A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas y Mapa Desbloqueado. Y Aristófocles, como eidôlon que es, más fantasma que nunca, participará de esta experiencia. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.
CRÓNICA II: “LA FORTALEZA” – Lucía Carballal y la Compañía Nacional de Teatro Clásico
TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
19 de diciembre de 2025 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
La lluvia trae una memoria de siglos, es algo que se siente si se guarda silencio, si se esconde un poco de atención al tráfico de estímulos que nos rodea. Bueno, yo lo vivo desde el otro lado de la pecera, tengo un cristal tremendo a unos centímetros de mi nariz de eidôlon, veo la gente llegar, aparcar, bregar con paraguas y charcos. El Teatro Central acogía de brazos abiertos a los asistentes, muchos de los cuales fueron en busca de calor a la cafetería del recinto. En poco más de media hora comenzaría LA FORTALEZA de Lucía Carballal y Compañía Nacional de Teatro Clásico.
La sala B estaba lista; tonto el último, en esas entradas no numeradas. Un castillo blanco, un frontal amplificado, flotaba en el aire, símbolo de todo lo que vendría luego, partiendo de la mano de Calderón de la Barca, y repensado bajo una mirada mucho más contemporánea, reflejo de un padre ausente, de una carencia fortificada. Carballal empuña la dramaturgia como una llama, una verdad que ilumina y quema. Bajo el castillo, escombros; a su lado, puro material de obra. El único descanso visual a tanta reforma pendiente es un panel de manera en el que se proyectaba el título, negro sobre blanco, y el guiño al castillo de Lindabridis del autor clásico. Puntualizo: Un castillo volador. Ojo ahí.

Apareció una primera intérprete, Eva Rufo, vestida con la uniformidad contemporánea que podríamos tener todos: vaqueros, botas, camiseta. Esta prenda tenía un texto muy claro: “El Clásico es joven” y no podía estar más de acuerdo con 24 siglos a la espalda. Rápidamente vimos una dinámica de metanarración en la que se nos explicaba que le encargaron crear una obra sobre Calderón de la Barca, sobre esta obra en concreto, y vincularlo directamente a vivencias personales. Eso se puede entender rápido, pero el debate salta rápidamente a la pegajosa pregunta de cómo o por qué habría que traer lo clásico al presente (¿hola? Soy prueba no-viviente de ello) y me encantó una frase, una cuestión, que lanza la actriz: “¿Hay que tenerle tanto miedo al esfuerzo? […] ¿Tiene que ir la obra a ti?”, cuestionando esa comodidad naturalizada para el gran público, pero contraproducente contra él mismo. Hay cegueras que se aceptan voluntariamente.

Pronto saldrá otra actriz, Mamen Camacho, a la que se sumará en el último tercio una tercera, Natalia Huarte, y quiero dejar claro desde esta frase que las tres hicieron un trabajo impresionante, toda emoción a primera línea, con un autocontrol profesional que me dio envidia y admiración, dos potencias que me tiraban de las correas de la atención hacia sus actuaciones, no podía quitar el ojo. La versión de la mujer medieval, sumisa por necesidad, la hija que espera complacer al padre ausente, el rey distante, la voz en las alturas que nunca se puede abrazar. Recitar desde la rabia, volcar la lágrima, provocarla en el público, que el aire se contraiga, que se disuelva la tensión entre risas, pero que lleguemos al rompeolas de una realidad amarga. Esas son las vueltas que nos provocaron.
La arquitectura cobra otra dimensión en esta obra, me sorprendió ese enfoque. Construcciones, apoyadas con refuerzos visuales proyectados en ese panel de madera, que derivan a malsabores, a rencores sempiternos, a una imaginación sobre un posible subtexto en Calderón de la Barca. Se trabaja para “alcanzar el símbolo o ayudar a que tome tierra”. Se busca desde la memoria personal, desde los recursos poéticos y literarios, desde la “alegría primitiva”, desde la copia de gestos hasta el límite en el que “sigo sin entender el gesto del abandono”.

Todos acabaron aplaudiendo en pie, agradecidos por la experiencia, y los que salieron con prisas lanzaban miradas al escenario, apenados por no quedarse más, porque tenían otra obra esa tarde que le pisaba el horario. El teatro clásico sigue llenando salas, esta estuvo con todas las localidades agotadas, y es un músculo cultural que no pierde volumen, que abre muchísimas puertas y que debe defenderse, tan bien como esta compañía hizo esa tarde, contra la erosión del tiempo y la distracción.
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