A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad de Artes Escénicas de Sevilla y recogerla en Revista 17 Musas.
CRÓNICA I –FEST 2023 – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
5 de octubre de 2023 – 24 s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
La primera vez que me sentí pleno fue cuando supe que había muerto. Algo había sospechado, para qué mentir; el cuerpo apenas pesaba, ingrávida cáscara, como si hubiesen desahuciado la sangre de mis venas y en su lugar habitasen las palabras, al fin, como alimento suficiente para seguir adelante. ¿La explicación de esta vida ultraterrenal? La ignoro. Pero me servía como excusa perfecta frente a tanta soledad y rechazo que por entonces padecí. Debo aclarar que soy un paria. Me lo gané, supongo. Durante años anduve intesito con esto de compartir mis ideas como dramaturgo hasta el punto de que me condenaron al ostracismo (¡desterrado por ser un peligro!), todo por desafiar las certezas de mi cívica polis. Ahora sé que aquella época, luego bautizada como Grecia Clásica, era un corsé asfixiante para mi evolución como artista. Que les den.
Hablo como el que está muy acostumbrado a ser un eidôlon o fantasma, como le dicen ahora los modernos. Por supuesto pido perdón, es verborrea, nunca se acostumbra uno a ir más allá de la vida y quedarse sin combustible a medio camino de la muerte. La impresión de este descubrimiento podría definirse como la recepción facial de una piedra lanzada por una onda, pura violencia gratuita. Recuerdo la contracción de la atmósfera y cómo vibraba todo alrededor. ¿Cómo podría describir una herida en el éter que todo lo impregna? ¿Un estornudo inesperado de un buzo a metros de profundidad? ¿Lo imaginas? Podría acercarse bastante a la impresión de pánico y alivio que padeció el aire. Y simplemente aparecí. Yo mismo, Aristófocles, el viejo loco de Atenas, llevado a través de los siglos y las rotaciones del Globo. El espacio-tiempo se rajó como un calzón viejo, vamos. Sé de lo que hablo, sentí el mismo frescor por donde no se debe.
Y aquí estoy ahora. No es la primera vez que me pasa, pero siempre es una primera vez. Cuando se produce una gran concentración de energía escénica mi figura de eidôlon aparece. Abrí los ojos en la penumbra de una sala y me llevé una mano a la virilidad, típico acto reflejo inconsciente, no me malinterpreten: uno quiere saber que, tras cada salto temporal, todo está donde lo estipuló la naturaleza. Como si fuese a necesitarlo… Ya más tranquilo, recorrí la zona, aún vacía pero con una luz potente al fondo de una puerta entreabierta. Un escenario cortaba la mitad de aquella habitación, completada con hileras de asientos. Salí al pasillo luminoso y encontré paredes recubiertas de carteles y letreros que, por suerte, pude leer: Aprendí español cuando pasé un temporada entre estrenos de Lope de Vega. Recuerdo el gran éxito que tenía en cada representación, por no hablar de los fans, sus rivales, los pleitos, amores, privilegios y sinsabores. Ese hombre fue un show andante. Cómo no iba a aprender el español con su prolífica obra y vida. Ahora leía, bien grande, VIENTO SUR TEATRO y debajo, inserto en una, ¿se dice fotografía?, el título de una obra, que advertían como estreno absoluto en España, llamada MEMORIA DE PICHÓN de Andy Gamboa.
Quise aventurarme por una puerta a mi izquierda en la que veía la noche en caída libre sobre un pequeño patio con árboles y algunas mesas predispuestas, pero una fuerza me retuvo. El matrimonio con el Arte es muy exigente: una vez aparezco en un espacio consagrado a las Artes Escénicas, no se me permite abandonarlo hasta que la energía se desvanece… Por desgracia, es en ese momento cuando yo también me evaporo y aparezco en otro punto del espacio-tiempo.
Llegó la gente y las luces se prendieron. Personas con la melodía que tienen las voces alegres se dirigieron hacia el interior del teatro, entonces las luces se prendieron y fueron tomando posesión de las primeras filas. Yo saludé a todos, porque soy estúpido y, a veces, olvido que en este estado astral no pueden verme. Bien pensado menos mal que es así, porque creo que mi túnica gris y mi larga barba desentonaría con la ropa de colores que portaban, mucho más ajustadas que mis libertades. Algunos de ellos señalaban el escenario y aprecié ahora que, a pesar de tener una apariencia vacía, disponía de objetos al fondo del mismo, que presumí suficiente escenografía. Un balón, ropa, botellas, un bastón de madera. Podían confluir tantas posibilidades en estos metros cuadrados que estaba impaciente por verlo.
