A continuación, PARTITURA PARA EL FUEGO, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad del XXVII FESTIVAL DE JAZZ UNIVERSIDAD DE SEVILLA, celebrado del 23 al 26 de octubre de 2024, recogidas en Revista 17 Musas y Mapa Desbloqueado.
24 de octubre de 2024
Siempre me pasa y siempre me sorprende: Tras un concierto de jazz me vuelvo a casa canturreando por las calles y moviendo los dedos como si supiese dónde pulsar en un piano, en baile errático con la memoria de los ritmos que allí experimenté. Es algo que me sobrepasa. Cuando anoche llegué a la Giralda me puse en pijama y me puse a ver el programa completo de este XXVII Festival de Jazz de la Universidad de Sevilla, muy bien explicado en la web del CICUS. La noche siguiente sería la oportunidad de SERGIO DE LOPE, quien presentaba junto a otros grandes músicos un proyecto llamado BINAURAL, cuya descripción ya me llamó poderosamente, casi como si hubiese sido escrito para almas errantes como la mía.
«Los sonidos binaurales liberan la tensión, armonizan y estabilizan los neurotransmisores. En definitiva, sanan el cuerpo, la mente y el espíritu de las personas». ¿Sólo de las personas? ¿Servirá también para los dioses que caminan sobre la Tierra y comen churros con chocolate los domingos? Tendría que descubrirlo, por supuesto. Me eché a dormir contento pero me desperté en mitad de la noche, con la sensación de alarma, de urgencia, típica de los que sufrimos ansiedad. La ciudad estaba dormida a mis pies, y me tranquilizaba observarla desde mi pequeño balcón del campanario. Pero si yo no dormía nadie lo haría. Capricho divino, así que chasqueé los dedos y robé cinco horas al sueño de mis vecinos. Todos salieron a la calle, mal afeitados, confusos, con los ojos pegaos, y hasta el sol parecía desubicado. «¡Venga, a trabajar que se hace tarde!» grité con optimismo y espanté una bandadas de palomas en todas direcciones. Mi risa se escuchó en todo el centro de la ciudad, luego bajé a desayunar.
Me contuve de más saltos temporales y me distraje por la ciudad hasta las siete y media de la tarde, para llegar tranquilo a ESPACIO TURINA y disfrutar de esos minutos previos a la llegada del público. Sobre el escenario, bajo una luz azul muy relajante, había dispuesto un piano de cola, una batería y espacio para un contrabajo y un par de instrumentos de viento que manejaría el propio Sergio de Lope, o eso anunciaba el programa. Llegó la gente y me extrañó que no se llenase el aforo disponible, ¿somos pocos los que necesitamos esa curación musical? Desconfío… Y entonces aplaudimos la llegada de los músicos. Más allá del propio Sergio de Lope, localicé a un generoso Javier Rabadán a la batería, una imponente Gal Maestrao al contrabajo, y un cambio de última hora que no contemplaba el programa, me refiero a Chiqui Cienfuegos al piano.
Comenzó el recital con un piano que invitaba a sumarse al resto y sí que entraron, con gran intensidad, aunque supieron llevar al público por momentos de calma y belleza. Tras ese primer tema, la flauta arrancó con un segundo sin dejar que se apagasen los aplausos de la sala. «¡Uh, ah!» voceaba el pianista para animar a Sergio de Lope, el buen humor era patente. La sonoridad de aquella flauta era evidentemente flamenca, aunque el resto se desmarcaban por otro lado. Mucha pasión en escena, que hacían consagrar la música como lenguaje omnívoro y universal de emociones. Tras una frenada con gran gesto, la flauta cesó y Sergio retrocedió a un segundo plano para acompañar a palmas a sus compañeros. «¡Olé!» clamó antes de terminar la canción.
