A continuación, PARTITURA PARA EL FUEGO, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad de la IV Edición de ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST, celebrado del 7 de junio al 18 de julio de 2024, recogidas en Revista 17 Musas. Si quieres conocer en qué consiste este proyecto, aquí tienes la presentación.
ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST
27 de junio de 2024
Gracias a Rozalén acepté la tormenta (para coraje de todos). Me explico, tranquilos, lo que digo siempre tiene sentido, no soy profeta ni poeta de Instagram. Primero debo aclarar que una semana difícil la tiene cualquiera, sea deidad o humano, no te libras. Las reglas del juego están escritas para todos los seres sintientes y no siempre vas a comerte el mundo. Lo sé, nada nuevo para nadie, pero debo aclarar que mi semana arrancó con una pérdida que debía asumir y aquí se pone la cosa delicada, no había más que mirar el clima que estaba instaurando sin control de mis poderes en pleno junio sevillano: Viento y cielos encapotados. Soy buen palomero, alguna vez lo he contado, y me enorgullece confesar que esas criaturas son mis mejores amistades, con quien puedo hablar tanto de lo excelso como del barro de la existencia. Y había un palomo negro, muy especial, que voló alto y sé que no volverá. Fue su momento Ícaro. Y estos días, a mi ansiedad, podía sumarle esta contusión emocional. Entonces supe que era el momento de dejarse caer de nuevo por Plaza de España y la maquinaria eficiente del ICÓNICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST.
Necesitaba un nuevo chute de dopamina y endorfinas, dicen que quien canta ahuyenta sus penas, y no quería tenerlas mordisqueándome los tobillos a cada rato. Una vez en el aquel espacio comprobé la multitud congregada, que ocupaba todo asiento disponible y empleaba su tiempo en largas colas para alimentarse o coger el puntillo con la cervecita. El ambiente, tranquilo pero festivo, rápidamente tomó fuerza con las teloneras, una enérgica banda de mujeres llamada Las Migas, que abrieron el ambiente media hora antes de que comenzara el espectáculo y recondujeron al público a sus asientos. Yo, en abuso de superpoder, me hice invisible y robé una botella de agua y un par de empanadillas argentinas, antes de irme hacia las gradas y arrullarme en un asiento de las últimas filas.
El viento circulaba por todas partes pero resistían, como dudas sanguinarias, minúsculos mosquitos que sancionaban cuellos y brazos. Poco más tarde de las diez y media, salían al escenario los siete magníficos que comportan la banda ROZALÉN. Mención especial a la intérprete de signos quien, posicionada junto a la cantante, aparecía también en pantalla para una mayor inclusión del público de este grupo.
Están de gira tras su último álbum “El abrazo” y así lo anunciaban en una gran pantalla ovalada. Por cierto, qué gran belleza disponer de los artistas e instrumentos repartidos por el centro de una plataforma escénica que simulan pétalos de flor abiertos que se iluminan al son de cada tema. El auditorio rozaba el lleno absoluto y la noche estaba perfecta para disfrutar de aquel concierto.
Nos tenían reservados un total de veinte temas a lo largo de más de dos horas. Arrancaron con Lo tengo claro, y sus largos aplausos de bienvenida, seguido de Sácame la pena, Te cuidaré de lejos, Y busqué, tras las cuales advirtió al público que sería cansina dando las gracias pero es que se siente muy afortunada de tocar de nuevo en Sevilla y que haya venido tantísima gente. Recordó que aquí grabaron su primer disco, que tienen a dos sevillanos en la banda y que existe una conexión especial con la ciudad. Aquel impulso le sirvió también para hablar del último disco, que ”si bien siempre se dice que es un trabajo especial, este es lo es mucho más”, pues está basado en las vivencias de los últimos cuatro años, y al parecer también ha tenido que atravesar su propia tormenta. “Si sabéis cómo me pongo, pa qué me llamáis. En mis conciertos lloran hasta los punkis”.
