La ópera de Gaetano Donizetti «Lucia di Lammermoor» reúne varias características del Romanticismo. Tiene castillos en ruinas, cementerios, fantasmas. Y además, tiene la escena de locura más famosa de la ópera. Enloquecer y morir. Lo que el público espera.
El Romanticismo priorizaba el sentimiento sobre la razón. Lo contrario a lo que sucedía en la época precedente del Clasicismo. Por otro lado, los cantantes querían lucirse y el público también lo pedía. Así nacieron las arias de locura.
En el transcurso de estas escenas la música desdibuja las palabras. La obra lleva la voz a los límites de las posibilidades. La síntesis de música y texto expresa pérdida de razón. La gran mayoría de las veces, son arias cantadas por protagonistas femeninas. Generalmente enloquecen asediadas por el entorno. Este es el caso de Lucia.
Lucia, la protagonista esperada
Lucia di Lammermoor, la protagonista, es una joven huérfana. Su hermano Enrico la obliga a casarse con un noble, Arturo de Bucklaw, para salvar a la familia de la ruina. Ella ama a Edgardo, quien también la ama. Sin embargo se ve forzada al casamiento impuesto. Una vez concluida la ceremonia de bodas, Lucia enloquece y mata a su flamante esposo. Le sigue la esperada escena de delirio. Luego ella muere.
Hasta el momento del aria de la locura, Lucia di Lammermoor se desarrolla en forma lineal, tanto en la música como en el texto literario. Una escena sucede a la otra con cuidada cronología. Cuando comienza «Il dolce suono» (El dulce sonido), la temporalidad se rompe. La demencia es irreversible.
Donizetti toma elementos que aparecieron previamente en la obra. Los reitera modificándolos. La estructura de la música se vuelve fractal. Se vuelve evidente lo que siempre escuchamos. Emerge lo latente y se exageran los afectos.
La escena de la locura de Lucia
El aria comienza con la evocación de la voz de Edgardo, que Lucia siente que escuchó. Es aquí cuando una melodía interpretada por la flauta comienza a despegarse del resto de la orquesta. Es un sonido que siempre estuvo presente, pero esta vez sale a la superficie. La música del aria, incluyendo la flauta solista, pertenece al relato. Es decir, es escuchada por el espectador, no por los personajes.
El imaginario encuentro con su amado es interrumpido por la aparición de un fantasma. Ya en el primer acto Lucia percibía fantasmas. Aquí el sonido de la flauta se funde al de toda la orquesta. «Sorge il tremendo fantasma e ne separa!» (Surge el tremendo fantasma y nos separa).
Cuando Lucia, siempre en su delirio, vuelve a encontrarse con Edgardo, también regresa el sonido de la flauta solista. «Qui ricovriamo, Edgardo, a piè dell’ara…» (Aquí nos refugiamos, Edgardo, al pie del altar). La exageración de los afectos es constante.
La cumbre de la locura en Lucia
Se produce el momento de mayor exposición. La orquesta deja de sonar. Solo escuchamos la flauta y la voz de la Lucia dialogando. Ya no hay palabras. Estas se desdibujaron en sonidos abstractos.
Donizetti elige mostrar la cumbre de la locura con la eliminación de lo verbal. La palabra siempre está asociada a la razón. Su falta se relaciona directamente a la pérdida de esta.
Por otro lado, Lucia en su dialogo con la flauta se convierte en el único personaje que escucha la música. Hasta ahora el único privilegiado en escucharla era el público. Así la heroína se incorpora al universo del espectador. Y simultáneamente, este es arrastrado a la locura de ella.
Lucia en su camino sin retorno
Llega Enrico y con él se reincorpora la orquesta y los otros cantantes. Lucia nunca regresa a la supuesta cordura. Finalmente cae inerte. Los otros personajes, quizás por primera vez en la ópera, la compadecen.
Lucia di Lammermoor es un icono imprescindible de la locura en la ópera. La escena se desarrolla tomando el exceso como referencia. El melodrama romántico está es su apogeo. El arte de conectar con el espectador a través de la demencia.
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