A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas y Mapa Desbloqueado. Y Aristófocles, como eidôlon que es, más fantasma que nunca, participará de esta experiencia. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.
CRÓNICA III: “BREL” – Anne Teresa De Keersmaeker, Solal Mariotte / ROSAS
TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
20 de diciembre de 2025 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Llegué apurado, sobre la misma hora del comienzo, a la Sala A, como tantos otros que veníamos de la obra anterior. Nos esperaba unas gradas masificadas que aguardaban el comienzo de la nueva obra de Anne Teresa De Keersmaeker, la gran bailarina y coreógrafa belga, vieja conocida en este escenario, que presenta una obra homenaje a la chanson, apoyada en la máxima representación de la música pop que Bélgica ha parido al mundo: La obra de Jacques Brel. Por lo que, todos en sus posiciones, se dio luz verde al proyecto, es decir, se oscureció la sala y se lanzó la luz potente de un foco que, en la esquina izquierda del escenario, proyectaría casi toda la obra subtítulos.

Las letras, originales y traducidas, de cada canción que proyectarían en escena, en aquel rectángulo lateral, blanco sobre negro. Durante la hora y media de espectáculo, si mis cálculos no fallan, proyectaron, como si una lista de Spotify se tratase, un total de 24 canciones de aquel autor, más o menos seguidas, como una lluvia insistente traída de Centroeuropa. En algunas ocasiones fueron apoyadas por recursos visuales, ya sea imágenes de archivo del propio Brel, sobre un escenario, con todo su carisma, o de elementos naturales, como un mar o un cielo nuboso. Pero la mayor de las veces no, casi todo el tiempo era un baile en pareja de la música y la oscuridad.
El otro elemento de dúo lo trajo Solal Mariotte, gran bailarín, formado especialmente en breakdance, que contrastaba con su juventud y fuerza frente a la veteranía de Anne Teresa De Keersmaeker. Juntos iniciaron una especie de juego en el que, prácticamente nunca, se coreografiaban con los mismos pasos o gestos, fue, más bien, dos bailes expuestos en escena con complicidad, un encuentro entre estilos, simultáneos, pero tampoco excesivamente trenzados en su ejecución. De hecho, abundó los solos, en los que Solal se desvivía sobre sus pasos mientras Anne aguardaba quieta a uno de los extremos del escenario.

Muchos de los pasos y movimientos retrotraían a otra época, quizás ese siglo XX, en el que la música se expresaba con alegría y simplicidad, casi con gesto circense, de cine mudo, complementando la acidez e ironía de las letras de Jacques. Y es que, musicalmente, este autor presentaba desde vals a tangos, pasando por música más descarnada a piano y voz, o el formato cantautor de guitarra al hombro.
Fue una propuesta interesante, al menos como idea, y ese arranque en el que apareció Anne desde un extremo, ataviada de un traje gris ancho, una camiseta negra, que cruzó el escenario y fue directa al micro para… no hablar y continuar su camino. Genial, más aún cuando sonó una canción y, desde uno de los palcos, Solal gritaba la letra de la canción a destiempo, corría por las alturas, más allá de las paredes de tela de aquella escena, proseguía desde una distancia incierta cantando, y aparecía en uno de los vértices del fondo. Gran aparición.

No me pareció tan atractiva la idea repetitiva del formato, el listado incesante de canciones con sus subtítulos, como motor de la obra, sin apenas interludios, escenas de silencio, cambio de luces o intervención de esa dinámica. Me hubiese gustado una actividad que recrease una historia y que, en determinados puntos, se enzarzase con una nueva canción, algo con naturalidad y sentido, no lo que encontramos, un simple salto de canción al finalizar la anterior, como un Greatest Hits de Brel en un vídeo de YouTube. Eso escuché decir a mis vecinos de butaca, y creo que tenían razón (aunque no sepa muy bien que es eso de YouTube). Por ello creo que la idea, el homenaje, era muy digno, pero la práctica se hacía excesivamente larga. Lo hubiese dejado en cuarenta minutos con ese estricto formato para que impactase más el mensaje. Tenías que ser muy, muy fan de Jacques Brel para disfrutarlo a otro nivel, condición un poco esquiva para la mayor parte del público.
Siendo justos, la técnica era imbatible y se disfrutaba mucho sintiendo esa falta de gravedad, ese movimiento incorpóreo, casi propia de una animación, que llevaban a cabo bajo los focos. La interacción con el poco vestuario que tenían, así como sus cambios, sus reveses, alimentaban las vueltas sobre sí mismos, sobre las canciones, sobre la imagen de Jacques Brel. La gran Ne me quitte pas llevó a Anne al desnudo integral, una entrega simbólica a aquel himno, arropada en la penumbra y la proyección del rostro de Jacques. En realidad, en muchas de las proyecciones, ya de subtítulos o de imágenes, ellos planificaron interrumpir la emisión de la imagen, aparecer o permanecer delante, molestando esa proyección, igual como reivindicación de su participación en aquella estela.

Bajo la luz de los focos, estáticos o paseantes por las tablas, ya sea mientras son proyectados como sombras de tamaños cambiantes en las paredes de aquel rectángulo escénico, estos bailarines encontraron un universo propio que se acopla, casi con artesanía de golondrinas bajo un techado, en la obra de Jacques Brel y su presencia escénica. No fue necesarias palabras porque ya se cantaban todas, como un discurso de río, profuso y cargado de velocidad.
Cuando se apagó progresivamente la luz, cuando todos nos fuimos quedando en la oscuridad, comenzaron a chispear los aplausos, con dispares espectadores en pie, para despedir a los intervinientes, y con ello a las obras de 2025, puesto que la próxima vez que pisase este teatro sería en un nuevo año, y ello me daba vértigo y ganas, a partes iguales, por conocer qué traería ese nuevo año para la invocación de la energía escénica, y con ella este eidôlon autor, a fin de aprehender el Teatro Definitivo. Pero de eso ya hablaremos muy pronto. Aplaudí con fuerza, dirigiendo las palmas al equipo del propio Teatro Central, el músculo que permite esta fantasía en Sevilla, para que arranquen con fuerzas esta nueva etapa. ¡Y como vine, salté al nuevo año!
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