domingo, octubre 27, 2024
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Crónica III – TERAPIA DE CHOQUE – Rudresh Mahanthappa Hero Trio | XXVII Festival de Jazz US

A continuación, PARTITURA PARA EL FUEGO, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad del XXVII FESTIVAL DE JAZZ UNIVERSIDAD DE SEVILLA, celebrado del 23 al 26 de octubre de 2024, recogidas en Revista 17 Musas y Mapa Desbloqueado.

 

25 de octubre de 2024


 

Los males del espíritu pueden ser muy físicos, no sé si se cae en cuenta, un dolor es un pensamiento, una idea en forma de posibilidad o recuerdo que se escurre del cerebro y gotea por las cañerías orgánicas hasta que se hace charco sobre un doblez gelatinoso o una articulación cálcica. Otras es sólo un golpe o infección (tampoco seamos fundamentalistas). Pero cuando no hay impacto o infección, cuando es una pena o un desgarro emocional, cuando todo se ha puesto perdido y aquella acumulación ya llega casi por las rodillas de la razón, ¿sabes cual son las mejores botas de agua para saltar dentro y fuera sin repercusiones? La buena música. No hay otra. Si es mala, es como tener un agujero en el zapato. Bien, pues si en la sesión salté sobre el charco y todo bien, hoy me desperté dentro de una maldita piscina. ¿Y ahora qué? ¿Aletas?

MAHANTHAPPA, Jazz, Saxo, Festival, RUDRESH MAHANTHAPPA HERO TRIO,

Vaivenes, un clásico en el calendario si eres una vida inteligente pseudodesarrollada. Bien pues la medicina que podría sanarme, llegados al nivel piscina de la ansiedad, era una contundencia, lo descubrí esa misma tarde. Acudí poco antes de las ocho a mi cita en ESPACIO TURINA para continuar deshojando la programación del XXVII Festival de Jazz de la Universidad de Sevilla y allí había un nombre que me arreglaría dentro de esta calavera de dios: RUDRESH MAHANTHAPPA HERO TRIO.

Crónica del Festival de Jazz de la US.

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Voy al grano como ellos mismos fueron sobre el escenario. Arrancó el saxo alto de Mahanthappa con intensidad y florituras para romper el silencio e, inmediatamente, entraron como un mazo musical sus acompañantes al contrabajo (Phil Donkin) y a la batería (Tim Angulo). Rudresh tocaba con los ojos cerrados, concentrado en conectarse, en crear ese vínculo en directo tan necesario para trascender. Fue un sonido brutal, en el buen sentido, muy, muy físico, y así sería el resto de la noche. A esto me refería, a veces se requiera un golpe en el estómago para sacar lo que llevas dentro y despertar, y esto iba a ser toda una experiencia (pero los golpes se lo llevaban los parches, teclas y cuerdas, para alivio de todos). De hecho, llegó un momento en esa canción inicial en el que los tres mantenían sus parpados cerrados y parecían hallar esa conexión interna que es tan necesaria.

Crónica del Festival de Jazz de la US. Crónica del Festival de Jazz de la US.

Pensé en el sonido tan diferente respecto a la sección rítmica que apreciamos la noche anterior. No hablo de calidad, me refiero a la expresión. Estos músicos tenían mucho que desahogar, si se me permite la broma, ya que lo veía como una forma complementaria de sanar. El segundo tema cambio esa energía, ya que estaba inspirado en Stevie Wonder, y desarrollaba una melodía bella, llena de calor y cierta nostalgia, casi como si hubiese pertenecido a un TV Show de los 90’s. Se había puesto las gafas Mahanthappa pero tocaba con los ojos cerrados y aquello me pareció casi teatral. El batería empleaba algo parecido a conchas para crear otros efectos percutivos. La gente estaba muy quieta y aquello me desconcertaba ante tanta fuerza escénica, así que… decidí divertirme.

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Nada fuera de mi humor habitual, me gusta generar ciertas reacciones físicas a lo intangible, así que hice que, con cada final de canción, los asistentes se levantasen mientras aplaudían y se cambiasen de asiento. Cuando terminaban los aplausos, aterrizaban donde hubiesen llegado por azar. Por supuesto, desconecté parcialmente el hipocampo de los presentes: Me interesaba que recordasen a este trío magnífico, pero no mi juego de butacas. Reubicados todos, comenzó la tercera canción del concierto, con un ritmo muy simpático, especialmente procurado por el contrabajo, y podía imaginarme caminando por una soleada calle, con el pecho hinchado de satisfacción o certezas infantiles, dispuesto a disfrutar del día. Creo que mis palabras connotan la sanación instantánea que me producía, y espero no ser el único en la sala que lo experimentó. Los focos pasaron a un rosado relajante, pero el ritmo y cambios de la batería impedían caer en esa tentación. El aforo, lleno como estaba, empatizó en alegría y en la fuerza de los aplausos se evidenciaba.

