A continuación, PARTITURA PARA EL FUEGO, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad de la V Edición de ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST, celebrado del 30 de mayo al 14 de julio de 2025, recogidas en Revista 17 Musas. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.
ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST
20 de junio de 2025, Plaza de España, a través del tiempo
De todos los escenarios posibles, anoche transitamos el de la generosidad. Que suena muy hippie dicho así, muy a catarsis en mitad de una borrachera, y algo de esto también hubo, pero me refiero a que el anecdotario se regalaba entre los límites del ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST. Recibimos la música, los golpes y la energía equivalente a un microfestival veraniego reconcentrado en una noche. Empezaré con la verdad, como siempre hago, aunque mi vida sea un ficción continua: Yo no iba a pisar el festival. Estaba en mi ático de la Giralda, charlando con mis compañeras aladas, las palomas más cultas de la ciudad, barajando los pros y contras de quedarme encerrado mil años, paladeando un pico de misantropía, cuando me quedé embobado viendo las luces en el cielo. Este festival tiene una proyección lumínica fascinante, puedes detectarlo desde gran parte de la ciudad. Algunas amigas me habían advertido desde el alféizar: la noche aguardaba algo gordo. Así es como hablan ellas, algo gordo, y no especifican una mierda. Yo, vuelvo a decir, no pensaba salir de mi casa. Pero entonces dos de ellas, Jergina y Aluerta, se empeñaron en que las acompañase, que si volar allí es arriesgado con tanto foco, que mejor ir sobre mis hombros. Una pereza… Sí, tremenda, pero son mis amigas y uno hace de tó por sus vínculos. Así que tiré hacia Plaza de España, a descubrir un cartel que prometía algo gordo.
Una vez llegué, había tanta gente, que debo reconocer que se me disparó algo de ansiedad social, mi vieja compañera de viaje. Supe que una vez comenzara la música aquello se disiparía, pero hasta entonces… decidí darme un capricho. Transformé a Jergina y Aluerta en humanos, les di apariencia aleatoria, y les dije que se internasen entre la gente, a pista directas, y que procurasen no picotear a nadie. Fue gracioso verlas caminar con dificultad entre la multitud, pero allá que fueron. Yo me arrojé sobre la barra de un bar, me hice con una cerveza y tres empanadas argentinas, exploré la zona y acabé en un banco de mimbre muy cómodo, con la vista enfocada hacia la plaza, cuyas luces aún luchaban con la incandescencia de la tarde, que aún resistiría una hora antes de apagarse. Allá en el escenario comenzó REINCIDENTES, una banda veterana que hizo saltar a un buen puñado de gente frente al escenario. Lo cierto es que el calor caía fuerte y muchos empleaban la misma técnica que yo: Escuchar con atención, disfrutar del sonidazo, pero mantener su culo pegado a una de las sillas mientras ingerían alguna bebida fría. Mientras disfrutaba de aquella manera del concierto inaugural, escuché hablar a un par de personas a mi alrededor, aquella tarde no tendríamos uno, sino tres conciertos, ¡tres en una misma noche! Desde luego a los programadores de Icónica les gusta apostar fuerte.
La banda de punk rock sevillana lo dio todo con sus letras reivindicativas y su tralla de siempre, y consiguió levantar algunos cánticos entre la multitud, especialmente cuando hicieron patria de Andalucía, proyectando la bandera verde y blanca mientras sonaba su versión del gran himno. Ya el ambiente entre el público se atisbaba de camaradería y buen rollo, mucha sonrisa suelta sin dueño. Buenas formas entre los presentes que dibujaban una intención: vamos a pasarlo de puta madre, y subrayo esa primera persona de plural. Una forma de generosidad que no siempre se regala.
Llegados a este punto, abandoné mi quietud porque vi transitando bajo las mesas una familia de patitos (y os juro que no fue ningún truco de los míos). De repente, la sorpresa, y acto seguido, la naturalidad. ¿Mamá pato y sus crías entrando y saliendo de charcos, paseando tranquilos bajo las mesas y asistentes mientras un punk rock sobredimensionado caía por los aires? Por supuesto, ¿por qué no? Todos podemos convivir en un ambiente artístico y con buena vibra. De hecho los asistentes se afanaban por apartarse y no molestarlos, velando porque el resto los detectara, para evitar incidencias. Casi me siento orgulloso de estos mortales. Pero separando las distancias (“como deidad, Vilama no debe permitirse involucrarse demasiado con lo terrenal”, me digo a veces en tercera persona, como un puto loco), quise involucrarme de alguna manera, ya tenía otra alegría en el cuerpo, y volví a chasquear los dedos, para aparentar apariencia del Curro de la Expo 92 y que la gente viniera conmigo a hacerse fotillos.
