Mi yo en desorden está plagado de imágenes del ayer, del olor a madera de los cafés de antaño, de la atmósfera de discreta elegancia de los trenes antiguos. E imágenes del hoy, del presente, de la escritura tranquila frente a los ventanales de cualquier bistró, resguardado de la vertiginosidad de las calles de la gran ciudad.
En una de las páginas de Mi yo en desorden (2023), José Ramón Vera Machín,
novelista y poeta canario, dice que nadie podrá disuadirle nunca de la idea de que la
erudición, el humor y el lirismo son los tres pilares de la literatura. Y la verdad es que,
tras meditarlo mucho, he llegado a la conclusión de que no le falta razón, de que cada
uno de estos tres pilares goza de una importancia tal que, sin su presencia, la obra
literaria dejaría de serlo para convertirse en otra cosa. Puede que de idéntica formafísica, pero, sin duda, de diferente forma metafísica.
Sin erudición, el lirismo adquiere tintes que rozan la vulgaridad. Y sin lirismo, la erudición no es más que mero academicismo. Luego está el humor, que no debemos confundir con la risa, aunque también tiene cabida, sino con la comprensión o, al menos, la tentativa de comprender el alma humana.
Pues bien, todo ello está presente en la obra cuyo título encabeza este texto, Mi yo en
desorden. Un sinfín de reflexiones, pensamientos, ideas y hasta pequeños extractos de
poemas escritos en otro tiempo por el mismo autor, el cual, en su momento, fue
galardonado con el primer premio de novela corta “Joven Literatura Canaria”. Las dos
caras de Francia, se llamaba el libro que presentó al certamen, que fue distinguido por
el jurado por su “peculiar estilo narrativo”.
Resulta imposible resumir en estas breves líneas todo cuanto nos cuenta el autor en su nueva creación. Pero si hay algo de lo que he disfrutado sobremanera es de su gran sensibilidad y de su permanente búsqueda de la belleza, no sólo a través del lenguaje, impecable en cada línea, sino también de las imágenes que, parpadeantes, te asaltan con la lectura de sus párrafos.
Imágenes del ayer, del olor a madera de los cafés de antaño, de la atmósfera de discreta elegancia de los trenes antiguos. E imágenes del hoy, del presente, de la escritura tranquila frente a los ventanales de cualquier bistró, resguardado de la vertiginosidad de las calles de la gran ciudad.
Y, cómo no, destellos de música, cine y literatura. Monteverdi y Corelli, que, según Caballero Bonald, era su música preferida para leer. Julio Cortázar y su, a veces, obsesivo jazz. Álvaro Cunqueiro, Mauricio Wiesenthal, Emil Cioran, María Zambrano, César González-Ruano o Julio Camba, el cual, nos cuenta el autor, un día lejano, propuso un peculiar anuncio de periódico: “Se necesita persona instruida en historia para conversar una hora diaria sobre la decadencia de Bizancio”.
Todos ellos, junto con el propio autor, son personajes imprescindibles de Mi yo en desorden. Un título que engaña, pues al llegar a la última página y pararse a reflexionar,
a contemplar el paisaje, nuestro yo encuentra un inesperado y apacible orden. Y eso no
es fácil de lograr.