Retomamos nuestro viaje por la meseta castellana para conocer las joyas del arte Mozárabe, esta vez con destino a Valladolid. Comenzamos donde lo dejamos en Palencia siguiendo la vieja ruta que siguiera el Emperador Carlos V en su último viaje a Yuste.
Como ya comenté en «El rito Mozárabe y el arte prerrománico, un recorrido por Palencia» donde empezaba esta serie por las joyas del arte Mozárabe, nos adentramos en la historia para ir reconociendo estas pequeñas joyas que se diseminan por nuestra geografía como cuentas de un collar que habremos de enhebrar con nuestro conocimiento.
Retomamos nuestro viaje por la meseta castellana donde lo dejamos en el anterior artículo desde Palencia siguiendo la vieja ruta que siguiera el Emperador Carlos V en su último viaje a Yuste y que ya comentaremos en su momento. Lo que nos interesa está al suroeste de Valladolid, muy cerquita del aeropuerto. Me estoy refiriendo a la pequeña población de Wamba. Ya su nombre denota un inconfundible recuerdo visigodo, ya que así se llama uno de los reyes de la famosa lista.
Descubrimos en esta pequeña población una de las iglesias más sorprendentes que imaginarnos podamos, Santa María de Wamba. Una primitiva iglesia visigoda de la que se conservan los tres ábsides, que fue prolongada en el siglo XII por la orden de los Hospitalarios y que cuenta con uno de los mayores osarios de la península. Se cree que aquí trajeron los huesos de más de 3000 monjes de esta orden.
Otra de las características más llamativas de esta iglesia, aparte de su poderosa portada románica es la existencia en su interior de tres naves separadas por arcos de herradura y, en el crucero norte, un compartimento añadido por los caballeros Hospitalarios en estilo cisterciense que recuerda a la palmera de la ermita de San Baudelio de Berlanga a la que prometo llevaros a no tardar mucho.
Vestigios de arte Mozárabe en el Monasterio de la Santa Espina
Seguimos ruta hacia el Monasterio de la Santa Espina, de origen cisterciense ya que fue fundado en el siglo XII por monjes mandados directamente desde Claraval por San Bernardo a petición de la infanta Sancha Raimundez, hermana de Alfonso VII, que había recibido una heredad en ese paraje.
Las dos torres gemelas del siglo XVIII nos sorprenden entre la frondosidad de los montes Torozos en los que nos encontramos. Situado en la fértil vega del río Bajoz, el Monasterio de la Santa Espina es el fruto de una variedad de estilos desde el primitivo románico hasta el más reciente barroco de sus torres que rematan la fachada de la iglesia.
Lo que nos ha llegado hasta nosotros es un enorme monasterio rodeado de una imponente muralla del siglo XVI, al que se accede a través de una puerta monumental. con arco de medio punto. Con dos claustros, el de la hospedería del siglo XVI y el procesional en estilo herreriano que sustituyó al original cisterciense.
Del monasterio original se conserva la sala capitular, una de las mejor conservadas de la península, la sacristía, en estilo románico y que cumplió las funciones de antigua iglesia. Los ábsides de la iglesia en estilo protogótico ya serían del siglo XIII y uno de los síntomas de la prosperidad de este monasterio, que permaneció en manos cistercienses hasta su desamortización en la época de Mendizábal. Ahora alberga una escuela agraria de la Junta de Castilla y León junto con la agrupación La Salle que se albergó en este lugar a mediados del siglo XIX.
San Cebrian de Mazote una joya superviviente del arte Mozárabe
Dejamos este lugar asombrados de que tanta belleza aún se conserve y convencidos de que lo mejor para conservar un lugar es darle uso. Nuestro siguiente destino es otra joya superviviente al paso del tiempo. Estamos hablando de la iglesia mozárabe de San Cebrián de Mazote.
