurrir entonces, mientras el alcalde abrazaba al presiente y desde el balcón del ayuntamiento anunciaba que ese era el día más importante de la historia del pueblo.
Cuando dieron la noticia nadie podía creérselo.
Esa misma noche mi abuelo me sacó de la cama a golpes: Anda, agarra una brocha y sígueme.
Nos pasamos la noche entera pintando. El puente quedó precioso. Brillante como una moneda nueva. Incluso nos quedamos un rato a la sombra de la chopera contemplando nuestra obra hasta que pasó el presidente sentado en un viejo TRD de vuelta a la capital.
Ni se te ocurra volver a intentarlo, le gritó mi abuelo con la cizalla de cortar cables levantada por encima de la cabeza. Tenía la sonrisa blanca y toda la cara manchada de azul cielo.
Las inscripciones para el Encuentro con David Juan de Marcos están abiertas en la web de Espacio 17 Musas. Sandra de Oyagüe reseñó en la Revista 17 Musas Desde que me quedé sin dioses, la más reciente novela de David de Juan Marcos.