La gripe y la perdiz es una de las veintitrés columnas de un «antidiario» del confinamiento publicadas en el mes de mayo en Diario de León. Junto al relato fantástico La luz que no se apaga nunca forman la serie El sueño de McSorley. Esta serie es también un cuento, un monólogo teatral que interpreté en el Festival Celsius 232 de Literatura Fantástica de Avilés, entre la desescalada y los rebrotes.
La Revista Espacio 17 musas recopila ahora todos los textos de la serie El sueño de McSorley, a mitad de camino entre la literatura y el periodismo, entre la realidad y la ficción, como antesala del Curso de Creación Periodística que vamos a programar próximamente.
Una taberna de Nueva York que no ha cambiado en ciento setenta años. Una bodega del Bierzo con un ataúd junto a la barra. Una luz de emergencia en un garaje subterráneo que no se apaga nunca. Una novela sobre la Gran Hambruna que no termino de leer. El eco de las pandemias que han acechado a la humanidad. Y una serie de ruidos en el desván de mi casa durante los días del último confinamiento.
Bienvenidos a este universo paralelo.
La gripe y la perdiz
“Se le ha ido la olla…”, murmuró una concursante. Lo que había sobre la mesa, una perdiz sin desplumar, con unos tomatitos sobre el lomo era pura provocación. Un ‘lo dejo todo y ahí os quedáis’.
No soy de los que ven programas de cocina en la televisión. Mucho menos concursos guionizados en los que de vez en cuanto se despide con escarnio al aspirante de turno para elevar la audiencia. Pero lo del ‘pájaro muerto en un plato’ -así lo definió uno de los tres cocineros del jurado de Master Chef- que presentó una concursante de Córdoba muy cabreada con el programa producido por Televisión Española es trending topic en Twitter y así me he enterado yo esta mañana, por casualidad.
Hay que mantener la cabeza en su sitio. Sobre todo cuando se vive confinado. Nada de pájaros muertos. Nada de tirar la toalla. Ya bastante tenemos con este virus, que desde el cuerpo de un murciélago nos ha llegado a la humanidad a través de un animal intermedio. Lo ha confirmado estos días la Organización Mundial de la Salud (OMS), que otra vez pone en su sitio a quienes alientan las teorías de la conspiración como el presidente de los Estados Unidos, el ‘inefable’ Donald Trump. El Covid-19, dice la OMS (a la que Trump, lo recuerdo, ha dejado de financiar) tiene su origen en el reino animal y no en un oscuro laboratorio de Wuhan. Ese es el argumento de una novela de Dean Koontz de la todo el mundo habló al comienzo del confinamiento (también yo), junto con otra aún más escalofriante y posiblemente mejor escrita de Stephen King, ese genio del terror.
En tiempos de pestes, la turba descontenta suele buscar un chivo expiatorio, una cabeza que cortar, un enemigo visible al que enfrentarse. Ocurrió, por ejemplo, con una de las epidemias de cólera que en la primera mitad del siglo XIX todavía eran frecuentes en ciudades como Madrid, donde la higiene y el alcantarillado dejaban mucho que desear.
Circuló en uno de esos brotes el bulo de que los jesuitas -qué mala reputación tenían los jesuitas- habían envenenado las fuentes y por eso había tanta gente enferma. Y si les molestan los policías de balcón, imagínese lo mal que lo pasaron aquellos religiosos en el Madrid de Larra y Espronceda, en aquella España de la Primera Guerra Carlista, después de que más de uno perdiera la cabeza y arremetiera contra ellos. Fue en 1834 y la ira popular acabó con una matanza de frailes.
Lo del ‘virus chino’ de Wuhan, como le llaman algunos en un brote de xenofobia imperdonable, parece otro intento de buscar un culpable. Y cuidado con estigmatizar a los chinos. Les recuerdo que durante la última pandemia de gripe, hace cien años, los españoles ya nos comimos el marrón de darle nombre a una enfermedad detectada por primera vez en un acuartelamiento de Kansas, allá por el Medio Oeste de los Estados Unidos, entre soldados reclutados para combatir en la Primera Guerra Mundial. La gripe española la llamaron, porque la censura militar silenció su propagación por las trincheras de Francia y los Países Bajos y nuestro país, que no participaba en la guerra, nunca ocultó lo que estaba pasando.
Y por cierto, el cólera también había llegado a España en 1833 debido al constante trasiego de tropas por Europa.
Este relato fue publicado el 6 de mayo de 2020 en el Diario de León como parte de la serie Diario de un confinado, el día 52, La gripe y la perdiz.
El texto es parte del material de trabajo para el Curso de Creación Periodística de Carlos Fidalgo en la Escuela del Espacio 17 Musas.
Te invitamos a leer otros relatos y artículos de Carlos Fidalgo en la Revista 17 Musas.