Entonces llegó el momento de micrófono, agradecimientos, presentación del proyecto, «me relacionan más con el flamenco pero hoy vengo bien acompañado para hacer buen jazz», confesó con una amplia sonrisa. El tercer tema de la noche tuvo la calma presente, pero a veces parecía que se les olvidaba y atacaban el ritmo con intensidad y fiereza, justo antes de cortarse, y continuar desde la suavidad acústica. En un momento determinado, Sergio dejó la flauta y la petaca que portaba, se fue al fondo, bebió agua y disfrutó del espectáculo de sus músicos, como uno más de nosotros. Cienfuegos protagonizó aquí un solo de piano bellísimo, bien resguardado por los otros. Cuando bajó la intensidad, volvió la flauta y todo allí, bajo los focos, era satisfacción, ilusión y alegría. Gal parecía bailar un vals con su instrumento, sonó en la flauta algunos temas bien famosos, como disimulados en la canción. Y cuando llegaron los aplausos, prefirieron arrancar rápido para conservar esa conexión, y el encargado de alumbrar el cuarto tema aquí fue el piano.
Sergio de Lope permutó la flauta por el saxo soprano y el ritmo que inundó aquel auditorio era similar a un baile de los pegados, hubiera servido sin duda, yo aprecié en la mirada de los asistentes que querían levantarse y moverse a ese ritmo. Y yo se lo iba a conceder, por supuesto. Hice que todos se levantasen y bailasen, que lo pasaran bien, que vivieran esa música en directo y, a mitad de canción, que se volvieran a sentar y olvidaran lo sucedido. Un secreto que queda entre mi memoria y los que lean estas palabras.
De nuevo al micro, Sergio comentó que «lo que nos hace únicos es el acento interior que tiene cada uno […] Me considero músico con acento flamenco que… toca jazz» y me pareció preciosa su reflexión. Arrancó la batería con un ritmo de garrotín, ese palo del flamenco de compás binario y cuyo origen se remonta al folclore asturiano. Jugaba además mucho con golpes en los contornos metálicos de los timbales y se incorporan los otros músicos y hay cadencias de tres notas que se repiten, todo es alegría, vida, cambio. Acaban creando una suerte de mantra que nos atrapó, nos desconectó del día a día, ya no existía nada dentro de aquel tempo. Al acabar, confesó al micro que era la primera vez en su vida que antes de salir al escenario le habían dicho «¡Buen viaje!» y le había hecho mucha gracia, porque «para mí es importante buscar el trance».
La sexta pieza del espectáculo comenzó con el contrabajo, aunque le costó el tempo porque venían con el anterior muy marcado. Entre risas, rápidamente, Rabadán le auxilió con el tempo y ella arrancó al momento, casi instantáneo. A la mitad del tema, precisamente la batería se desmelenaría, muy divertido de ver, porque por fin tendría muchísima intensidad sobre aquellas baquetas y pareció desinhibirse de ese trabajo autocontrol que mantuvo en todo el concierto.
Finalmente Sergio de Lope dio las gracias al micrófono, «gracias por querer compartir este tiempo con nosotros escuchando música. Nos vemos en el camino». Los aplausos fueron sentidos. Finalmente decidieron hacer un séptimo tema, un homenaje al décimo aniversario de Paco de Lucía, «el primer flamenco que se dirigió hacia el jazz», porque jazzeros que miraran al flamenco hubo muchos, pero, en dirección contraria, ninguno hasta él. Las luces se tornaron verdes, andaluzas a más no poder, y comenzó un piano flamenquísimo, para luego tronar el resto con tan buen atino. La flauta, evidentemente, fue la nota más flamenca y característica, un Sergio de Lope en su salsa, todo regalado. La canción fue bella e intensa, de nuevo hubo un solo de batería, ejecutado para romperla si hiciese falta, «¡Al ataque!» voceó Sergio para su compañero. Y el oleaje rompió en aplausos que fueron alejándose por el patio de butacas, por la puerta, por las calles y la noche de Sevilla.