A continuación, PARTITURA PARA EL FUEGO, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad del XXVII FESTIVAL DE JAZZ UNIVERSIDAD DE SEVILLA, celebrado del 23 al 26 de octubre de 2024, recogidas en Revista 17 Musas y Mapa Desbloqueado.
23 de octubre de 2024
Todas las palomas me dicen lo mismo, «búscate un concierto, búscate unos malditos músicos que te despejen», y ya me tienen cansado con ese repiqueteo constante, llevan meses así, creo que he transformado al menos a cincuenta de ellas en loritos verdes, que luego dirán que es una especie invasora en Sevilla… pero es que ya no puedo más. Igual estoy un poco frustrado y lo estoy pagando con ellas, igual necesito conciertos que me animen… Puede ser, pero me da coraje que unos palomos que van de psicólogos aconsejen a un dios todopoderoso, y no a cualquier dios, a Vilama el Trickster sevillano (ahora me nombro en tercera persona, ya ni me entiendo), pero es que me cuesta recibir ayuda. Yo necesito una excusa buena para salir de mi casa, el ático que me construí en la Giralda. Porque si no es buena, salir a esquivar turistas no va a estar en mis planes. Prefiero hacer que llueva o haga treinta grados de forma intermitente, cosa que hago perfectamente desde mi balcón. Llevo muchos meses sin buena música que echarme a las orejas, ¿será síndrome de abstinencia?
Esta semana me alegró muchísimo Paloma, mi paloma favorita (sí, la bauticé así porque ese día estaba sembrao). Me trajo un folleto tamaño pasaporte que anunciaba el regreso del Festival de Jazz de la Universidad de Sevilla, ¡su edición XXVII! Ese mismo lunes iban a proyectar una película dentro del ciclo jazzístico de la ciudad, DISPARARON AL PIANISTA de Javier Mariscal y Fernando Trueba, por lo que me animaron a que bajase de mi atalaya y fuese a verla para arrancar los motores del entusiasmo. No estaba muy convencido, pero hice el enorme esfuerzo de acudir al CICUS. La convocatoria había vendido todas las entradas y, como suele haber cancelaciones de última hora, la gente había acudido una hora y media antes para acceder en las plazas libres. Yo vi aquello y me fui a tomar un café bien lejos. Paloma no me contó ese detalle… Luego recordé que era todopoderoso, volví, chasqueé los dedos y me dejaron entrar el primero. A veces se me olvida que los límites ético-prácticos me los impongo yo, que cuando quiera me los puedo saltar y nadie puede protestar. A los dioses, como a los meteoritos y la radiación, se les respeta.
La película fue un éxito, me reactivó, más con aquella investigación sobre la desaparición misteriosa de Tenorio Jr, pianista brasileño que en los 60-70’s fue todo un icono en la revolución musical que supuso el jazz y la bossa-nova latinoamericanos. Y ello me llevó a querer participar de nuevo de estos conciertos programados durante la semana, la mayoría en Espacio Turina y CICUS. Por lo que aún estaba (y estoy) a tiempo de ver la programación y acudir a todo. Así, el miércoles 23 de octubre de este perrísimo 2024 conduje mis pies de deidad hacia el auditorio del Espacio Turina y fui con la mente abierta para sanar mis nuevas heridas espirituales.
Nada más entrar vi esa réplica de mi Giraldillo, en ese amarillo fosforito, y pensé en pintar el original así. Me bastaría un chasquido para que todas las palomas agarraran una brocha, como si fuese Tom Sawyer vendiendo con disgusto un tiempo de pintura de valla. Meditaría sobre aquello. Comenzaba a llegar la gente y prefería estar a solas un poco, así que congelé el ambiente y, mientras todos estaban paralizados, traspasé el control. En una mesa próxima había un folleto azul precioso, con un dibujo de una suerte de oveja en la portada, casi a carboncillo o lápiz, y que en su interior se recogía una presentación al programa de aquella noche, los porqués y los quién: LA NOTA DEL BLUES, un espectáculo diseñado por MIGUEL ÁNGEL LÓPEZ (aquí director) y protagonizado por la ANDALUCÍA BIG BAND, sobre la obra poética de ANA ROSSETTI y con la participación a la voz de PAULA BILÁ. Una propuesta completísima.
Tras bichear un poco aquello, exploré el espacio. Siempre transmite calma tanta madera, eso pensé. Además todo estaba dispuesto en el escenario bajo una luz verde que daba apariencia de lugar consagrado a las pseudociencias y magias. Me decidí por un asiento junto al pasillo, para ganar visibilidad, y viendo el reloj decidí, no solo descongelar a aquellos que entrasen al Espacio Turina, sino hacer que se moviesen en cámara rápida, que buscasen sus asientos como si les quemase estar de pie, que el reloj pisara a fondo el acelerador, aún a riesgo de salirse en una curva. En menos de treinta segundos de los habituales, comenzó el concierto y desactivé esa prisa impuesta. Quería disfrutar y quitarme la amargadera que llevo arrastrando los últimos meses. Si no servía, siempre podría transformar a los presentes en loritos verdes…
Comenzó la noche con trombones asordinados, redobles de batería y, poco más tarde, con la suma de todos los vientos. Miguel López me recordaba con ese sombrero Pork Pie negro y achatado al protagonista de Breaking Bad. Ya cuando se liberaron de las sordinas sentí que entraba en el concierto, que el ritmo nos hacía volar y que el deshielo emocional comenzaba su camino. Y tras esa ruptura sonora, se encaminaron a ritmos reconocibles de blues, en los que las historias transitaban, cobijadas en el esplendor de los vientos y la retumbante batería. Para la segunda canción, introdujeron una voz en off, la voz de Paula Iwasaki, que leía versos de Rossetti como apertura a los temas, método que emplearían desde entonces. Apareció en esa segunda canción, revistiendo una tranquilidad a juego con su sobrio vestido azul, la joven cantante Paula Bilá, sumando al sonido. Ahí me tuve que levantar, ir hasta el técnico de sonido y aconsejarle que subiese la proyección de su voz, porque los vientos se la comían. Y es que menudo solo de saxo llegó, obra de Pedro Cortejosa, que me fijé que era el único de la banda que llevaba chaqueta gris clara, lejos del negro u otras oscuridades de sus compañeros, asemejándose al gris del director, ¿peloteo? ¿Su nivel ya le permite excentricidades? Desde luego que su nivel le debería conceder rarezas, porque vaya gusto es oírle cada vez que interviene de forma sobresaliente.
