A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionadas con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros y salas de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas.
CRÓNICA XI: BEKRISTEN/TRÍPTICO DE LA PROSPERIDAD – Luz Arcas
TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
16 de diciembre de 2023 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Una mente despierta requiere dos alimentos: la sorpresa y el reto. Lo he visto durante siglos, las personas que buscan en el Arte una respuesta sólo encuentran preguntas nuevas, estimulación suficiente para seguir el camino. Todo esto es lindísimo, pero luego la vida (y la muerte) te pone en derroteros más humildes, porque he sufrido iluminaciones mediante la escritura o viendo a otros artistas ejecutar sus talentos, pero aquel sábado mi sorpresa llegó cuando me perdí por un pasillo del Teatro Central. Fue tristísimo, porque si había sido invocado allí fue debido a una gran carga energética relacionada con las Artes Escénicas, esto es requisito sine que non, lo doy por sentado. Y allí me veía, en un pasillo que no había transitado en mi postvida, sin nadie al que perseguir, abriendo puertas al azar para ver si daba con el espectáculo de la noche. La gente cree que cuando eres un eidôlon vas atravesando paredes sin más, ya te digo yo que no, giro los pomos como todo hijo de vecino.
Al fin detecté a una auxiliar de sala, toda vestida de negro, la seguí de inmediato mientras decía por una suerte de micrófono, al cerrar una puerta, que la sala chácena estaba lista para empezar. ¿Cuántos espacios quedan pendientes por descubrir aquí? Conozco esa palabra, la aprendí en Cataluña, allá por el siglo XVII, aunque por entonces decían jássena para referirse al fondo del escenario principal, donde almacenaban objetos. Me extrañó que allí se fuera a representar algo, abrí la puerta y lo que vi al otro lado nada tenía que ver con un trastero. Era un espacio bastante grande, con sus gradas amplias de asientos y, sin duda, se posicionaba a mitad de camino entre los tamaños de las salas A y B. En la semioscuridad ya estaban posicionados un lleno absoluto en las butacas y cuando alguien gritó algo sobre la puerta, la cerré rápido y me adentré a un lateral del graderío. La nueva sorpresa radicaba en que, ante mí, en aquella penumbra, tenía algo que parecía un kylix, es decir, algo como una vasija abierta de buen tamaño y dentro había, para el que lo necesitase, cajas con tapones para los oídos. Me pregunté de inmediato, ¿a qué he venido? ¿Cuáles son las reglas del juego hoy? Por supuesto, me intenté poner un par pero se precipitaron al suelo, problema de empaque, no tener orejas físicas a las que ajustarse es lo que tiene. Un folleto cercano tenía rotulado el nombre de Luz Arcas de nuevo, cosa que me alegró, pero esta vez bajo el título de BEKRISTEN/TRÍPTICO DE LA PROSPERIDAD, una trilogía de obras, con descansos entre Me aferré a la barandilla de las escaleras cuando se hizo la oscuridad total, que fuese lo que el Olimpo quisiese.
Arrancaba la primera parte, La domesticación. A la derecha, la mesa de la dj, de nuevo, Le Parody. A la izquierda, una especie de mesa con collares, una enócoe para servir la bebida y alimentos básico como pan. En escena, desde que se abrieron las luces, sonó el Nocturno 9 N° 2 de Chopin, mientras una intérprete devoraba el banquete con ansiedad, y otras tres realizaban espasmos enérgicos, semidesnudas, desde su posición más o menos estática. La música y las luces rojas que le acompañaban, desdibujando a todas en siluetas, se deshicieron en distorsión y así dio comienzo a la primera parte de este tríptico. Aquí las bailarinas son, conforme leo del folleto, Javiera Paz, Danielle Mesquita, La Merce y Galina Rodríguez. Lo acontecido es difícil de condensar en palabras, debo reconocerlo, la emoción lo es todo, así que trataré de transparentarla. Se palpa una liberación salvaje, un ritualismo de las intérpretes y dj que expresan la exaltación del instinto, de las pulsiones físicas, y la alegría que todo ello supone. Se manifiesta un exhibicionismo exigente y perfeccionado, algo que me suena de mis tiempos en la Grecia Clásica, pero no estoy acostumbrado a tanta actividad física incesante, y cuando alcanzamos el primer descanso oí al público comentar una empatía agotadora que había supuesto para ellos. Mérito de estas profesionales, qué resistencia. La música las arropaba, a veces de forma atronadora, otras con su ausencia, permitiendo privilegiar la cacofonía de sus respiraciones y golpes al suelo. «¡Atention, fight!» se llega a dictar con aires militares, el grupo homogeniza sus pasos, para luego romperlos y volverlos a reflejar. Son bellos los cantos de Le Parody y Raquel Sánchez, aunados en diferentes tonos agudos. Se acudirá a la mesa, algo más arreglados, dispuestos a devorar lo que allí se dispone, y ante aquellas ofrendas resucitará de nuevo la naturaleza salvaje desenfrenada. Violencia y sexualidad predominan en esta primera parte, estridente, vigorosa, con una especial simbología en los cuerpos que conforman esculturas intermitentes con ambos brazos hacia arriba, codos flexionados, con aire de tridente o candelabro. Interpreto un ritual final, muy pagano, inclinado a la celebración de la primavera, los frutos, el alimento, el apetito, la vitalidad.