Siempre porto una bolsa de cuero y, en ella, un libro con las páginas en blanco que voy completando de dos formas distintas. Por un lado, llevo, ¿siglos?, en desarrollo del Arte Escénico Definitivo, se van a enterar todos de quién es Aristófocles cuando lo publique… Por otro lado, cuando me canso, le doy la vuelta al libro, lo giro y ahí recopilo, en forma de crónicas, las obras que me han impresionado a través de mis viajes de ultratumba. Esto es lo que aquí comparto, para todos aquellos que deseen leerlo. Me fui a un rincón y vi llegar al propio Andy Gamboa, quien se presentó con su acento costarricense e interactuó con el público desde el borde del escenario para conocer más sobre la ciudad de Sevilla y su gente. Esto me vino estupendo, yo mismo aprendí bastante, e incluso descubrí que esta obra formaba parte de una trilogía. Una mujer llegó algo tarde y Andy le tranquilizó con aquello de «hay más tiempo que vida» y ojalá pudiese aplaudido por el acierto, si él me conociese… Con una determinada conversación se fue hacia el fondo del escenario y, sin interrumpirse, dijo a la mujer del público con la que conversaba: «Usted me recuerda a mi tía, decía exactamente lo mismo», las luces se debilitaron a nuestro alrededor y arrancó, casi sin darnos cuenta, MEMORIAS DE PICHÓN.
Esta obra es un ejercicio sensible de derribo y reconstrucción de la memoria, en concreto de los recuerdos familiares del núcleo duro, padres y hermanos, que pivotan por las escenas con un sabor agridulce, nostálgico y justiciero. Andy Gamboa posee el talento de separar personajes y épocas con un sólo gesto o tono de voz, llevando al público por un camino de tinieblas en el que, muy de vez en cuando, salpica una luz fugaz que ilumina un rostro sonriente. El apoyo lumínico es importantísimo para subrayar estos episodios emocionales. Pero no es una de esas obras en las que sales con el pecho hundido y los ojos vidriosos, ahí estriba la complejidad de su ejecución actoral, puesto que guía con amabilidad y tacto para que nadie se quede a un lado.
A su vez aprovechó el espacio escénico. Bajó del escenario, interactuó con el público de forma respetuosa, sin presiones incómodas, mientras continuaba su narración, siendo completamente otro, en este caso la figura paterna. El movimiento corporal sumaba a la escena una belleza poética que completaba lo que el discurso omitía. Magnético y visual, en un momento determinado vi cierto homenaje a Hamlet y su calavera, a Ulises y su viaje. En una de las ocasiones el balón corrió escaleras abajo y acabó en mis pies. Ese toque yo lo interpreté como una señal, por supuesto, de complicidad entre autores. Igual Andy, como dramaturgo y actor, corrió a través de su arte esa fina cortina que separa los mundos y me observó en plena toma de notas. Sea así o fantasía propia, yo le guiñé un fantasmal ojo como respuesta. «Hay que tener miedo a los vivos», decía a lo largo de su obra, «entre más blanco quería pensar, más negro estaba todo». No podía estar más de acuerdo, palabra de eidôlon.
Aplaudieron con ganas, audiencia plena en pie, cuando la obra tuvo no uno sino dos momentos finales. Mientras salían comentaban de forma sobrepuesta sin dejar de repetir una palabra: feSt, feSt, feSt, feSt. ¿Qué querían decir? Oí a Maite, quien al parecer está al frente de VIENTO SUR TEATRO, mencionar a su equipo que no había podido existir un mejor arranque para el Festival de Artes Escénicas de Sevilla. «¡Menudo FeSt!» respondió su interlocutor, y ahí comprendí, justo antes de comenzar a difuminarme. Suspiré aliviado, porque supe que, con este motivo, pasaría unos días apareciendo por los escenarios de Sevilla. Recordé también aquellas palabras del Natia-shastra, aquel tratado de artes hindú, casi tan viejo como yo, que decía: «A los acosados por desdichas, penas y trabajos; a los abrasados por un fuego interior: a todos ofrecerá el teatro un refugio en esta vida.» Y, como dicen los modernos, fundido a negro.