Tras un rato haciendo el tonto, que también para eso vinimos, me dirigí para el escenario, porque caía la noche y en breve comenzaría el espectáculo esperadísimo de LA RAÍZ. Se apreciaba que el grueso del aforo presente estaba dedicado a esta banda, ya no sólo por las camisetas de la banda, sino por la propia energía, las conversaciones nerviosas, los empujones por ocupar las primeras filas. Esta banda que mezcla el rock con el reggae, el jazz y el hip hop, había dado un parón en 2017 sin fecha de vuelta, pero, por azares que desconozco, el año pasado anunciaron su regreso en forma de gira y, para su legión de fans, para los que en gran parte supuso la banda sonora de su adolescencia, suponía un regalo impresionante escucharlos en directo y en un espacio tan mágico como este festival.
Aquella noche desfilaron temazos como A la sombra de la sierra, con la que abrieron el show, La voz del pueblo, El lado de los rebeldes, Radio clandestina o Entre poetas y presos, con la que cerraron el show. Un setlist de 20 canciones con las que se repasó toda una vida musical, para alegría de todos. De hecho, pude integrarme en el meollo del fandom, estuve bien rodeado de aquellos seguidores hasta el punto en que aprecié que se alejaron de mí. Me vi en el centro de un círculo, la gente me miraba, o más bien dirigía su atención al epicentro, mientras se inclinaban y extendían sus brazos hacia delante. Las sonrisas nerviosas adelantaban que se venía algo gordo. Y apenas unos segundos después, rompió la canción y todos fueron contra todos, me vi envuelto en un pogo y, joder, sí que lo disfruté, saltando entre todos, empujando con ritmo, volviendo a la formación y vuelta a empezar en el siguiente estribillo. Entre codazo y codazo, pude ver a Jergina y Aluerta saltando en un pogo próximo, y la verdad es que algún picotazo dieron a las orejas que se aproximaban demasiado.
Unas horas muy intensos que dejó a más de uno agotado de tanto movimiento. Pude verlo en los rostros que despejaban la pista, en busca de agua o alguna primera necesidad, contentos, por supuesto, pero reventaos. Yo me fui al margen de la pista, me senté junto a unos paramédicos que atendían a una chica que se había doblado el tobillo, todo muy pro, aunque no sé si se necesitaba tres personas para atender un tobillo con hielo, la verdad. Allí, otros mortales, respiraban y dejaban sus cuerpos caer sobre la roca recalentada por el día, pero es que necesitábamos esa horizontalidad que frenase la gravedad de nuestro cansancio.
A los pocos minutos, más allá del gentío, bajo la noche cruzada de haces de luz, comenzó a sonar el último grupo de la noche, O’FUNK’ILLO. Tremendamente identificable el bajo de Pepe Bao cuando comenzó con el slap a toda tralla. Allá que me levanté, comenzó a caminar hacia el escenario, pero la música vibrante me hizo apretar la marcha, correr, ingresar en aquellas primeras filas y acabar frente al escenario pivotando sin descanso durante la hora y pico que duró el concierto. Riñones al Jerez abrió la noche y los valientes que aún resistían en pista y que estaban dispuestos a darlo todo por el funk andaluz respondimos con la violencia secreta de la pasión. Pero a partir de ahí, la cascada de los míticos temas de esta banda no dio descanso a nadie. Hablo de Nos vamos pal keli, En el campito, A jierro, Esso cuenno y todos esas canciones tan inherentes a la escena andaluza y, más en concreto, al funk-rock español.
Debo confesar que volvieron los pogos y estos fueron los más violentos, sin duda, pero todo dentro de esa complicidad que da un gran concierto. Incluso Andreas Lutz, vocalista y frontman de la banda, pidió que se dividiera el público, casi dividir las aguas, para que cuando volvieran a tocar las aguas fueran a romper contra el acantilado. Guapísimo, una de las mejores conducciones de público que he visto en mucha tiempo, se aprecia sobradamente la experiencia que atesoran al frente de conciertos intensos. Además me gustó que sacaran tiempo para que los músicos que les acompañaban pudieran lucirse, ya fuese cantando o rapeando, así como con invitados como África al bajo, todo un espectáculo de nivel, que nos regalaban en escena. Una noche muy larga e intensa en la que, de nuevo, se nos sentenció con generosidad y la complicidad de los que saben acudir a la fuente cuando tienen sed.
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