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Tras unas palabras al micrófono, Rudresh se colocó de nuevo las gafas y esperó a que el contrabajo arrancase una canción que bien podía adecuarse como banda sonora a una película de acción al revestir la velocidad y estridencia, siempre en el buen sentido, como atmósfera y alimento. A veces, Angulo golpeaba tan bestia la caja de la batería que, multiplicado su sonoridad por los altavoces, hacía que algunos brincaran en sus asientos de puro susto. Tenía algo, no sé bien qué, pero de nuevo me retrotraía al audiovisual noventero, estoy con la mosca detrás de la oreja, como se suele decir, ¿qué invisibilidad abre y cierra puertas de la memoria? ¿Me estarían ellos manipulando el hipocampo como yo hacía con el público? Mahanthappa disfrutaba muchísimo, cuando no tocaba se marcaba unos pasos de baile, e inmediatamente acometía de nuevo su instrumento. El solo de contrabajo que se marcó Phil Donkin suspendió la respiración del respetable, sólo se oía de fondo el repiqueteo de las cámaras de fotos. Poco después, en pleno fragor, Rudresh paró de tocar e hizo una señal a su batería para que se marcase un solo a continuación. ¿El resultado? Un desahogo tan grande que no me imagino cómo se debe sentir ejecutando esos ritmos y no sólo oyéndolo. Los aplausos que le siguieron fueron tan intensos que tardaron varios minutos en sentarse de nuevo gracias a mi juego (uno acabó en la esquina del fondo, mala suerte… Es el azar cruel del largo agradecimiento).

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Apreciamos el liderazgo de Mahanthappa cuando comenzó a tocar un nuevo tema y, con una mínima intensidad, su batería le acompañó. Él cortó en seco y mirándole le dijo «SOLO» y retomó desde ahí sin más acústica que la de su saxo alto. El sonido recordaba a melodías asiáticas o incluso africanas, un entramado de herencias, muy bello, cuya cadencia magnetizó a la audiencia. Luego se incorporaron sus acompañantes y pronto, muy pronto, supe que este tema era especial. Me abría la puerta de la imaginación, estaba en ese punto dulce y sensible, en el que era capaz de escuchar qué se quería contar más allá de la superficie e intuyo que gran parte del público estaba en ese mismo punto. Yo narraré aquí cómo lo viví, la intrahistoria que escondían aquellos sonidos. Sin duda, era una historia que llegaba a través de un desierto, del calor y los animales salvajes, casi con una influencia de la magia o la simple creencia en la magia. El saxo jugaba con la potencia y salida del aire, distorsionando a placer, meciéndose entre un sonido sucio y limpio; la sección rítmica fluía como un dispensador de latidos. Sin duda, aquellos sonidos constituían una historia de peligros y sombras, de sangre, de advertencias, un camino que hay que recorrer cuando no quedan opciones a la que aferrarse. Y el saxo se diferenció de esa cadencia, sus imágenes eran de un río, un afluente que retaba el curso del río, que se abría paso por la maleza y que derivaba a una serpiente. Ese reptil que reconocían las formas con su camino, que quebraba las certezas y medía cada pensamiento con su silencio, eclosionó, casi sin pensarlo, en forma de pájaro, porque el sonido salía disparado en dirección opuesta a la gravedad, agudos al cielo, un ave que revoloteaba, que debía esquivar las rocas que se desprendían de un precipicio próximo, y que el contrabajo se afanaba en recordarnos, y finalmente, más allá de la espesura, el pájaro-saxo se elevaba con movimientos nítidos y limpios, sin estridencias, perdiéndose en el aire y el horizonte de la siguiente canción.

Cuando se aplacaron los aplausos, comentó al micrófono que la canción anterior era una de las más bonitas para él y yo supe que ya viví mi favorita de la noche. Dicho lo cual, arrancó la sexta canción de la noche con rapidez y con fraseos bien definidos, casi diría que inspirada en alguna canción popularizada, con mucho estribillo (si es que se llaman estribillos a esas constantes). Un solo de bajo a ojos cerrados se agradeció con comentarios y aplausos prematuros por el público, el saxofonista miraba complacido, les dejaba hacer a los dos, disfrutaba de aquellos cambios de velocidad. Cuando volvió fue para marcarse un solo impresionante, increíble la habilidad de todos para no perder el tempo a tantísima velocidad. Me dejé llevar desenfocando la vista sobre el dorado y azul que se derramaba por los platillos de la batería, golpeados con fiereza, sin atemorizar su brillo. Bravos, aplausos, y más bravos. Merecidísimos.

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A micrófono narró un poco de su vida, su infancia en Nueva York, su traslado a Londres y cómo allí experimentó el racismo por primera vez (Mahanthappa, oh, sorpresa con ese apellido, proviene de familia india). Esto lo hiló con que el siguiente tema está inspirado en uno de sus héroes durante aquella época, George Michael, y leí en el programa que tienen ese nombre como trio por Hero Trio, «un álbum de versiones en homenaje a sus héroes musicales». Y acto seguido hizo promo de sus cds, vinilos y camisetas. Tras esto se desarrollaron las dos últimas canciones del a noche. La que llegó primero era también alegre, movida, pero chocaba esa sensación con la seriedad de los intérpretes. Se me hizo algo larga y se me quitaron las ganas de jugar, así que deshice mi influencia en los hipocampos una vez volvieron todos a sus asientos iniciales. Para la última canción se producía una conversación entre saxo y un contrabajo que replicaba sus notas, mientras la batería creaba una suerte de loop para que sus compañeros se desarrollaran. De nuevo hubo tiempo para que el contrabajista se luciera con un nuevo solo, aunque se vio sobrepasado por la intensidad de la batería. Mahanthappa llegó a ponerse en segundo plano, bañado por focos rojos, y luego se incorporó con zancadas hasta la primera línea y todos dieron todo, se regalaron con una intensidad muy alta, para despedirse con la marca de la casa. Volvieron a la réplica-contrarréplica de saxo y contrabajo, sobre el loop de batería, y ese círculo cerró la terapia de choque para aquel público. Salimos por la puerta tarareando sus ritmos, fue algo inconsciente y colectivo, pero fui el primero en sorprenderme en el baño silbando sus melodías.

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