7 de octubre de 2023 – 24 s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Un pasillo estrecho me llevó a una boca inmensa, una O «mayusculísima», si es que esta palabra existiera, O de Oráculo, O de Osadía, por la que sería devorado, junto al público que llegase, para disfrutar del milagro de lo imposible desde una confortable butaca. Según un calendario en la pared de aquel espacio era sábado 7 de octubre de 2023, dos días después de mi primera aparición en el feSt. La noche anterior la pasé mal, la verdad, apenas pude centrarme, mi corporeidad chisporroteó como un cable pelado, ya que era la Noche en blanco, esa fiesta callejera con Cultura de puertas abiertas, y multiplicidad de espectáculos con energías artísticas que me invocaban. Fue agotador, viví mucho en poco tiempo y ¿para qué? Me quedé con la intriga de todo porque de nada vi su final. Como con la muerte, vamos. Por ello estuve contentísimo cuando aparecí en la SALA CERO TEATRO durante más de sesenta segundos seguidos, para continuar con la programación del feSt y disfrutar con el teatro más actual.
En aquel pasillo estrecho vi llegar un gentío entusiasta que fue sedimentándose por las paredes que anteceden a la gran O. Admiraban su decoración, pues habían instalado allí una galería de ilustraciones con mucha calidad bajo la firma de Naiara Yerbi, que vendían a un comedido precio. La obra que todos esperaban se titulaba TERRÍCOLAS y fue creada por la compañía El Mono Habitado. Junto a la boca ovalada, también existía una suerte de mostrador que vendía bebidas y algún aperitivo como frutos secos, una idea brillante. Igual hubiese triunfado más en mi época con un auxilio de castañas similar. En cualquier caso, una vez que nos dieron acceso a la sala, pude comprobar un espacio en penumbra bastante amplio que disponía al fondo troncos verticales y lo que parecía un OVNI estrellado en el suelo.
Mi futuro lector estará impactado por mi conocimiento en la materia, no es para menos, sé lo que significa, en el acervo popular, el moderno concepto de OVNI, aunque no me explico que se le atribuya tanta fascinación o sorpresa. Yo siempre pensé que ahí fuera vive mucha gente (no discriminemos, llamémosles gente a los del más allá, bueno, a los del más allá espacial, no más allá espiritual… Aunque también nosotros conformamos otro tipo de gente, eidôlon a eidôlon, supongo. Voy a dejarlo, igual no me explico bien). Retomo: Yo siempre pensé que ahí fuera vive mucha gente porque tan sólo hay que mirar cómo brilla el cielo nocturno, ¡casi todos se han dejado la luz de casa encendida! No obstante, a la gente le gustó bastante el buen acabado de la nave, construida con luces a cada punto cardinal y una cabina acristalada, ingeniería resultona e inspirada en la típica nave que te encuentras en un tebeo o película de bajo presupuesto (vale, confieso que hablo de oídas, no sé muy bien qué es un tebeo o una película de bajo presupuesto, pero oí a personas del público hablar así y he considerado conveniente marcarme el tanto).
Luces fuera, la sala estaba llena y vibrante, aparecen en escena, caminando entre los troncos, apenas guiados con una linterna, dos hombres que han sobrevivido a un accidente de coche y que buscan el motivo que les distrajo de la carretera. La temática alienígena es una excusa para hablar precisamente de aquello que nos hace humanos, en concreto, las maneras que existen de mantener, fortalecer o perder relaciones. Aplaudí el esfuerzo por conducir todo desde el humor, algo distante, de estos protagonistas (a los que se le sumaría una actriz desde mitad de la obra), entre los que surgirán encontronazos de los que se desprenden lascas del drama que cada uno de ellos porta.
La gente (del más acá) reaccionaba bien; reía cuando procedía, contenía cualquier sonido, si la cosa se ponía seria. Esa empatía activa es triunfo de la compañía. Lo mismo debo aplaudir por el gran acabado del extraterrestre, todos los comentaron al finalizar; parecía que en cualquier momento se iba a mover por sí mismo y entonces todos respingaríamos, posiblemente yo chillaría algún improperio en mi lengua natal, aunque me tranquiliza saber que nadie me escucharía, ventaja de ser fantasma. Igual, sólo por sugerir una humilde mejora, propuesta por este dramaturgo llegado desde época lejana, si yo fuera parte de El Mono Habitado trataría de darle más ritmo a la obra, porque creo que había escenas que se hacían demasiado pausadas, en las que tampoco transcurrían grandes cambios dentro y fuera de la psicología de los personajes. Pero igual me equivoco y desconozco los códigos de este siglo XXI (¡veinticuatro siglos de separación con mi época!).