Los aplausos se fueron filtrando tras cada tema, con bastante intensidad, debo reconocer, aunque no exigirían un bis al final del concierto, hago aquí el spoiler. Los caminos del público son inexpugnables. Como también me causa intriga ver que, de nuevo, en la Andalucía Big Band sólo hay una mujer Alejandra Artiel, trompeta, y me preguntó por qué. Ya sin voz, continuaron tras la voz en off, en una especie de instrumental que balanceaba el ritmo, y el único satélite más independiente era aquí Nacho Megina a la batería. Los vientos entraban, una nota, fuerte, cortante, y se silenciaban. A aquellos les encantaba, pude ver sus sonrisas cómplices tras dar ese brochazo al lienzo y dar un paso atrás.
Tras ello, el director tomó el micro, y tras las presentaciones rápidas y agradecimientos (ahí volví a poner la cámara rápida), presté renovada atención cuando explicó que el programa seguiría un experimento poético. Los temas tenían nombres que incluían las notas de la pentatónica y el orden de los temas respetaba esa escala. «Do-lor, Re-cordar, Mi-edos…», ese fue el patrón. Ahí recordó también la autoría de los solos que habíamos presenciado hasta el momento, y dio paso al cuarto tema, un blues clásico, You Don’t Know my Mind de Bessie Smith y Clarence Williams, pero la versión de Ella Fitzgerald, quien inspiró Ana Rossetti para su homenaje La nota del Blues. Este temazo fue protagonizado por Bilá a la voz y Nacho Loring, soberbio trompetista, cuya obra personal pude apreciar el año pasado en este mismo festival.
Tras esa preciosa intervención, el director dedicó el concierto a su madre, allí presente, y llegó el turno para un tema que protagonizaron el trío de Nachos (Guarrochena, Megina y Loring). Mantuvieron tanta complicidad tocando a la vez pero líneas que no iban a la par, que el director empezó a hacer un ritmo de palmas que replicaron dentro y fuera del escenario. Todos acudieron a sus instrumentos y la experiencia fue arrolladora. De hecho, aprovechando que el director se posicionaba a un lado del escenario, me levanté, hice un truquito mental para que nadie pudiese percibirme visualmente, y me subí al escenario, frente a las partituras del director, quería sentir las vibraciones allí, bien cerca, bien dentro. Me bajé sólo cuando quedaron, a modo de conversación íntima, batería, contrabajo y piano. Qué equilibrios tan distantes podría albergar una misma canción…
La sexta canción estaba regalada a la guitarra de Álvaro Vieito y la voz de Bilá. Parece que la conexión, la musicalidad, se desliza como una hoja de árbol que cae a través del viento, un aire circular y caprichoso en plena tarde, con suavidad. De ahí se dio paso a la siguiente canción, y casi se marcha Paula Bilá (tuvieron que recordarle que aún le quedaba trabajo por hacer y retomó la primera fila con una sonrisa sincera tras el lapsus). Arrancó esta séptima pieza de la escala con un solo de piano que me hizo cerrar los ojos, imaginarme a mí mismo, igual hasta hacer examen de conciencia. Creo que debería contenerme en eso de transformar animales y humanos en loritos verdes. Al menos un tiempo, podía probar un periodo de prueba de un mes, a ver cómo lo llevo. Pero necesito desfogarme con algo, ahora lo veía, y no se suele hablar de esto cuando se menciona la vida y obra de según qué dioses. Entonces volví al escenario, porque acaba de romper filas un saxofonista, Antonio Olivo, tomaba el primer puesto, ajustaba la altura del micrófono y comenzó el que quizás fue mi solo favorito de la noche. Con los ojos cerrados, bailando al ritmo que sentía la canción, concentradísimo hasta el punto de sudar dos litros de agua, serio, sí, pero muy satisfecho, porque le encantaba lucirse, y bien que lo hacía, pero es que además tenía a todos los compañeros tras él sonriendo y expectantes, disfrutones del brillo que conseguía sacar al instrumento, del control técnico que ostentaba. Los aplausos que llegaron al acabar barrieron incluso al sonido de la banda. Vaya mérito.
«Acabaremos en SI en nuestra escala de esta noche… Porque sí, porque somos así en el jazz». Llegó así la última canción de la noche, un blues en SI, y tras un intro lento y meditabundo, se subió el pulso de todos, llegaron solos de saxo de Xema Espinosa, y otros compañeros, a destacar el solo con arco de Javier Delgado al contrabajo, que durante su ejecución, por mi perspectiva, parecía que tenía el mástil clavado en la espalda del guitarrista, y Cortejosa llevó el ritmo a chasquidos de dedos. Aplausos, aplausos, y unas ganas renovadísimas de disfrutar de esta nueva edición del Festival de Jazz de la Universidad de Sevilla. ¿Y quién no?
