A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas y Mapa Desbloqueado. Y Aristófocles, como eidôlon que es, más fantasma que nunca, participará de esta experiencia. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.
CRÓNICA XVI: “LA PERSISTENCIA” – Fernanda Orazi
TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
7 de marzo de 2025 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Petit comité, sala íntima del Teatro Central, apenas cuarenta espectadores, aproximación a ojo de fantasma, cosa extraña en cualquier caso. Aparece Manuel Llanes, director del teatro, acompañado de Fernanda Orazi, la dramaturga de la obra que allí estaba programada. Se disculpan, excusan la situación: Resulta que la actriz destinada a interpretar la obra, Ángela Boix, estaba enferma, no podría comparecer, y habían ofrecido una devolución de entradas para todo aquel que lo desease o… y aquí empieza lo bueno… una lectura dramatizada por la propia Fernanda Orazi. Todos los allí presentes optamos por acompañar en esa improvisada aventura que nos habíamos encontrado en el camino y qué gran experiencia.
La obra en cuestión era LA PERSISTENCIA de la mencionada Fernanda Orazi, que aquí actuaría de lectora, maestra de ceremonias y actriz, todo rebujado, proyectil que se regala, para aquel público que eligió un riesgo que sería recompensado, con creces, por el talento natural y veterano de esta creadora. «Voy a contaros la obra y a leerla, sí» dijo generando risas de complicidad mientras sostenía un ramo de folios en una mano, en la otra sus gafas de cerca. Y comenzó a recrear lo que debía hacer la actriz, se fue una pared, dijo «Solloza desesperadamente» y lo recreó con varios niveles, con interrupciones aclaratorias, «un buen lugar para llorar», y sería un ejemplo de cómo iría el resto de la hora. Se movería por el espacio, siempre con sentido de la armonía, leería esos folios, otros los recitaría de memoria, sentiría lo que el personaje debía sentir, hasta la lágrima, la conmoción, la risa, el salto de planos mentales y emocionales que sólo una actriz puede hacer porque «está escrito».
Y es que su personaje, una suerte de actriz que se sabe actriz literaria, atrapada en la letra, que no deja margen en blanco para el libre albedrío, manifestará una suerte de crisis existencial, metaliteraria, tanto por la estrechez del texto como por el desanimo que puede aparecer a veces en torno a la idea, la pulsión, de ser actriz, de dedicarse al teatro. «¿Sabéis lo que experimenta una actriz cuando se da cuenta que su actuación es mala?» o aquello de «¡Es todo lo que puedo decir, está escrito! ¡Está escrito!». Pero también habrá momentos de reconciliación interna, de clarividencia, cuando dice aquello de «Lo esencial no es la gloria, ni la notoriedad […] es el aguante». Y de ahí, la esencia del título, La persistencia.
Una obra atravesada profundamente por La gaviota de Chéjov, su Nina desesperada, agotada y con hambre, sola, lanzada hacia el drama. De hecho, en la obra se hace varias referencias, incluso parlamentos, extraídos de aquella obra. Y cómo evitar sorprenderse y reír cuando recreaba, al menos en cuatro ocasiones, los graznidos de una gaviota, porque una actriz tiene el poder de ser lo que quiera (si está escrito). También se señaló su obra Tio Vania, pero las referencias sobrevolaron a su vez a otros autores como Ivan Turguénev, Konstantín Stanislavski, Miguel Unamuno o Tennessee Williams, «¡Qué bonito, por favor!». Pero supo hacerlo suyo: «La repetición es el corazón de mi existencia».
Aunque tras repetir esa frase, no tardaba en autorreplicarse «ya lo sé, ¡qué pesadilla!». Y es que es una obra con mucho humor, a veces amargo y desde el hartazgo, pero humor que se contagia. «Ultraterrestre: Hay que decir esta palabra en el teatro» o como aquella vez que interpretó su texto, se interrumpió para pedir música, el técnico la introdujo, y entonces continuó. Encontramos la sorpresa en forma de salir del escenario, caminar alrededor de la grada, bajo la misma, gatear por el suelo, salir a los pasillos a gritar, entrar por otras puertas, subir a lo más alto de las gradas, pedir foco y, desde allí, imaginar que está ante el mar o confesar al público que «tal vez no saben que ellos no vinieron a verme a mí, sino a que yo os vea. Me conmueve…».
Como ediôlon me sentí muy identificado cuando se dijo cosas como «yo he muerto muchas veces […] A veces he sabido estar, otras no he sabido morir» o aquello de «recorreré mi cuerpo y comprobaré lo delgada e ingrávida que me he quedado», porque yo me testeo bajo esta ropa grisácea y me noto que me falta un pucherito, pero ya uno se acepta tras veinticuatro siglos.
Fue una defensa del texto muy entregada por parte de Fernanda Orazi, yo que pensé que me esperaría un silla, una calma, una lectura con voces, pero mucha quietud y… no me encontré nada de eso, por fortuna. «Late la idea de un corazón». Y admiro la difícil tarea de defender el texto ante una situación imprevista, una enfermedad que espero que no sea nada grave. Los aplausos que llegarían fueron muy merecidos, nada condescendientes. «Un final no hay, pero puedo intentar una escena final» a lo que sugirió, «esperar hasta diez, y si no me he movido es que eso era un final». Y, por supuesto, ahí no acabó la obra.
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