A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas y Mapa Desbloqueado. Y Aristófocles, como eidôlon que es, más fantasma que nunca, participará de esta experiencia. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.
CRÓNICA III: “MISERICORDIA” – Denise Despeyroux, Centro Dramático Nacional
TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
2 de noviembre de 2024 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Todos deberíamos tener derecho a un reinicio. Digo más, mínimo uno al año, qué problema sería para nadie, un reseteo, así lo siento y creo, las dos formas verbales que tengo de rebeldía ante la ciencia, en cualquier faceta de la vida o la muerte deberíamos disfrutar de ese privilegio del volver a empezar, ya sea motivado por capricho, tozudez o arrepentimiento. En mi caso, sería por la alegría. Volví de la sala de espera de la postvida a las estancias del Teatro Central, el cubo dentro del cubo. He visto aquí muchas obras en la temporada anterior, me atrevería a aseverar, con cierto descaro y vergüenza, que fui incluso, entre sus butacas y escenarios, feliz. Un fantasma contento, habrase visto nadie nunca tal despropósito.
Y retomaba mis andaduras como eidôlon un dos de noviembre, tan destacada fecha a la luz del Día de los Muertos, ese portal entre planos de existencia que, como las carreteras durante los findes de verano, se atasca con turistas. Había mucha gente en las instalaciones de este auditorio y sólo una obra que se representaría aquella noche: MISERICORDIA de Denise Despeyroux y el Centro Dramático Nacional. El escenario escogido para tal actuación fue la Sala Chácena, que ya tenía desplegado una escenografía amarilla y negra en forma de casa, dispuesta en diagonal, para que todos viesen bien tanto la primera habitación con mesa, sillas y una pizarra transparente en la pared, como el interior de la vivienda, que intuía una suerte de estudio con escalera que conducía a la habitación de una de las protagonistas. Y es que esta simularía ser una vivienda familiar, de tres hermanos, cuasihabitada a su vez por un amigo, que estará cada vez más integrado en aquella extraña hermandad, a medida que se entrelazan lazos con cada uno de ellos.
No me pasó por alto que cada objeto, mueble o barrera era negro o amarillo, detalle cromático que connotaba ideas asociadas al peligro, o así lo vemos en algunos animales salvajes. Por otro lado, los colores tendrían mucho sentido en cada personaje:
El hermano (H1, en adelante, aquí interpretado por un soberbio Pablo Messiez. Esta obra me sacó las cosquillas científicas del método y la esquematización, luego explico el porqué) todo de negro, él que busca concretar, lo definido entre tanta abstracción u oscuridad (tanto como dramaturgo desorientado que debe estrenar obra en el Centro Dramático Nacional, y aquí una muestra de las metanarraciones que surcarán esta obra, como hijo heredero de traumas del pasado).
La hermana mayor, su opuesta que le complementa (H2, en adelante, papel bajo el control del talento de Natalia Hernández), todo de blanco la primera mitad de la obra, alguien que busca ordenar desde lo invisible, la fe, la espiritualidad, aferrarse a ello por el simple hecho de que son rituales familiares.
La hermana menor, (H3, cómo no, aquí bordado por Marta Velilla) en cierto sentido el punto medio, pero también jugará el papel de oposición frente a su hermana en el campo romántico, aunque para todo lo demás siempre sume. Quizás el personaje cuya concepción aporta más elementos visuales, con colores azules, blancos y rosados, y con mucha temática videojuegos y cosplayer, pero que consigue transitar de su mundo interior hasta colonizar poco a poco tanto a la escenografía como a la reflexión que orbita esta obra. De hecho, el final, momento que pertenece a la tiranía de los spoilers, está altamente relacionado con ella y precisamente ese mundo interior que se externaliza para disfrute del público.
El cuarto elemento en discordia es el Amigo (lo catalogaré como A, A de Amigo, A de Amante, A de Alumno eterno…, aquí interpretado con mucha pasión por Cristóbal Suárez, quien tenía el reto de ejercer de desencadenante para numerosos procesos internos, y de hecho llega vestido con colores que comunican con los de los demás personajes). Él llega como el mejor amigo (o la mejor sombra) de H1, pero acabará adquiriendo su propia consistencia. Un personaje que parece venir de su propio exilio, en este caso del mundo del teatro como dramaturgo, y cree haber encontrado otra pasión y, quizás, otra familia. Creencia que detonará la tormenta perfecta dentro de aquel trío de hermanos.