Cuando se la ve por primera vez, lo que más sorprende al viajero es el tamaño. Su descomunal altura para un edificio del siglo X. Aquí existió un monasterio Mozárabe formado por cristianos que huían de los musulmanes a finales del siglo IX y que aprovecharon el empuje de la reconquista para instalarse aquí.
Único vestigio del monasterio que aquí hubo, la iglesia es una de esas joyas que diseminadas a lo largo y ancho de la geografía pasan desapercibidas para la mayoría de la gente. Eso si, una vez contempladas no se vuelve a olvidar. Su aspecto interior llama la atención por la limpieza de lineas y de decoración. Sus muros, todos blancos, hacen que la vista se fije únicamente en la luz y en la perfecta concatenación de arcos de herradura que abarcan y delimitan cada uno de los espacios.
Otro hecho destacable es la existencia, a lo que serían los pies de la iglesia, de un ábside con forma de arco de herradura opuesto a la cabecera de tres ábsides, dos de ellos rectos, el central con forma de arco de herradura también.
No es difícil imaginar la potencia que debería de tener, en este impresionante espacio, el rito mozárabe, mucho más rico visualmente hablando que el latino, por las casullas doradas de los oficiantes, las procesiones por el interior del templo con los objetos de culto, el «Lo santo para los santos» resonando en su interior después de la consagración y que hemos elegido como título de esta serie de entregas. No podemos contemplar la arquitectura religiosa desprovista del rito que acogió porque sin eso perderíamos el sentido de todo lo que nos está diciendo, escultura y capiteles incluido.
Decir adiós aquí en esta entrada sería lo pertinente pero dada la cercanía de la bella población de Urueña sería un pecado no alargarnos un poquito más para describir aquí una de las villas medievales mejor conservada y que fue declarada patrimonio histórico artístico en el año 1975.
Situada sobre un cerro testigo tan característico de la submeseta norte, conserva prácticamente intacta toda su muralla y el castillo con la que que se protegían sus habitantes. Su ideal situación la convierten en un mirador natural de inmejorables vistas del entorno castellano. Curiosamente, la muralla no fue para defenderse de los musulmanes sino del vecino reino de León cuya frontera pasaba por aquí.
Aparte de su muralla y de las vistas que la circundan, pasear por sus callejuelas es uno de esos placeres que no nos podemos perder. Aunque pueda parecer una vuelta al pasado, la villa de Urueña se aferra al presente y al futuro con una actividad cultural de primer nivel que la han llevado a ser considerada como Villa del Libro.
Ermita de la Anunciada, construida sobre un monasterio Mozárabe
No podemos irnos de Urueña sin echar un vistazo a la impresionante ermita románica de La Anunciada, situada extramuros, en la llanura, a no más de un kilómetro de la villa. Situada sobre un antiguo monasterio mozárabe, llama la atención del viajero su inusual estilo. Construida en románico lombardo, uno se pregunta cómo es posible encontrar aquí este estilo situado a casi mil kilómetros de distancia de su lugar de origen, el pirineo. Recuerda en su estructura, aunque de menor tamaño, la magnífica iglesia de Santa Cruz de la Serós.
Al parecer la existencia de esta «inusual» iglesia en Castilla está relacionada con la boda de la hija de Pedro Ansúrez con Ermengol V, del condado de Urgel, lo que habría provocado cierto intercambio de población y con él, el intercambio de gustos artísticos. Un ejemplo más de lo enriquecedoras que son las mezclas de gustos y de culturas y que nos hacen disfrutar de sus demostraciones por doquiera esta se produce.
Nuestro próximo destino en esta ruta del arte Mozárabe y el arte prerrománico nos llevará a Orense.
Te invitamos a leer más artículos de Germán Rubio en Revista 17 Musas
[…] de la cruz, dos ábsides, uno en la cabecera y otro en los pies, ejemplo que vimos también en San Cebrián de Mazote . Entre las capillas, y uniendo estas con el ábside central un cimborrio que otorga una altura […]