Abre los ojos es una de las veintitrés columnas de un «antidiario» del confinamiento publicadas en el mes de mayo en Diario de León. Junto al relato fantástico La luz que no se apaga nunca forman la serie El sueño de McSorley. Esta serie es también un cuento, un monólogo teatral que interpreté en el Festival Celsius 232 de Literatura Fantástica de Avilés, entre la desescalada y los rebrotes.
La Revista Espacio 17 musas recopila ahora todos los textos de la serie El sueño de McSorley, a mitad de camino entre la literatura y el periodismo, entre la realidad y la ficción, como antesala del Curso de Creación Periodística que vamos a programar próximamente.
Una taberna de Nueva York que no ha cambiado en ciento setenta años. Una bodega del Bierzo con un ataúd junto a la barra. Una luz de emergencia en un garaje subterráneo que no se apaga nunca. Una novela sobre la Gran Hambruna que no termino de leer. El eco de las pandemias que han acechado a la humanidad. Y una serie de ruidos en el desván de mi casa durante los días del último confinamiento.
Bienvenidos a este universo paralelo.
Abre los ojos
En el nuevo mundo del mañana, el que nos espera a la vuelta del confinamiento, es posible que nos vigile un pelotón de corona-detectives; sabuesos contratados para monitorizar nuestras conversaciones en redes sociales, para vigilar nuestros movimientos, ahora que recuperamos algo de nuestra antigua movilidad, y si tenemos síntomas del Covid-19, localizar a todos nuestros contactos y aislarlos. En España, este asunto no pasa todavía de ser una sombra lejana. Pero hay países como Singapur, ahora envuelto en un rebrote de la pandemia, que ya los utilizaron en marzo para contener el avance de la enfermedad. Y otros más cercanos, como Bélgica, uno de los más afectados de Europa, anunciaba hace quince días la contratación de dos mil rastreadores, doscientos en Bruselas, seiscientos en Valonia y mil doscientos en Flandes, para detectar a los enfermos durante la desescalada.
Una aplicación, además, emplearía los datos personales del usuario para controlar la propagación del virus, como ha ocurrido en China, en Corea del Sur y en la propia Singapur.
Sentado otro día más delante de la pantalla del ordenador desde el que les escribo, observo algunas fotografías que me envían hoy -segunda jornada de la fase cero de nuestra desescalada- de un Madrid si no desierto, al menos sin tráfico, más allá de algunos ciclistas. A primera hora de la mañana, con pocos paseantes, la calle Goya recuerda otra vez a aquella imagen tan escalofriante de la Gran Vía en la película de Amenábar Abre los ojos que tanto circuló en los primeros días del confinamiento; Eduardo Noriega en medio de una pesadilla, se bajaba del coche, asustado, y descubría la ciudad vacía.
Pero las quejas van hoy en el sentido contrario; gente asustada porque el sábado se produjeron aglomeraciones en calles importantes, en paseos marítimos y en playas de algunas localidades, especialmente a la caída de la tarde; temor a que se produzca un brote más serio, a que nuestros sanitarios, que bastante han hecho ya, vuelvan a trabajar desbordados y tengamos que regresar al confinamiento más estricto.
Y pienso en lo que ocurriría si se generalizara la figura de los corona-detectives. Habrá quien se sienta vigilado como en 1984, la novela distópica de Orwell (y bastante suspicacia se ha extendido ya entre nosotros con ese fenómeno inquisitorial que es el de la ‘policía de balcón’; siempre es el otro el que hace las cosas mal). Habrá quien lamente, ese sería mi caso, que también tengamos que sacrificar una parte de nuestra intimidad para atajar el virus. Y habrá, esto es lo más preocupante, quien trate de aprovecharse de las circunstancias para acumular información valiosa para otros fines más espúreos y durante más tiempo del que pensamos. La tentación de controlar a la población, de conocer sus gustos, su forma de pensar, sus hábitos de movilidad, que ya nos preocupaba antes de la crisis del coronavirus, es un riesgo que no debemos desdeñar.
Pero en el nuevo mundo del mañana, el que nos espera a la vuelta de este encierro por fases, el del distanciamiento social, la incertidumbre económica y el recelo ante lo desconocido, también es posible que vivamos con algunas certezas. Me asomo a la ventana, cierro los ojos, respiro, y cuando los abro de nuevo descubro a un anciano con guantes en el paseo del río. Le está haciendo una foto al cielo limpio de la ciudad.
Este relato fue publicado el 4 de mayo de 2020 en el Diario de León como parte de la serie Diario de un confinado, el día 50, Abre los ojos
El texto es parte del material de trabajo para el Curso de Creación Periodística de Carlos Fidalgo en la Escuela del Espacio 17 Musas.
Te invitamos a leer otros relatos y artículos de Carlos Fidalgo en la Revista 17 Musas.