A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas y Mapa Desbloqueado. Y Aristófocles, como eidôlon que es, más fantasma que nunca, participará de esta experiencia. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.
CRÓNICA XI: “WERKEN EN DAGEN” – FC Bergman y Toneelhuis
TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
14 de febrero de 2025 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Soy un fantasma enamorado, pobre Aristófocles, entrampado de amor por una violenta belleza de poco más de una hora de duración, insensata voluta de humo y eco en el tiempo, causado por una obra teatral de FC Bergman. Y de repente me vi sometido (vapuleado desde los cuatro costados de mi mente) por una ilusión que no había visto venir y que ahora me azuzaba las riendas: ESTO ES UNA OBRA. El tipo de arma que convierte a no creyentes y despistados para que adoren las tablas, para que se compren un abono y contagien entusiasmo a sus vecinos hasta que les condenen al ostracismo por pesados. ESTO, es decir, LA OBRA se llama WERKEN EN DAGEN y arrasó con el público del Teatro Central.
Desde el inicio tomaron el escenario, apretaron el puño de la atención de aquel público y no dejaron que volase más allá de aquellos metros que conformaba la escena. Irrumpieron allí como yo con mi crónica, súbitos, ocho personas llegaron a un extremo y rompieron el suelo del escenario con un martillo. Tras este primer impacto, y por todo lo que está por llegar, se merecen que deje aquí el nombre de los intérpretes en escena: STEF AERTS, JOÉ AGEMANS, MARYAM SSERWAMUKOKO, THOMAS VERSTRAETEN, MARIE VINCK, FUMIYO IKEDA, GEERT GOOSENS, SUSAN DE CEUSTER. Tras la nube de astillas, un agujero y, suspendida una gallina real frente a ellos, pretendieron que expulsase y canastase un huevo in situ. Segundos más tarde, con un arado antiguo de madera y metal, cruzaron el escenario con energía, levantando toda una fila de madera de aquella superficie. ¿Cuántas veces has visto que destrocen el escenario de un teatro? La violencia lleva al asombro y este a la imagen simbólica que querían reflejar: Partíamos del comienzo de los tiempos; la civilización emerge con la agricultura y los rituales.
Y aquí debo especificar que, aquel título, Werken en dagen, hace referencia a una obra de un paisano mío de la Antigua Grecia, aunque algo más mayor que yo (pocas veces puedo presumir de ello): Hesíodo, el poeta que escribió una suerte de carta-poema para su hermano titulado Los trabajos y los días y que combinaba, consejos sobre la agricultura y una guía sobre la vida. Espero que a su hermano le fuera bien. Aclarado este guiño, vuelvo a lo que tuve frente a mí: Impulso, caos, éxtasis, reordenación. Me parece el patrón que seguían para remar a través de la obra. Vemos una simulación de rituales que van desde la aparente violencia al sacrificar animales (ningún animal fue maltratado en la obra, como anunciaban en la web del Teatro) hasta una danza de carpintería en la que sintetizaban la idea del hogar mediante la construcción de los nervios de madera que suponían unas vigas de gran tamaño. Ahí, frente al público, en pocos minutos, tenían esa construcción pesada y enorme, una tendencia escenográfica que es una tónica común en el trabajo de FC Bergman, elementos contra los que sus personajes se miden y crecen.
Y es que apreciamos en esta obra una inclinación evidente ante la fuerza de la colectividad, el grupo lo es todo, cada mano, espalda y pie de los participantes debe obedecer como si de un solo cuerpo perteneciese, y no hablo de mímesis simultánea, aquí nadie jugaba frente al espejo, sino de comprender y actuar conforme a una única voluntad que les guía en todo momento, casi como el trabajo de un enjambre, la mente-colmena, todos los fuegos el fuego. Y esa misma llama, esa actuación que quemaba los minutos con una energía muy física, se expandía en todo momento sin un vocablo, sin idioma, es decir, en el idioma universal: La performance fue sin palabras. Ni la gallina se atrevió a clocar. Eso sí, acústicamente, la obra fue rica y onírica, gracias a dos músicos multiinstrumentistas, dos de aquellos ocho, que salpimentaron la receta escénica a base de percusiones, instrumentos de viento, algunos de cuerda e incluso un órgano, que llegó a ser tocado simultáneamente por ellos dos. Algún coro monovocal también acompañó en momentos muy puntuales. A ello, sumémosle la cadencia de pasos, de tablones de madera roto, de las herramientas, de las caídas de objetos, las mantas que se agitaban, la lluvia (sí, la lluvia), e incluso los pasos de un perro robot. Pero al perrete ya llegaremos.
