El SEFF 2021 llega cargado de energía y oferta cinematográfica. Se amplía el aforo, los encuentros, las proyecciones. Crece fuerte el cine europeo. Vuelven las salas llenas. Y este año trae historias para un generoso abanico de gustos. Alta calidad para público exigente. Víctor Vigía vuelve a disfrutar del Festival de Cine Europeo de Sevilla sin legitimación ni cargo de conciencia.
Yo, Alberto Revidiego, dejo paso a esta primera crónica escrita por Víctor Vigía desde «La butaca de El Enmascarado» en el 18 Festival de Cine Europeo de Sevilla.
Crónica I del 18 Festival de Cine Europeo de Sevilla
«El hombre que acaba de entrar en la tienda para alquilar una película tiene en su documento de identidad un nombre nada corriente, de cierto sabor clásico que el tiempo ha transformado en vetusto, nada menos que» y hasta ahí pude leer. Abandoné El hombre duplicado de Saramago y me presenté con una mentira: Mi pase había sido extraviado. Debí perderlo cuando tropecé con aquel imbécil por la calle. Eso dije a través de la mascarilla celeste, bozal de toda verdad. La chica al otro lado asintió con seriedad: No se lo creerá, pasa cada año, me aseguró. Pero sí que me lo creí, un poco por llevar la contraria y, en general, por autobiografía. Tuve presente cómo conseguí un pase de prensa el año pasado para el Festival de Cine Europeo de Sevilla. ¿Quién es el actor incompetente ahora?, murmuré con rencor destilado.
Recomendé un cambio de sede. Aquel hotel estaba en un barrio de alto impacto, puntualicé, y no convenía a la industria cinematográfica. La encargada de acreditaciones no supo qué añadir. Hilé sin miramientos que mi número de tarjeta acababa en nueva, uno, treinta. Casi seguro, bostecé. Necesitaba otra copia. Crucé las manos bajo el mostrador, lejos de la vista de la empleada, para rezar por una próspera numerología.
Ella no terminaba de encontrarme en su archivo, por supuesto. Entonces recordé que no creía en ninguna religión más allá de la pasta de dientes, descrucé las manos por si generaba una mala conexión espiritual y las hundí en los bolsillos del abrigo. En uno de los bolsillos tenía desde hacía años un grano de maíz que me daba suerte. Ahora no había forma de encontrarlo. Típico de los granos de maíz.
Ella me preguntó: ¿Es usted el señor Brühl? Asintí despacio. ¿Daniel Brühl? ¿El actor y director? Se propició otro lento asentimiento, la lengua seca bajo el paladar. Ella se disculpó, era difícil reconocerme con la mascarilla y las gafas de sol. Contesté que no se lo creería, pero pasaba cada año. Luego completé: Desde 2020, claro. Ella sonrió sin convicción y sacó el pase especial reservado a directores y una bolsa de tela con obsequios del Festival y patrocinadores. Como favor, me pidió una fotografía. Consentí, un director de cine se debe a su público. Pero no quise bajarme la mascarilla. La Cultura segura ante todo.
Una hora más tarde arrugaba el programa del Festival viendo cómo agotar sus posibilidades antes de que me detectasen. No necesitaba muchas luces para saber que hacerme pasar por director de cine rechinaría más que por un periodista anónimo, como hice el año pasado. El tiempo estaba en mi contra. Leí: Viernes, cinco de noviembre, pase para acreditados, París, distrito 13. ¡Que me busquen en la oscuridad de la sala! El camino a Nervión Plaza se achicaba con sólo pensarlo. También al andar.
Cuando llegué, el minutero quemaba antes del inicio de la proyección. Recordé el ejército de la Santa Sanidad de la anterior edición, ¿seguirían en la puerta con sus exigencias hidroalcóholicas? Eso me haría llegar tarde. Pero la suerte seguía de mi lado: Tan sólo una máquina de gel de manos velaba como un centinela junto al acceso. Poco a poco, la normalidad se imponía. En el control de acceso mostré mi pase y con una señal me invitaron a entrar. Soy director. Director de cine, no de otra cosa. El otro sonrió bajo la mascarilla y siguió con lo suyo, haciendo caso omiso. Traspasada las puertas, el impacto fue notable.
