En La patria estremecida Elizabeth Subercaseaux tiene la mano firme, y no cae en la horrible tentación de escribir una novela romántica o de aventuras bajo el disfraz de una novela histórica. Nada de eso; a ella le interesa la historia de verdad. Nos muestra un Chile en el que la elite, si bien se muestra ordenada en la gestión del poder, vive de espaldas a su gente.
Elizabeth Subercaseaux ha decidido entregarnos una extensa y minuciosa reflexión sobre la historia de Chile desde su perspectiva de narradora. La primera parte la recibimos en La patria de cristal, donde se ocupó de la historia de Chile en el siglo XIX, y luego le ajusta las cuentas al siglo XX en La patria estremecida.
Si bien cubren períodos sucesivos, no es una bilogía al uso, y no es para nada necesario haber leído la primera para entender la segunda; la autora focaliza su atención en la historia de Chile utilizando una historia coral como recurso, de modo que los elementos dramáticos se van convirtiendo en un soporte para que sean los propios hechos históricos quienes tomen la voz cantante, y a través de ellos se presenten las ideas de la autora sobre la historia de Chile.
Y, en esta voluminosa novela, Subercaseaux repasa a casi todas las personalidades relevantes de la política chilena del siglo, y a gran parte de las figuras culturales, en un siglo XX que tuvo de todo.
Pero, quizá lo más importante, se mete con un mito muy arraigado en la sociedad chilena: que éramos un país que contaba con una democracia ejemplar, a diferencia de nuestros vecinos bananeros, los cuales se lo pasaban en dictaduras y asonadas militares llevadas a cabo por generales ansiosos de poder.
Esta ilusión le permite a la sociedad chilena, siempre tan insegura, siempre tan ansiosa de parecerse más a Europa y Estados Unidos, y menos a los morenitos de Latinoamérica, sentirse superior a sus vecinos. Ni siquiera el quiebre democrático y la posterior dictadura de Pinochet terminaron de romper ese mito; los chilenos podíamos entender nuestra democracia como ejemplar, con un manchón, para luego recuperar la democracia de forma pacífica, como lo hace un país civilizado.
Sin embargo, la autora no nos permite soñar con ser los ingleses de Sudamérica, los yanquis meridionales o los jaguares de América (tres apodos vergonzosos que los chilenos nos dimos en distintos momentos del siglo XX).
Nos muestra un Chile en el que la elite, si bien se muestra ordenada en la gestión del poder, vive de espaldas a su gente. Una élite que intenta repartirse el dinero y el poder entre un grupo de amigos y parientes, y mantiene una desconfianza rayana en el odio hacia su propio pueblo, siendo incapaces de darle a los pobres el menor espacio de participación real. Y, de ser necesario, aceptando o provocando amenazas golpistas o matanzas de ciudadanos.
Es el relato de un país escindido. Uno en el que un grupo toma las decisiones importantes y accede a los bienes económicos, pero también culturales, durante generaciones y generaciones, sin apenas cambios en su conformación, mientras el resto no existe, al menos para nada importante.
Es llamativa, pero no sorprendente, la casi total ausencia de figuras de origen popular en el libro, y no es sorprendente porque la historia de Chile no considera al pueblo, salvo como número en masacres y manifestaciones, o en los casos de individuos absolutamente geniales, como Pablo Neruda o Gabriela Mistral, a la que el premio Nobel obliga a Chile a darle el reconocimiento que merecía.
Por lo anterior, lógicamente la novela se asienta en la historia de una familia de alcurnia, cuyos miembros tienen una participación destacada en la vida política y social del país, y nos permite acercarnos a personajes y sucesos históricos de Chile. Vemos pasar a los presidentes de la época parlamentarista, a Arturo Alessandri, a Ibáñez, los radicales, Frei Montalva, Allende y finalmente la dictadura de Pinochet. La novela termina en la noche del 05 de octubre de 1988, la del famoso triunfo del NO, en el plebiscito que sacó al dictador del poder.
También veremos a personalidades políticas como Luis Emilio Recabarren, el líder obrero, o a insignes de la cultura como Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro o Inés Echeverría («Iris»). Todos ellos retratados en función de sus actos históricos, pero también desde una perspectiva personal, en la que se mostrarán con pasiones, afectos y egoísmos humanos, los cuales ayudan a entender la historia nacional, pero no se convierten en el sustento de ésta.
Elizabeth Subercaseaux tiene la mano firme, y no cae en la horrible tentación de escribir una novela romántica o de aventuras bajo el disfraz de una novela histórica. Nada de eso; a ella le interesa la historia de verdad.
Con una pluma ágil y apoyada en una investigación acuciosa, Elizabeth Subercaseaux hace gala de su profesión de periodista para proyectar una novela que, a pesar de sus casi quinientas páginas, no pierde el interés del lector.
Una novela que no se vuelve intelectual, a pesar de su afán por entender la historia de Chile, porque la autora es capaz de esconder las costuras y dejar que las ideas fluyan como un río subterráneo, regando la superficie del texto desde abajo y dejando florecer la narración, sin permitir tampoco que la anécdota consuma la novela.
Te invitamos a leer otras reseñas de libros y artículos de Carlos Basualdo Gómez.