A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas y Mapa Desbloqueado. Y Aristófocles, como eidôlon que es, más fantasma que nunca, participará de esta experiencia. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.
CRÓNICA XV: “EL MAESTRO JUAN MARTÍNEZ QUE ESTABA ALLÍ” – Xavier Albertí
TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
28 de febrero de 2025 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Hay vidas que merecen ser escritas por un cronista. Existen personas, a lo largo del río del Tiempo, que hacen de su creatividad una forma de supervivencia, gente con ingenio y desvergüenza, que te mueven algo por dentro cuando los ves y así consiguen un visado para estar un día más en este mundo. Aparecí en el Teatro Central con una fecha especial en el calendario: el Día de Andalucía. Se apreciaban los motivos verdiblancos que llevaban los asistentes en sus chaquetas y pañuelos, a través de la cristalería, entre el nuboso atardecer, se enardecía el rascacielos ribereño, la Torre Pelli, coronada por bandas de luces verde, blanca, verde. Qué mejor día para celebrar el Arte, qué mejor emplazamiento que un templo del arrojo intelectual. Pa allá que fuimos.
Sala Chácena, el escenario más eventual e imprevisible, nunca sabía cuando decidían desplegar una obra en aquel rincón del edificio. Me senté junto a un despistado, secuestrado por la pantalla de su teléfono, y le robé el programa para ver qué valiente nos secuestraría un rato con mayor o menor acierto, y qué regalazo: Veríamos EL MAESTRO JUAN MARTÍNEZ QUE ESTABA ALLÍ (breve título, ojalá otra subordinada), adaptación teatral por el reconocidísimo dramaturgo Xavier Albertí de la novela homónima del escritor y periodista Chaves Nogales (¡un andaluz, mira por dónde!), interpretado como un exclusivo monólogo del veterano y siempre sublime, Miguel Rellán. ¿A cuánto está el peso del oro? ¿Cuánto vale la entrada en taquilla?
El espacio, minimalista: un escenario circular, con acceso de dos escalones, en la cuadratura del círculo. A eso súmale un séquito de focos, que irían cambiando las atmósferas entre la sutil neblina añadida en calidad de cuento llegado de un viejo sueño, los hechos reales que recibió Chaves Nogales y decidió transformar en historia literaria, porque nuestro protagonista fue un artista de novela. No cabe duda, una vez conoces la obra. Y esto nos lleva al argumento, porque no podemos hablar más de escenografía, como mucho de unos refuerzos sonoros, muy eventuales, algo de música, algo de ráfagas de balas atravesando el aire, una bomba, el sonido del mar, alguna voz ininteligible. Y todo para una vida imposible pero tuvo lugar como testigo del convulso principio del siglo XX.
Un artista flamenco, de cabaret (y de lo que le echaran) que fue moviéndose por Europa y Asia a fin de sobrevivir gracias a su talento. Una vida que entronca con la esencia misma del Lazarillo, esa picaresca tan española, que corta los vientos que vienen de cara para hacer camino. «Soy Juan Martínez, hace muchos años yo era un mozito chulapo de pañuelo de seda al cuello, bailarín, hijo de bailarín, granujilla madrileño, nacido en Burgos, y castizo», comenzó con una sonrisa desafiante y fue floreciendo una historia increíble. Un hombre y su pareja que salieron de España mediante el baile, al ambiente parisienne y, de allí, recorrerían Turquía, Rumanía, Ucrania y Rusia (con gran importancia de Moscú y la entonces Petrogrado, hoy San Petersburgo), a veces con buena estrella, haciendo fortunas, otras sin tanto atino, casi mendigando trabajo o auxilio, en esfuerzo constante por no verse maniatado entre los numerosos escenarios bélicos y revolucionarios de las ciudades por las que iban viviendo. «Uno es artista de cabaret y debe congraciarse con los que mandan».
De una forma muy seductora, con su traje de flamenco, pañuelo rojo al cuello, sombrero y chaqueta negra (y unos tacones de bailaor con los que aguantó la hora y pico que duró la obra, cosa tampoco sencilla), mediante unas vivencias personales y anécdotas recurrentes, con un dominio total de la voz y del lenguaje corporal, Miguel Rellán te va llevando como espectador desde la alegría del cabaret, en el que artistas y traficantes compartían tragos, hasta la tensión y desesperación de estar en tu vivienda y que un oficial del ejercito te exija (todo imperativo) que le sirvas un vaso de té y a tu mujer. O a aquella otra ocasión en la que, estallada la Revolución Rusa de 1917 («¡Ha estallado la revolución! ¡Sálvese quien pueda!»), los bolcheviques derrocaron la propiedad privada y ahora el tiempo de todos consistía en 4 horas haciendo guardia en la habitación que vivían, 4 horas en la cola del pan, 4 horas peleando con los vecinos, y toda la noche para pasar miedo. Te cuenta su historia y todos los vemos, así de firme es el texto de la obra, más aún su ejecución. Un Europa enferma con extrema violencia, un temor insomne en todos a que te tachen de espía o traidor, la incertidumbre de los cambios militares en el poder de la ciudad en la que vives, un antisemitismo patente, así como el conocimiento parcial de lo que iba sucediendo en Europa desde 1914. «Más adelante vi cómo se mataba a un hombre, no por sus ideales, no… sólo porque llevaba encima un capote de paño en buen estado».
El personaje sudaba verdad, como solo la buena ficción puede lograr. Se aprecia el amor a su mujer, Sole; la pasión hacia su música arrastrada por medio mundo, «¿qué hace un flamenco sin guitarra? Tenía que llevarla conmigo»; su humor y resiliencia para todo tipo de escenarios, como aquella vez que tras mostrar lo que era un baile flamenco le destinaron al circo, etiquetándole como contorsionista, o aquella otra que confesaba «es curioso, al cabo de unos días escuchando los cañonazos, uno se acostumbra, como el que oye llover». Se reflejó, desde el punto de vista de un testigo de su tiempo, cómo valía más ser de una nacionalidad que de otra, cómo los consulados españoles trataban a sus compatriotas como perros, cómo se mataba sin miramientos por razones de cumplir objetivos o por conseguir un pago instantáneo que te permitiese seguir apostando a las cartas, esa bajeza, esa miseria, que asoló Europa y que, entre sus grietas agujeros de bala, a duras penas sobrevivía el arte y una mínima humanidad que a veces se veía reflejada en los ojos de quien tenías en frente. «¿Alguien se acordará de mí?» se pregunta Juan Martínez en ese territorio entre mundos. Fortuna que Chaves Nogales y los mencionados artistas decidieran verterlo en palabras, más allá de la combustión del tiempo.
Puedes consultar otros artículos del autor haciendo clic aquí
