Arrancó con mesura una edición difícil al borde de la suspensión y es un mérito que todos debemos reconocer. El SEFF de este 2023 ha pasado muchas dificultades y el presupuesto se le ha estrechado abismalmente, es notable. No obstante, han sacado adelante una programación digna, con más de ochenta largometrajes y otros muchos cortos, actividades anexas y una eficiencia de manual. Ahora más que nunca debe apoyarse a la organización y las salas, acudir a sus películas y encontrarse, quizás, con Víctor Vigía, nuestro protagonista de “La butaca del Enmascarado” y amante de esta cita anual.
Yo, Alberto Revidiego, dejo paso a esta primera crónica escrita por Víctor Vigía desde «La butaca del Enmascarado» en el 20 Festival de Cine Europeo de Sevilla.
CRÓNICA I DEL 20 FESTIVAL DE CINE EUROPEO DE SEVILLA
Los tiempos pasados fueron mejores, o eso dice la manida expresión, pero ya os aseguro que es una falacia. Todas sus épocas tienen sus complicaciones y ventajas, y si te parece que lo de antes molaba más es simplemente porque has envejecido y la calidad perdida provenía de uno mismo, game over. En mi caso, reconozco que mi pasado en este festival ha sido algo escabroso, pero también muy divertido, pero lo que está por llegar… oh, lo que se viene. Que recuerdo cómo el año pasado pasé de ser un trepa afortunado a ostentar una acreditación como Director de Cine Breve por un corto que filmé. Este año soy mucho más ambicioso y lo voy a demostrar. Muchas mañanas me digo frente al espejo: «Víctor, querido Víctor, estás cada día más cerca del Giraldillo de Oro. Anda que no vas a vacilar na cuando des el discurso, se van a cagar». Y luego me lavo los dientes, porque vaya aliento.
En esta edición se cumplen veinte años del Festival de Cine Europeo de Sevilla, se dice pronto (¡20 años de SEFF!), pero no he visto mucho ánimo de celebración. Está la cosa estirada, digo yo que es la mesura de la veintena, el clásico postadolescente que se ve en la vida de adulto de repente y reviste una seriedad con tal de aparentar que está todo bajo control y que ignora ese vértigo. No obstante, yo voy por libre. Eso significa que puedo celebrar a mi manera este logro increíble para el Cine y Sevilla, y ¿cómo se me ha ocurrido hacerlo? Pues mediante un SEFFUMENTAL, que es algo que va más allá del documental sobre este festival. Cuando en el futuro me pregunten en qué se concreta eso del «más allá» para el documental, les soltaré la carta que gana a cualquier mano: «Performance». Y ahora tú frota la lámpara de los deseos acerca de lo qué esto puede conllevar…
Arrancó esta edición un 23 de noviembre con actos a los que no me invitaron, seguramente por algún error administrativo o porque hace poco cambié la pegatina del buzón y se habrá despistado el cartero, no importa; no se proyectarían películas ese día, así que para mí era mera burocracia. Pero el 24 de noviembre era otro cantar, y a las nueve treinta de la mañana estaba yo en la puerta del MK2 Cinesur Nervión Plaza, con el móvil en la mano en simulacro de tomas para el SEFFUMENTAL. Con más cara que espalda empecé a comentar a los chicos del staff, cuyos rostros delataban la ilusión primeriza, que se desplazaran a un lado para hacer la entrada más épica para la película que estaba filmando. Ellos, huérfanos de encargado que les diera instrucciones, dudaron, se miraron entre ellos, balbucearon en busca de razonamiento, pero tras comprobar de un vistazo la autoridad que revestía, difundida desde una seguridad que sólo puede tener un idiota o un genio, se apartaron e hicieron varios tipos de entrada a cámara lenta por las puertas del cine. Yo aproveché para colarme, en busca de tomas desde el interior (¿cómo es tan fácil esto?) y les dije que caminaran hacia el exterior, como si atendiesen al público que llegaba. Allí los dejé, atendiendo a un público invisible, porque en el instante que se giraron, corrí cine adentro hacia la proyección con la que arrancaría este SEFF.
Era una sesión exclusiva para acreditados. El reencuentro era evidente: que si nos vimos en Sitges, que si no nos vimos en San Sebastián, vaya película de mierda, vaya película gloriosa. Jerga de expertos, desintonicé, desde que estoy fuera del mundo de los fotorreporteros he perdido ese flow para socializar y entender sus estructuras comunicativas. Pero quise incluirlos en mi obra, por supuesto, así que me acerqué a ellos, con la cámara del móvil abierta en un plano cenital (¿o era genital? De nuevo, lamento haber perdido el habla especializada). Me pegué mucho, para captar un mejor enfoque. Ellos me miraron, pero yo observé con especial interés la pared del fondo, ajeno a la invasión que yo mismo ejercía. Hubo un momento en el que el más próximo dio un paso atrás, pero yo volví a pegar mi hombro con su hombro. Otro de ellos, muy educado, me preguntó si me necesitaba algo. Ante mi silencio, respondieron con un empujón protocolario al grito de «¡Vuelve a tu butaca, joder!» y ese es el clip que, con casi toda seguridad, emplearé en como detonante para SEFFUMENTAL.