Continuó con La cara amable del mundo, canción dedicada a su sobrino de diez años y a las generaciones venideras, con versos tan bellos como “Ojalá te ames tal y como eres, y también te amen con tus imperfecciones” o “Ojalá nunca te olvides que siempre, siempre se está a tiempo, que a pesar de los errores podrás empezar de cero, que valores cada instante y te enamores hasta del viento, y digas con frecuencia gracias, te quiero, lo siento”. Nunca faltan las canciones que aporten luz a los días, más cuando se huele la tormenta. A ella le acompañó Vuelves y Comiéndote a besos (aunque los mosquitos también la comían a ella, como dijo en un impase entre canciones). Y entonces advirtió de que llegaba un momento intenso de la noche: Tres canciones duras “con las que vaciarse por dentro”, soltarlo todo y ya luego prometía momentos de venirnos arriba. En un amplio discurso explicó su plan, “que me sirva haber estudiado psicología”. Comenzó con Ceniza, inspirada tras la muerte de su abuela en plena pandemia, luego se dio paso a Entonces, pura melancolía de la infancia, entendida como un cuándo y no un dónde, con la que se valió casi toda la canción por sí misma con una guitarra blanca preciosa con detalles dorados, aunque luego fue respaldada por el teclado (sobre el que habían puesto un par de patitos de gomas que contemplaron todo el concierto). Finalmente, la trilogía de la tormenta, se cerraba con Todo lo que amaste, amparada en el dolor inmenso de la muerte repentina de su padre (“Me quedé sin voz”), de la que de nuevo se valió tan sólo con el teclista. Cantaba: “Honrar tu vida, padre, es honrar la mía”.
Tras ese momento lacrimoso y necesario, templados los nervios sobre el escenario y aliviada la preocupación por ciertos fallos técnicos que decía tener (y que no se percibían desde el público), comentó que era la segunda vez en Icónica y que, por ello, se atrevería como albaceteña, a cantar una sevillana, “desde el más sincero respeto”. Y así dio paso a Sevillanas de la amapola y el romero, cuyos versos arrancaron algún “ole” entre el público. Una sevillana a teclado y voz, muy curiosa, al menos para mí. Miraba al cielo ya anochecido y veía algunos pájaros volar a su nido con prisa, y me acordé de mi palomo negro, de sus vuelos y sus sonidos. Cómo se levantó el viento, tuve que contenerme para no desmontar la plaza piedra a piedra. Y así comenzó Te quiero porque te quiero, fandango con toda la banda de nuevo. A estos experimentos folclóricos se sumó una jota a Albacete, Es Albacete, que se cerró con el clamor de “¡Viva Albacete!”. Y hasta aquí el folclore, volantazo musical para traer Mis infiernos, canción que me fascinó especialmente, y que rescataba la voz del rapero Kase O para los estribillos, colaboración idónea en el panorama musical español. El público más joven pareció reaccionar con más vehemencia a este tema, será cuestión de energía.
Vivir se abrió camino, en esta celebración vital que es esta gira, concierto y disco, con su mensaje durísimo sobre el cáncer y su ritmo jovial (gran presencia del ukelele). El público ya comenzaba a liberarse de su asiento y… digamos que les insinué el último aliento para que se decidiesen. Si la fila uno se levanta, la segunda se queda ciega. Lo mismo ocurre con la tercera, si la dos se pone en pie. Sólo que yo… lo hice literal: Quienes se quedasen sentados sufrirían una temporal ceguera clínica, así que en unos segundos toda la Plaza de España se puso en pie y coreó, y confieso que pocos lo hicieron bajo mi coerción. Se agradeció el trabajo del equipo técnico, tan necesariamente invisible (como yo) y, tras los aplausos, llegaron Que no, que no, junto a El día que yo me muera, con una coda reggae, y la falsa retirada, tan habitual en estos conciertos.
Pataleo, aplausos y voces rogaban un bis o tris o tetraplis, lo que nos echen. Volvieron al escenario con la canción más rockera de su repertorio, a pesar de la base electrónica inicial, Llévame, “Llévame, aléjame del ruido, susurrándome al oído que todo va a estar bien”. Luego, para agradecimiento de la audiencia, cantó La puerta violeta, y bajó al público, caminó entre sus fans, que la abrazaban, la besaban, daban regalos y sonreían. Apenas un cometa entre la miríada de cabezas que la buscaban en pie. Una mujer le dio un beso que se multiplicó por los altavoces de la plaza. Finalmente se cerró este bellísimo encuentro al subir al escenario de nuevo y cantar Todo sigue igual, en homenaje a sus amigos de toda la vida. Supongo que será algo habitual, pero saludaron al público y lanzaron una pieza musical de electrónica maquinera dura y comenzaron a bailar y saltar allí mismo, mientras el público aplaudía, saltaba y abandonaba el recinto. Llovería al día siguiente, lo necesitaba, lo siento, Sevilla. Culpa de Rozalén, cuyas letras enseñan a aceptar la tormenta.
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