El cuento, el sueño, la obra. Qué difícil es señalar palabras para definir el formato emocional de una actuación muda. La energía como rito. Rememoro las potentes imágenes que desenvolvieron, extrañas y poéticas, por supuesto, que captábamos al instante con su epidermis de simbolismo: el embarazo con una gallina sacrificada atada al vientre, el descanso de siglos que la sociedad tuvo una vez terminaron el concepto de hogar, el parto y sacrificio del elefante, el animal que representa la memoria, a favor de las nuevas generaciones, cómo esa niña (el futuro es femenino) acompañó el último ciclo de aquel espíritu anciano y desnudo (llamativo ese paseo de la mano de una niña y un anciano perfectamente depilado) que, tras acabar gateando hacia el centro del hogar, simplemente… desapareció del escenario. También el duelo, en forma de espíritus animales, revestidos con lascas de madera, los mismos escombros que el trabajo de la tierra y el hogar generaron con tanto esfuerzo y que se deslizarían alrededor de la niña hasta hacerla desaparecer con la misma magia. Esas criaturas generarían un rito minutos más tarde y, en la penumbra de la sala, veríamos cómo la estructura pesada de la casa caía con suavidad hacia delante, casi a cámara lenta, sin un crujido, casi con somnolencia, hasta posarse en el suelo, que lo recibió con ánimo de almohada, arropada por una neblina que cubría un palmo del escenario. Sin pasado, sin futuro, sin hogar.
A partir de ahí veríamos la modernidad, la llegada de una máquina de vapor que generaba fuego y fuel, y que sedujo a los presentes, quienes aprovechando un contraluz muy tenue, fueron desnudándose e interactuando con aquella tecnología inesperada. La entrega a la tecnología de la sociedad, sin concesiones, sin timidez. Todos fueron sacando una fuego azul del vientre de aquella mole de metal, un fuego fatuo cuyo brillo y proximidad al rostro daba aires de los modernos teléfonos y la distracción social con ellos.
Hubo una figura que se abstuvo, quizás la que simbolizaba una mayor edad. Llegó un momento en el que intentó volver a los viejos métodos, arar la tierra (una fila de tierra real a pocos metros del público), con la azada de madera, pero ni tenía fuerzas ni los elementos le daban concesión alguna (aquí la lluvia, una cortina de agua que caía con fuerza desde el frontal del escenario, que enfangó aquel camino imposible). Tuvo que reponerse, aceptar y encaminarse hacia la maldita máquina, aquel invento que parecía haber anestesiado a los demás, haberlos desnudado y sometido en una plácida quietud. Cuando intentó tocar la máquina, esta ascendió al cielo, tal cual (de nuevo parecíamos dentro de un cuento). Ofuscada se sentaría en un suelo nuevo, todo el escenario era de colores, conformado con aquellos elementos que tanto logró extraer de la tierra en el pasado. Entonces llegaron las explosiones.
Sí, aquí y allá, el suelo de colores, sorteando a los personajes que seguían desnudos allí tumbados, comenzó a explotar con un gracioso sonido, y por todas partes volaban astillas y… piñas de plástico. Muy vistosas. Ante el desconcierto inicial y la risa prematura del público, en un par de minutos casi toda la escena se llenó de tablones rotos y piñas de plástico. Ahora vivían dentro de un no-lugar, llámalo internet, fantasía o irrealidad, a mí todo me vale. De hecho alguien bromeó a su acompañante entre el público «todo muy Candy Crush», asintieron entre risas, yo no pillé la referencia. Y entonces llegó el perrete. En la semioscuridad, un perro robot caminó, curioso sobre las piñas y la propia mujer, a la que enfocó de forma sorpresiva para todos. Luego fue hasta el público, les examinó igualmente con su potente luz, vi las sonrisitas nerviosas de los asistentes, la inquietud cuando aquello se alargó un poco. El perro robot saludó con una patita. Cómo no enamorarse. Fundido a negro.
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