La primera película era una ópera prima de Federico Schmukler titulada Felipe. «Abre la puerta» se ordena al inicio de la proyección y me parece muy significativo como arranque simultáneo del festival. Siempre atiendo a este tipo de detalles, al inicio y cierre, a veces las propias películas se comunican entre sí, entiendo que por azar o una mente maestra que las programa. En este caso, la frase se dice al propio Felipe, un chico de 13 años en la Argentina de comienzo de siglo, que se enclaustra en el baño, porque se siente limitado entre dos situaciones precarias y tensas de sus padres divorciados, eso sin contar su dependencia filial como adolescente. Supongo que la intención era reflejar las convulsiones económico-sociales de esa época con la excusa del chico desapegado de su contexto pero en cuanto a lo cinematográfico… Fue un comienzo de festival muy insuficiente para mí y, por lo que oí a la salida, para todos los acreditados que allí se congregaron, que reconocían la película como carentes de color narrativo, de magnetismo o, sin mayor rodeo, aburrida. Me temo coincidir, igual fue fruto de la hora matutina, pero me pareció un tostón que no lo salvó ni la interpretación grandiosa de los papeles femeninos, que era lo mejor que tenía. El joven protagonista estaba igual de perdido que el público de la sala, aunque debo destacar un diálogo que me pareció resumir muy bien la intención del director, y es el siguiente: «¿Ustedes siempre buscan a la gente rompiendo la puerta? Estamos en crisis. Siempre estamos en crisis». De nuevo, sublime para empezar esta 20º edición del SEFF.
Recordé que debíamos estar bajo la influencia de eso que llaman «Viernes negro», menuda puntería, pero no me desanimé, seguí a los compañeros acreditados hasta otra sala y me acomodé en una butaca libre mientras comenzaba Splendid Hotel: Rimbaud en África de Pedro Aguilera. Esta película es una fantasía visual que respira el aliento poético del propio Arthur Rimbaud, l’enfant terrible, con la excusa de inventar una trama uróbora en esos años en los que el poeta francés se marchó a África y en los que se le perdió bastante la pista. En esta ocasión, Damien Bonnard interpreta un Rimbaud furibundo y temible, embutido en un traje blanco, una cojera rítmica y una mano vendada, cuyo motivo descubriremos al final del filme. Un poeta desesperado ante una ciudad que no le recibe con facilidades y que, golpe a golpe, lasca a lasca, le hará despojarse de sus castillos en el aire para el futuro a medio plazo. Esta película se sirve de multitud de recursos para desenvolver la historia, desde una línea temporal fragmentada, lectura de cartas, pasando por cámara rápida, parpadeos de oscuridad, repetición de escenas que ya hemos visto para recrear la sensación asfixiante de vivir en el Día de la Marmota, reducir personajes a una mera prenda de ropa que se repite, aunque desarrollen diferentes papales o establecer espacios con el que se reencontrarán una y otra vez. El guion, excelente, suma esta experiencia de pesadilla creciente: «Creo que estoy en el infierno, por lo tanto lo estoy». Una temporada en el infierno.
Salí de la sala reconvertido en un Rimbaud sevillano, por supuesto, la empatía de actor sigue intacta bajo mi piel. Yo el director de Cine Breve maldito, el actor maldito, el fotorreportero maldito, ¿tendré acaso amnistía como director de documentales festivaleros? Pillé algo de comer en un supermercado próximo y me fui al sol a reflexionar, puro Diógenes en su vasija, que hace a estas alturas de noviembre un frío de estalactita en pelotas. Por supuesto, volví recargado de optimismo para llevar a cabo mi documental, porque tenía un as en la manga. Bueno, para ser correcto en el bolsillo del pantalón. Y es que desempolvé mi acreditación del año pasado para hacer el simulacro de que este año tenía el acceso garantizado. Total, como no cambian el formato ni los colores de las tarjetas de accesos, mucho tendría que aumentarse el zoom para leerse que corresponde a una edición anterior. Con ello debería tener las puertas franqueadas, pero… como no quería jugarme todo a una carta, seguiría trabajando en el documental de forma ostentosa para que nadie cuestionase mi laboriosa osadía. Comprobé que a las cinco proyectarían una obra sobre saqueadores de tumbas para traficar con sus obras de arte y ajuares, y me pregunté si acaso los artistas no hacemos lo mismo con lo que nos rodea.