Eso sí, lo que me pareció inteligentísimo fue el uso del color en las luces de la escena. Los misteriosos verdes y púrpuras, el tranquilizador azul, el peligroso rojo, todo emitido desde la nave espacial en sintonía con el ambiente que se generaba alrededor del alien, como una suerte de empatía cromática. Éxito efectista también para la fogata y la pantalla que irradiaba videollamada con los congéneres del ser verde (¡ojo con Aristófocles: videollamada, palabro modernito, para que vean mi compromiso con cada tiempo que me incumbe!). Una comedia tierna con cimientos dramáticos, recomendable para todos, de fácil acceso a su empatía. Un hombre de avanzada edad, camino a la salida, comentaba a un colega de la misma quinta algo como «el otro día vinieron a mi casa otros alienígenas que se parecían mucho a nosotros. Decían que venían del Planeta Agostini». Yo no lo entendí, lamento confesar, cero risa, tengo tanto que aprender… Cuando quise darme cuenta iluminaba el sol de nuevo, lejos estaba la noche en la que seres de otro planeta venían a visitarnos y estaba en un lugar que me era familiar.
8 de octubre de 2023 – 24 s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
La energía vibrante de aquel lugar era especial, propia de logros justos, cimientos dedicados y mucho calor humano. Sin duda, deduje, un ala de este edificio estaría destinado a ser una escuela de teatro, eso explicaría todo. En aquel vestíbulo en el que reaparecí el sol bañaba mis pies sin sombra y los árboles se mecían con suavidad al otro lado de las puertas. El entorno, casi familiar, no dejaba de sorprenderme: carteles, pancartas, dibujos, relieves: las paredes de aquel espacio bullían de actividad y la única serenidad se hallaría al final del pasillo, en la sala del escenario y las sillas, el espacio donde todo puede pasar. Había vuelto a VIENTO SUR TEATRO.
El equipo llegó y todo fue movimiento. «¡Nani, pon una hilera más de asientos, está todo vendido! ¿Está la escenografía lista? Sí, han montado una buena, pero es que apuestan fuerte, creo que es su primer proyecto serio. No lo primero que hacen, sino su primera obra “seria-seria”, ya sabes. ¡Y estreno absoluto! Maite, voy a decir a los chicos que juegan fuera al fútbol que bajen el sonido del altavoz, se filtra un poco, lo tienen contra la pared. ¡Qué compañía!, ¿son sevillanos? Sí, son hijos de la Alameda, anda trae más sillas, Nani, mejor duplicamos lo previsto que en puerta se suelen vender algunas más». Ojalá alguien se hubiese esmerado así con mis estrenos, me despertó cierta envidia sana (ninguna envidia lo es, pero ya tengo canas hasta en el ego, sé manejarlo).
La verdad es que no poseía idea alguna sobre el argumento de la obra que vería aquella tarde, y si estuviera vivo no me atrevería a preguntarlo: sólo veía carteles que decían SILENCIO y junto a la puerta, bien grande, SILENCIO, y sobre la mesa de recepción, SILENCIO, pero allí nadie se callaba. No sólo debo denunciar este comportamiento de parte del equipo de aquella sala, no… El público también, con su jolgorio entusiasta, mientras abordaban la sala, tampoco cerró el pico. Una falta de autodisciplina que me indignó, llamadme antiguo (lo soy), pero un espacio dedicado a las Artes Escénicas merecen un respeto superior que… Me duró poco la perorata. Oí a alguien que, literalmente, preguntó: «Hoy interpretan SILENCIO de Recursos Humanos, ¿verdad? Tengo unas ganas de verla… ¿aún quedan entradas?». Suerte, suerte infinita, oh, Dioses del Monte Olimpo, aquellos del Mar Profundo, los invocados en el Oráculo de Delfos, las Deidades que habitan la Isla de Delos, y a los que traman desde el Tártaro, por supuesto, a todos ellos yo les agradezco ser un maldito eidôlon invisible y que me ahorrasen la vergüenza de pasear por allá con la cara encendida tras entender mi error.
Hablando de rojeces… En el escenario se disponían varias decenas de latas rojas, albóndigas para los más curiosos, acopio de papel higiénico, botellas de agua, enseres de primera necesidad para largas estancias, todo ello en dos estanterías metálicas, un camastro, un váter desprotegido, una fuente de agua, mesa, silla, y, lo que luego comprendí (alucinante descubrimiento), era una videocámara conectada a un televisor noventero. Con ese invento se podrían grabar obras de teatros y revisitarlas después, incluso compartirlas con más público… Pero bueno, lo dejo aquí como idea, para quien quiera cogerla. Aquella escena respondería a la idea de búnker, un recurso defensivo que nació en el siglo XX contra los bombardeos y otras catástrofes, o al menos es lo que he ido sabiendo en apariciones pasadas. Refugio ante el peligro, el miedo, lo externo, lo posible, los otros y hasta de facetas de uno mismo. Hasta en épocas oscuras la gente busca cobijo mental en el teatro, por algo será. Y, precisamente de esto, trata SILENCIO.