Y jamás podríamos olvidar a Denise Despeyroux, que más allá de ser la dramaturga de MISERICORDIA y su directora, también aparece en un par de escenas importantes, haciendo de sí misma, ejerciendo el inabarcable oficio de la autoficción, pues esta obra tiene mucho de mirarse a uno mismo y apuntar el caleidoscopio hacia el corazón, la mente y los instintos. Es tan importante cuando sale como cuando se habla de ella estando ausente, qué sentido del humor y qué calidez, por favor. Yo como dramaturgo sé que no tengo esos mimbres tan bien templados para montar una obra polifónica y que gire sobre sí misma con tanta fluidez.
De hecho, me detengo a hablar sobre los personajes porque son muy humanos, a pesar de que no ostentarían el orgullo de etiquetarse realistas. No se busca eso, no hablan, piensan, callan o se aíslan en sus cabezas de la manera que lo haría los humanos de las primeras filas. Están solteros, superan la treintena, no tienen hijos, viven en la misma casa. Pero todo eso sirve mejor a la idea que cruza como una cicatriz este cuento: Los traumas que brotan bajo los párpados de la memoria por haber experimentado un exilio político, como el que sufrieron tantísimas familias cuando imperaba la dictadura en Uruguay. Se llegó a decir en la obra que a otras dictaduras fue más fácil enfrentarse a ella porque tenían rostros identificables como el líder a batir, así Pinochet, así Castro, y una lista detestable… pero que en Uruguay, al ser conducida por una junta militar, «todo era muy kafkiano».
Y con esta temática, pudiendo surcar todos los caminos de la gravedad, nos encontramos con una comedia que se mece entre conceptos como la amistad, los ritos del Judaísmo, los videojuegos, el veganismo, la paupérrima estabilidad del trabajo artístico, el absurdo («¿Eres consciente de las dificultades que nos trae habitar calendarios distintos?») y la bromatología, es decir, la ciencia que estudia los alimentos, aunque apuesto mi brazo fantasma a que la elección para hablar tanto de química orgánica y sus efectos en esta comedia corresponde a la propia definición científica, broma-tología.
Y me llama la atención que se hable tanto sobre aprender, que los personajes manifiesten una mente abierta para querer conocer, ilusiona ver personajes que escuchan al otro, a pesar de sus diferencias, y se regalan la oportunidad de aprender algo por el camino. Funcionan como una provocación al público para que se contagien de ese ánimo tan saludable (y lúdico). «Es un rasgo muy uruguayo eso de ser autodidacta». De hecho, H3 ha aprendido por su cuenta a crear un videojuego, que vemos a veces proyectado sobre la fachada de la casa, como una extensión de su universo interior, o de cómo le gustaría que fuese la vida. Otro rasgo común a todos los personajes es la velocidad de los diálogos y sus variables profundidades (cuidado, que en algunos momentos te hablan del colesterol y otros de Peter Handke). Pero nadie se altere: Sustraen de la memoria uruguaya canciones infantiles que cantan («Sal de ahí, chivita»), blanden la ironía más descarnada («La cábala es el sistema más ordenado de mindfullness»), se muestran videorespuestas fallidas que van construyendo una mentira social, y se hace mucha autocrítica («Una persona es mucho más que la suma de comentarios imbéciles que hace»).
Una obra muy divertida, que hace al público reflexionar, que pone en el mapa la no-tan-mainstreing dictadura uruguaya y sus herencias catastróficas, y sirve como ejemplo de escuchar al prójimo y tratar de aprender algo por el camino, que nunca viene mal. «Un traidor puede con mil valientes. La vida es uruguaya». Plagada de buen texto, sin duda, me quedo con una de las sentencias finales, que decía algo así como «sólo lo que no invento es falso». Y por eso escribo.
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