Allá que fui a la obra en cuestión, Quimera de Alice Rohrwacher. Esta sala, siendo de las más grandes, estaba prácticamente sold out, lo cual era ya un buen presagio, pero tuve que ponerme en las primeras filas y temí por mi cuello. No obstante, con la novedad de los asientos reclinables no pude estar más cómodo, ¡bravo, MK2 Cinesur Nervión! El protagonista de la obra, un tipo con un don para encontrar tesoros enterrados, se ve rápidamente envuelto por la misma banda cuya presunta amistad y expresa actividad delictiva le llevó a prisión. Un tipo taciturno, con poca paciencia, que también vestía de blanco absoluto y se conectaba perfectamente con el Rimbaud protagonista de la anterior película, he aquí uno de los azares maravillosos con los que disfruto en este Festival de Cine Europeo de Sevilla. Otra coincidencia es que él es el extranjero allá donde se relaciona, le dicen «el inglés», como a Arthur le decían «el francés». Esto es una historia sobre la toma de decisiones en la vida, entre un talento en terreno baldío o apostar por el vértigo de la intemperie de la responsabilidad. Porque siempre hay un pez más grande y creerse inmune es una trampa mental para que la caída sea más dolorosa. Una obra que atrapa la atención y rueda siempre hacia delante, bañada en un humor jovial que pende siempre del afilado extremo de una navaja penal.
Café, café, necesitaba café, el sol y la comodidad de aquellos asientos me sobreestimulaban el sueño ¡y no podía permitirme perder un fotograma! Pero decidí hacer un experimento tras leer la sinopsis de la siguiente película a la que me incursionaría. ¿Cómo y cuánto aguantaría con ese mono de cafeína? ¿El motivo de semejante tortura? Sí, se llama Slow y es una proyección de la lituana Marija Kavtaradze. Esta película versa sobre la posibilidad real de que dos personas que manifiestan una gran conexión entre ellos pueden tener una relación de pareja estable si uno de los dos es asexual. ¿Existiría margen para una adaptación duradera o estaría condenada a ser un purgatorio para ambos? Pues, en mi humilde nivel científico, decidí experimentar esta película sin un café en el cuerpo, para que la tensión creciese dentro y fuera de la pantalla, en una sala, que he de decir, que estaba repleta de personas de muy diversas edades. Es un acierto simbólico que el coprotagonista se dedique a ser interprete de lenguaje de signos, es decir, expresión frente a una naturaleza limitada, siendo él el asexual, y la coprotagonista sea una bailaría de danza contemporánea, cuyo lenguaje principal sea el cuerpo y el contacto físico. Abierto el debate, sólo queda que cada cual vea la película y reflexione sobre los condicionantes.
Por mi parte, salí flechado a por café y con mi taza humeante estudié el programa del festival a la luz de un adorno navideño, porque fuera ya era noche cerrada y vi cómo habían decorado ya toda la órbita al cine con la parafernalia de luces y lazos propia de diciembre. El día había mejorado progresivamente y me sentía optimista como para probar suerte una vez más, aunque siempre existe el miedo de pasarse de frenada y estropear la buena racha, cosa que ya me sucedió un par de veces el año pasado. No quiero volver a sacar el móvil en mitad de una proyección para jugar al parchís, no, por favor. A última hora proyectaba una película que, por la sinopsis y elenco actoral, no me podía fallar: La bestia (La Bête) de Bertrand Bonello.
Creo que no seré capaz de resumir con acierto esta película, por la cantidad de tramas superpuestas, como vidas alternativas posibles, desarrollos en el futuro o el pasado (que es nuestro distópico futuro). Puedo decir que en unos años la humanidad, tras nuevos desastres globales, decide ceder el control y liderazgo de la sociedad mundial a las inteligencias artificiales y la protagonista de este film trata de mostrar la última resistencia interna a un tratamiento médico y tecnológico que han implantado las IAs para provocar que nuestras emociones y pensamientos se vuelvan neutrales, es decir, aplanar la intensidad de lo malo y bueno, alegrías y penas, para establecer de una vez por todas una paz teóricamente feliz para la totalidad de las personas. Pero esta mujer, una interpretación grandiosa de Léa Seydoux, siente que algo va mal, que el pago es demasiado alto, aunque se siente tentada por el discurso de la voz artificial, la sumisión de todos a su alrededor y las posibilidades casi infinitas de crear un mundo para ella a su deseo gracias a la simulación virtual. La nota disonante que le hará sospechar del sistema es otro personaje, esta vez interpretado por George MacKay, que dice en un momento determinado que ejercerá como su guardián ante esa bestia indefinida, nominación para el miedo más abstracto, por la que ella se siente perseguida y en alerta, con la certeza de que algo grave va a pasar de un momento a otro. Es una película compleja, con muchos matices y capas narrativas, y me encantó, porque sin duda se echaba en falta esa exigencia y esa intensidad bien hilada, que el cine, el Cine mayúsculo, puede y debe ser mucho más que un mero divertimento, y las posibilidades de este Arte son las mismas que las que la imaginación alcance. Acabó la peli y me dediqué a hacer tomas para mi documental, algo abstractas, sí, pero quién sabe si una inteligencia superior las aprecia como arte o amenaza, no por ello voy a ceder, respeten a los artistas (spoiler: no tienen mucho sentido esos breves fragmentos, pero quedan como testigos de mi ebriedad cinematográfica tras disfrutar de esta obra, de momento, mi favorita del SEFF). ¿Qué está por llegar?