Un hermano, preparado para el fin del mundo, sobrevive aislado en un búnker en el que sufre la llegada de su hermano, al que hace más de diez años que no ve. Forzado a darle cobijo, enfrentaran sus personalidades entorno al hecho, a priori indiscutible, de que no saldrán de allí en años. Y es entonces cuando el aire se condensa, los metros cuadrados se sienten cada vez más estrechos y lo que no se ha confesado nunca parece un grito a punto de escapar por un altavoz. Cuando no se puede ir a ninguna parte la mente reniega del sosiego, aunque recordar sea un camino de barro y alambre de púas. La interpretación en escena evidenció una complicidad labrada seguramente durante años entre los dos actores con la que el público aceptó la hermandad de los personajes con naturalidad. El lenguaje corporal fue bárbaro, así como la metódica selección de los silencios. La historia se deshoja poco a poco, la herida original es concéntrica para ambos personajes, irradiada hacia reacciones opuestas.
El tercer protagonista en escena, invisible como yo, que le da más sentido si cabe a toda la obra, así como cohesión a la estructura, es el apoyo sonoro y visual a cargo del tercer miembro en discordia de Recursos Humanos. La música, las atmósferas auditivas, las grabaciones reproducidas en la pantalla de aquel televisor: Todo es un lenguaje necesario para comprender la psicología de los personajes y el paso del tiempo. Ahí lo vi claro, son listos, muy listos, porque van con toda clase de trucos y técnicas para asegurar la emoción en esta época tan vertiginosa. En mis príncipes años como dramaturgo, recuerdo que empezamos con cambios de máscaras para conseguir algo parecido, así como apoyo del coro, cuando lo hubo, o incluso algo tan tonto como la modulación de la voz. Ahora podría hacerse así, claro, pero lo más probable es que una receta más elaborada como la de Recursos Humanos despierte atención e interés del público en estos días. Anoto en mi libro todos sus trucos, algún día los emplearé… ¡que me demanden!
Eso no quita que les desee lo mejor, fue una gran noche para mí y el público salió contento, dispuesto a retenerse en la puerta del teatro y conversar con algo de beber en la mano, costumbre que he presenciado cuando hay cierto éxito desde antes que me atreviese a escribir una palabra dramática con la temeridad propia de la juventud. Quise quedarme, alargar mi estancia, pero mi contrato con la mortandad no recogió esa cláusula, por lo que sé, y comencé a difuminarme.
No obstante, estaba inspirado, había llegado al ecuador de este Festival de Artes Escénicas de Sevilla 2023 con un gran sabor de boca, porque veo que existen compañías dispuestas a cambiar las formas trilladas a lo largo de los siglos para abrir nuevos caminos que toquen los temas de siempre, los que importan. Esto me recuerda a cuando estaba de juerga con Publio Terencio Africano (él había bebido tanto que incluso llegaba a verme como eidôlon), celebrando el estreno de una de sus comedias (sería el 165 a.C., las borracheras legendarias nunca se olvidan) y dijo algo que, a pesar de la embriaguez, le salió muy bien y aquí suscribo porque conviene recordarlo en el marco del feSt: «Homo sum, humani nihil a me alienum puto». Para los niños de esta época que no sepan latín, este dramaturgo no llamaba puto a los aliens, aquí respetamos a los del más allá espacial, quede aclarado de antemano, sino más bien confesaba aquello que se haría frase pop para camisetas y tatuajes de antebrazo: «Nada humano me es ajeno».
A una biografía se acude cuando ha pasado algo. Si fue mi culpa y te llamó la atención, quiero que sepas que soy Alberto Revidiego, escribo historias que escapan de sus contornos y divulgo cultura a través de todo medio a mi alcance. Actualmente puedes encontrarme por el podcast Mapa Desbloqueado que explora el multiverso de la Cultura, por las calles de Sevilla con el único tour de creación literario que existe, u ofreciendo mi asesoría como corrector profesional. Entre otros artículos, para Revista 17 Musas destaca mi cobertura mediante crónicas literarias del Festival de Cine Europeo de Sevilla (La butaca del Enmascarado) y el Festival de Artes Escénicas de Sevilla (EIDÔLON – Aristófocles eterno). Para hablar sobre cualquiera de estas cosas o simplemente saludar, me tienes por Instagram.