El héroe de plata. La legendaria amistad entre Luz Long y Jesse Owens, es el sexto artículo de una serie que dedicaré a los escenarios, los personajes y la atmósfera de mi novela Stuka.
El Berlín del verano olímpico de 1936 y los últimos cabarets, la capital del Tercer Reich en los días del derrumbamiento del régimen nazi, asediada la ciudad por el Ejército Rojo en 1945, los pueblos escalonados del Alto Maestrazgo y un epílogo inquietante en el aeródromo de La Virgen del Camino son algunos de los lugares donde transcurre la trama de Stuka, una novela sobre la identidad sexual y la violencia que sufren las mujeres en tiempo de guerra, más allá de la historia negra de un bombardero.
Os invito a hacer conmigo este recorrido.
El héroe de plata, la legendaria amistad entre Luz Long y Jesse Owens
Jesse Owens era nieto de un esclavo de Alabama. Hijo de un granjero negro que se había trasladado a Ohio. Y de niño había trabajado en los campos de algodón.
Pero Jesse Owens era rápido. Saltaba muy lejos. Y le llamaban el Antílope de Ébano porque había sido capaz de batir cuatro récords mundiales de atletismo en un intervalo de setenta y cinco minutos.
Luz Long era alemán. Alto. Rubio. Proporcionado. La encarnación de los ideales del nazismo que exaltaban la superioridad de la raza aria. Porque Long también saltaba muy lejos. Pero no era nazi.
Los dos se encontraron en Berlín durante los Juegos Olímpicos de verano de 1936. Y lo que debía ser una lucha sin cuartel, una rivalidad entre dos formas de entender el mundo, desembocó en una amistad que ni siquiera rompió la guerra.
El 3 de agosto, en la prueba de calificación del salto de longitud, Jesse Owens estuvo al borde de la eliminación. Los jueces habían sido muy rigurosos y le habían anulado dos intentos. En el primero, le habían contado como salto lo que Owens pensó que solo era una carrera de calentamiento. En el segundo le dijeron que había pisado la tabla. Bandera roja.
Así que solo le quedaba una oportunidad y Luz Long, en lugar de cruzar los dedos para que su gran rival fallara también en el último salto y le despejara el camino hacia la medalla de oro, se acercó a su rival y delante de todo el Estadio Olímpico, delante del público alemán y de los jerarcas nazis, delante también del aviador Heiko Weber, piloto de la Lutfwaffe, probador de los primeros Stuka en la fábrica Junkers de Dessau, despechado por el rechazo de su amante, aconsejó a Jesse Owens que talonara claramente antes de la tabla de batida para evitar que lo eliminaran los jueces. «No necesitas hacer un gran salto para llegar a la final», le dijo.
Y Owens fue prudente.
El 4 de agosto volvieron a encontrarse en la final. Luz batió el récord olímpico en su primer salto y Hitler se removió satisfecho en su asiento de la tribuna. Pero Owens le superó. Y le arrebató la medalla de oro.
Lejos de sentirse frustrado, Luz Long, alto, rubio, la encarnación de la pureza racial que pregonaban los nazis, corrió a abrazar a su nuevo amigo, delante de todo el Estadio Olímpico. Hitler volvió a removerse en el palco, contrariado. Y hasta Heiko Weber, el piloto de los primeros Stukas, se olvidó por un momento de la mujer que ya no le quería.
Los caminos de Owens y Long se separaron. Owens regresó a los Estados Unidos convertido en un héroe, pero no encontró un trabajo mejor que el de botones en un hotel. Y el presidente Roosevelt no se atrevió a recibirle en la Casa Blanca, a pesar de sus cuatro medallas de oro, porque era año electoral y temía el enfado de los demócratas del Sur.
Long, a pesar de ser un atleta de élite, tampoco eludió el frente cuando la Alemania nazi agitó el fantasma de la guerra. Murió en 1943 en San Pietro, durante la invasión aliada de Sicilia. Y nunca dejó de escribirle a su amigo americano.
Jesse Owens, que después de la guerra visitaría a la familia de Long, incluso sería el padrino de boda de uno de sus hijos, siempre valoró la amistad de aquel tipo tan largo, tan alto, tan grande en todo. «Se podrían fundir todas las medallas y copas que gané y no valdrían nada frente a la amistad de veinticuatro kilates que hice con Luz Long», dijo Owens de su amigo alemán en una ocasión.
Fueron días de esplendor para los dos. Un verano de gloria para Berlín. Pero en la fábrica de Junkers en Dessau, los ingenieros ya tenían ultimado el nuevo modelo de Stuka; el avión que se lanzaba en picado y que la Luftwaffe se disponía a probar en la Legión Cóndor que combatía en la guerra de España. La sombra de sus alas de gaviota invertida estaba lista para proyectarse sobre los pueblos del Alto Maestrazgo.
Stuka, la novela de Carlos Fidalgo, coordinador del departamento de Periodismo de Espacio 17 Musas, ha sido galardonada con el Premio Letras del Mediterráneo de Novela Histórica que concede la Diputación de Castellón. Ha sido editada en formato digital y papel, puedes consultar donde está disponible en la página web de Algaida Novela.
Buenas noches Carlos tengo ganas de leer tu libro ,hoy he escuchado la entrevista que te hacía Marina en casa mediterráneo, me ha gustado mucho . Me ha parecido muy interesante lo que explicabas acabas de ganar una lectora (cuando has hablado de la presentación de tu libro en tu tierra he sentido nostalgia de mi padre que era de León).
Acabo de comprar tu libro por internet cuando lo acabe ya te diré que me ha parecido.