A continuación, PARTITURA PARA EL FUEGO, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad de la V Edición de ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST, celebrado del 30 de mayo al 14 de julio de 2025, recogidas en Revista 17 Musas. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.
ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST
7 de junio de 2025, Plaza de España, bajo una luna creciente
La música es un mundo de lucha y sacrificio. De resistencia mordisqueada por los nervios, con la apuesta arrojada sobre la mesa, all in, traigo esta propuesta, te la regalo y ya verás qué harás con ella, ¿vas a participar? ¿Me dejarás de lado? Ese diálogo con un público que viene a cobijar unas palabras y acordes que llegan de lejos, de hace tanto, y que ahora cobran sentido en el calor de un escenario, en un sucinto equilibrio entre la idea y los cuerpos. Algo de todo eso manifestó ayer LEIVA volviendo a su hábitat, como él mismo confesó tras un año retirado en la naturaleza, lejos de unos focos que le hacen gigante, como el nombre de su gira, ayer acogida como parte del cartel del ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST.
Esa tarde estaba en sobre aviso, no como el año pasado, que apenas me arrastraba desde la Giralda a la Plaza España, borracho de incertidumbres, para dejarme agasajar con los artistas invitados. Esta vez no, desde luego sabía quién era Leiva, conocía su honestidad respecto a la música, más allá de la buena estética, hablo de sensibilidad en la busca sentimental de la pureza. Uno es un dios todopoderoso, no voy a ocultarlo, «Vilama, el trickster sevillano», ojo, cuidao ahí, pero como buen hijo de vecino he pasado por crisis, he bebido de la codicia por reunir todas las inseguridades, y he limitado mi expresión hasta condensarla en silencio amargo o una quietud de farola. Y en esos momentos, la música me ha redimido (también como a cualquiera), y sabía que el encuentro con Leiva me iba a sentar muy bien.
Más allá del calor de esta capital andaluza, en el recinto se reunión un aforo de 16.000 personas, prácticamente todas en pista, dispuestas a disfrutar de sus canciones. Yo me paseé un rato entre los puestos de comida y las distracciones de algunas marcas, las colas eran contundentes allá donde fuera, aquello parecía la Feria en cuanto a masividad. Pasé de esperar, empleé para el mal mis poderes (así siempre es más divertido) e hice que un chica me diera la porción de pizza que había comprado, que un señor me ofrendase su fría cerveza y que un adolescente sintiese la necesidad de levantarse de aquella butaca al verme llegar. Luego me hice pasar un rato por el mítico Curro de la Expo, por las risas. Así comencé a contagiarme del buen rollo de los asistentes, que no dejaban de hacerse fotos conmigo. En cuando vi el ya clásico juego de luces que ofrece Icónica antes de cada concierto, me aventuré hacia la pista, con la certeza abusiva de que me dejarían pasar hasta donde me viniese en gana. Ser una deidad y no aprovecharse sería desperdiciar algo tan importante como el sentido del humor, nadie debe permitirlo.
Apareció la banda, todos de blanco, muy elegantes y luego el propio Leiva, con su mítica imagen de sobrero ancho, botas, y camisa negra sobre la cual ostentaba una Telecaster plateada. Arrancó un video proyectado al fondo del escenario sobre él mismo montando en moto, con cierto aire onírico, y simultáneamente debutaba con Bajo presión. A partir de ahí subieron las revoluciones con las siguientes canciones, todo trabajo preciso de los ocho artistas que veíamos sobre el escenario (más los técnicos en las sombras, no olvidemos). Era un placer avistar a un público tan variopinto, no sólo en edades, también en intenciones, pues algunos vivían aquellas canciones cantando cada coma y exclamación de las letras, otros con las manos entrelazadas, los habían atentos a los músicos con una sonrisita en los labios, los que saltaban y los que no sabían guardar el móvil porque dudaban de su propia memoria. Los amigos, las parejas, los lobos solitarios, los invitados de prensa y hasta los primos, toda la fauna sentimental, sensible a la buena música, prestaban sus atenciones al espectáculo.
Desfilaron temazos como Lobos, Terriblemente cruel, Gigantes, La lluvia en los zapatos, Superpoderes, Breaking Bad (con ese aire tan evidente a Pink Floyd, más entre las luces de Icónica) y muchos más, algunos incluso, para alegría de fans añejos, de la banda Pereza. Aunque mi favorita fue sin duda una de las del último disco, Caída libre, que originariamente está colaborada con Robe y cuya influencia puede verse en toda la instrumental, los tipos de acordes, la cadencia y sus pausas, admirable. La noche, estudiada por una luna creciente, aglomeró una calor generosa, que no pasó por Leiva, que llegó a agradecer esta reunión de todos. Y con esa sinceridad, tan conectada en el presente, fue capaz de interrumpir un comienzo épico de canción porque se atisbó en otro tono, entre la risa y la perplejidad, que qué hacía arrancando de esa forma. Bueno, puede que algo tuviera que ver, un chasquido a favor del anecdotario, broma privada, aquí la confieso. Pero luego el público comenzó a corear «Leiva, Leiva, Leiva» y aquello fue un nuevo chute emocional para volver más arriba todavía.
Las dos horas de show pasaron rápidas, buen síntoma. Hasta la pausa del encore fue fugaz, regresaron con un par de canciones para el broche de oro, con esa tendencia tan suya, que practicaron en numerosas ocasiones de llegar al final, frenar la música y, pausado el aliento, volver a romper con ese último acorde o frase final para que se disuelva la espuma sensitiva entre los aplausos de los asistentes. Se despidieron de una Sevilla que ya lo ha visto dos veces en Icónica y que le trajo a la memoria sus primeros conciertos en la Fun Club. Salimos contentos, por supuesto, no tuve tentación de alargar la sombra del mal durante aquel rato, aunque la tentación de los djs y puestos de comida fue grande para quedarme un rato más y alargar la noche con el sabor de boca que nos había ofrecido una banda tan redonda como es la de Leiva.
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