Pausa de diez minutos. Hubo gente que salió de la sala, aunque la mayor parte siguió en el shock de sus asientos. Cuando retomaron la escena, salieron vestidos como enfermeros para esta segunda parte, Somos la guerra. Una tarima de fondo sirve bien para una percusión pedestre y crear dos niveles visuales. La escena ha sido decorada con algunas palanganas y mantos blancos de distinto tamaño. Hay mucho más protagonismo de Raquel Sánchez, un personaje mucho más activo en este segundo episodio. Se cantará «Y volvió a llorar sobre su llanto seco», y es que esta etapa de la noche está mucho más centrada en el dolor, el desgarro, la pérdida y la locura. También en la pretendida redención, lavando el cuerpo, como si se blanquease un pasado perseguidor. Ya cuando vi el manto blanco identifiqué la simbología propia de Luz Arcas, quien aquí se incorporaba como bailarina y ejercitó, tras una primera parte estática, lo que considero una condensación de la obra que había apreciado en mi aparición anterior, que la tenía fresquísima en mi memoria, me refiero a TRILLA. Poco puedo decir aquí de esta parte hecha en solitario, me remito a mi anterior crónica, creo que ahí está perfectamente recogido. Entiendo que reciclara ese episodio dentro de este tríptico. Por supuesto, el final fue distinto, el resto de bailarines entraron en escena de nuevo, y ella pasa a ser algo así como una escultura desnuda a la que venerar y tomar como referencia de una creencia simbólica. El gran final será ejercido por La Merce, cuando aparece vestido sobre la tarima como una especie de dios dorado, y el resto de bailarinas adoptan actitudes de sumisión y reverencia frente a su figura y baile. Qué libertad se siente aquí, alrededor de un dios danzante, que desafía con la mirada al público y se mueve con gracia entre sus seguidoras. Hay una imagen final de retablo estático que será devorado por la oscuridad de los focos como cierre.
En esta segunda pausa casi todo el mundo salió a respirar, muchos no volvieron, y fue una lástima, porque la tercera etapa del tríptico, La buena obra, era tan diferente a lo ya visto que merecía mucho la pena. De nuevo, la sorpresa, el reto. Cuando se hizo la luz, habían dispuestos algunas plataformas, micrófonos por todas partes y papel de confeti por los suelos (creo que ese plástico lo usan los contemporáneos para festejar, ¿es así? Nunca lo entendí). Salieron ocho personas, jovencitos de más de sesenta y cinco años (a mi lado, todos son jovencitos, me doy cuenta) y empezaron a hacer ejercicios aeróbicos por todas partes. A priori es cierto que no son las personas que, a simple vista, apostarías porque hicieran esa clase de movimientos, pero lograron un trabajo excelente y, lo que me pareció más importante, una sincronicidad abrumadora, porque aquí la rítmica era vital, toda la música inicial sería ejecutada por ellos mismos, con sus zapateos, subidas y bajadas de las plataformas, con el carrito de apoyo y hasta con las mismas respiraciones. La gracia, según pude leer en el descanso, es que para esta parte se sirvieron de las bailarinas Luz López y Ángeles de Paz junto a seis intérpretes locales, personas que han hecho una audición en las semanas previas para participar de forma activa en la obra que propone Luz Arcas. Me pareció una apuesta arriesgada y, por ello, mucho más bella. Emotivo el momento en el que tararearon y cantaron aquel «Bésame mucho» de Consuelito Velázquez. Hubo momentos epilépticos con las luces y convulsiones fingidas, pero todo desembocó en una especie de fiesta celebratoria, en la que se repartieron gorros cónicos de colores y se crea un ambiente distendido, con simples de conversaciones naturales de una mujer que narra una anécdota trascurrida en plena pandemia de 2020. La Merce aparece vestida de cuidador, como si estuvieran en una residencia de ancianos todos ellos, y baila con uno de los hombres implicados. Va cayendo la oscuridad, mientras se derrama un piano clásico, con una clara intención circular para este Bekristen. La sorpresa es nuestra, el reto de ellos, alcanzada entonces la prosperidad de Luz Arcas.
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