Había estado el año pasado allí pero aquel lugar era otro. Lo habían remodelado por completo. Juraría que aún olía a nuevo. Aquella elegancia casi me hizo sentir mal por colarme de aquella manera. Pero no cuajó. Quedaban dos minutos y tenía que encontrar un asiento libre, así que dejé las cuestiones morales para otro momento. Las butacas fueron diseñadas para dos de mis culos. Dos culos y medio, rectifiqué en el instante que tomé posesión. ¡La sala llena! Mastiqué el cambio respecto a las restricciones del año anterior. Daba alegría de sólo verlo. Era patente que la organización del Festival había hecho un excelente trabajo. Si un día escribiera un artículo o crónica sobre el Festival de Cine Europeo de Sevilla lo diría. Comenzó la película y todo se desvaneció en la oscuridad.
París, distrito 13 fue un bello reencuentro con las salas de cine. Con humor y un trasfondo de búsqueda de uno mismo, Jacques Audiard dirigió esta narración en blanco y negro como un baile, en el que todo fluye, los personajes dan vueltas sobre sí mismos y no se aprecia correr el tiempo. La incapacidad para relacionarse parece el tema central. Al tener sus protagonistas una edad aproximada a la mía, empaticé de inmediato y no quise quitarme las gafas de sol hasta la noche. La vida en monocroma.
Volví al color con Great Freedom. No lo medité. Me bastó ver a la gente en una larga cola. Sebastian Meise filmó una película dura, centrada en los problemas que traen fingir quien no eres. O disimular tu auténtico yo. El nuevo Daniel Brühl salió tocado de esta proyección por razones personales. Reflexioné mucho. El protagonista tenía la misma chaqueta de pana que yo. Visto conforme a la moda de los años sesenta, ahora lo veo. Esto me removió con fuerza.
Para superar aquel vértigo, probé suerte con La peor persona del mundo. Una proyección con prólogo, doce capítulos y un epílogo. La protagonista compartía incertidumbre conmigo: ¿Qué va a ser de mí? ¿A qué debo dedicarme? Una historia desde la duda. Sobre la lucha por nuevos descubrimientos, perderlo todo y volver a empezar, con suerte. Eso sí, la sociedad convencional tratará de erosionar esos ánimos. Joachim Trier crea este drama con espasmos de comedia. Como el aplicado director (de cine) que soy me quedé con la escena en la que se conversa sentados frente al hospital sobre la Cultura a través de los objetos; sobre un mundo que existe sólo en la patria de la memoria.
La prueba de fuego para este nuevo Daniel Brühl sería la gala de inauguración en el Teatro Lope de Vega. ¿Podría colarme? Tal y como iba, chaqueta de pana sesentera y mentalidad europeizada, me presenté a sus puertas con decisión. Alfombra roja, baile de luces, gente, mucha gente guapa. Me dirigí al acceso y me frenaron con apenas dos movimientos de pupila. Comprobaban a conciencia la identidad de quienes accedían. Igual allí alguien podía conocer al auténtico Daniel Brühl. Más que probable. Por lo que me di media vuelta y abandoné la fiesta antes de que se iniciase. Volví a las salas de cine de Nervión con la mentalidad europeizada casi intacta.
El frío de noviembre se acababa de imponer esa noche, sin previo aviso. Yo escondía las manos en mi chaqueta cuando encontré al tacto aquel grano de maíz. Afortunados los que hayan palomitas cerca de un cine, me consolé. Minutos más tarde accedí a El vientre del mar de Agustí Villaronga, la única película española seleccionada para los premios EFA. Sin duda, esta fue mi favorita del día. Tuve ante mis ojos una historia que es puramente cinematográfica, siendo a su vez bien acogida como formato teatral. Y eso, como actor que soy bajo tantas personalidades, me llenó profundamente. De manera circular, terminaba el día viendo una película en blanco y negro de nuevo. En este caso, es una historia sobre un naufragio y la naturaleza humana en su extenso abanico. Habla al público desde el siglo XVI, desde la actualidad y desde un lugar atemporal que bien podía ser el reino de la conciencia, la locura o la muerte. Una obra basada en un libro, Océano mar, de Alessandro Baricco, que está inspirado a su vez en un cuadro, La balsa de la medusa, de Théodore Géricault. La vuelta a casa en plena noche tras contemplar esta película me hizo sentir acompañado en mi propia incógnita vital. ¿Cuánto podría alargar el simulacro de director (de cine)? Intuía que poco. Pero iba a aprovechar hasta entonces.
Sigue las crónicas literarias de Víctor Vigía sobre el 18 Festival de Cine Europeo de Sevilla, desde «La butaca de El Enmascarado» a través de la Revista 17 Musas.