A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionada con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros y salas de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas.
CRÓNICA XXXVIII: “Al igual que tú” – Eva Yerbabuena
TEATRO DE LA MAESTRANZA – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
7 de abril de 2024 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Hay quienes alcanzan a sentir el baile como la vida canalizada en quiebros, gestos y desenvolturas. La música es la voz que se precipita a este mundo y agita esa lengua, tan física y expresiva, que es el baile. La vida tiene forma de baile para EVA YERBABUENA, incluso a pesar de la vida misma, de sus dolores y ausencias. Así lo expresó en el Teatro de la Maestranza, ante un aforo entregado que no dudó en intervenir su espectáculo «AL IGUAL QUE TÚ» mediante aplausos y marcados «Ole ahí».
El público había llegado con una energía vibrante, reflejo de la trayectoria de la artista, porque suele pasar, dependiendo de qué artista tenga protagonismo esa noche los asistentes traen una sobrecarga determinada. También me gusta ver el rango tan amplio que abarca alguien como Yerbabuena, desde veinteañeros hasta edades veteranas, pasando por familias con niños; ese sentimiento a través de la música y el baile se entrega con la misma generosidad a todos. También observé por sus vestimentas que el calor llegaba a Sevilla, comenzaba a instaurarse sin demasiada tiranía, por el momento. No obstante, el auditorio estaba fresco y un silencio cómodo se generó al levantarse el negro telón.
De repente escuché el Casta Diva, probablemente de María Callas, aunque no sabría asegurarlo al cien por cien (canción además con la que encauzarán el final de la obra). Algunos personajes de aquella obra se presentaban contenidos. La propia Eva Yerbabuena dentro de un círculo de luz, otro bailarín que rodaba lentamente por el suelo, dos mujeres sentadas y confrontadas bajo un haz de luz cálida, otra figura masculina con una larga falda, de espaldas y contra el fondo. Límite del escenario, sea dicho de paso, de un trabajo increíble: representaba un edificio en ruinas tajado por la mitad, casi como aquel tebeo de 13 rue del Percebe (sí, ese tipo de lecturas también las tenemos en la sala de espera del Limbo, no todo va a ser Goethe…), con sus azulejos donde una vez hubo cocina o baño, su papel pintado rasgado donde funcionó como dormitorio, hasta las sombras de estanterías y escaleras. Todo de una tela semitransparentes que pronto delatarían la presencia de un conjunto de músicos y cantaores que darán una fuerza tremenda al espectáculo.
Me pareció una puesta en escena brillante para narrar una historia de vida a pesar de la vida, más allá de las ruinas y el pasado, de los fantasmas que la pueblan; un espíritu que recuerda pero que quiere salir adelante, no sin su particular y espectral compañía, pero tampoco bajo su yugo. «Canto y bailo para que no olviden que estoy viva» se llega a mencionar durante el espectáculo. Uno de los momentos brillantes fue también la interpretación de La llorona popularizada por Chavela Vargas.
El panorama onírico contó además con un vestuario increíble en gama de negros, grises, rojos y rosas, como si fuesen personajes de una obra teatral perdida, una fantasía sacada de la ensoñación de alguien que vive en dramaturgia («vivir en dramaturgia», me representa tanto esta expresión…).
Eva Yerbabuena lo dio todo y el público así lo reconoció, su fuerza implica una concentración absoluto y, aún así, se permitía los tiempos para sonreír, para disfrutar del escenario, sus acompañantes y su público. Junto a ella destaca los bailes de FERNANDO SUELS MENDOZA, muy ligados en todo momento. Pero se acompañan de un equipo extraordinario, como son Mercedes de Córdoba y Christian Lozano, también como bailaores; la narración y actuación de Maica Barroso; y en el contencioso apartado musical encontramos a un extraordinario Paco Jarana a la guitarra (y suya es la dirección musical de la obra), la percusión de Daniel Suárez, y como cantaores encontramos a Oruco, Sandra Carrasco, Miguel Ortega y Antonio Gómez el Turry; con colaboración especial de Ella Garry.
Todo un espectáculo para despertar a la vida que permanece entre nosotros, incluso a pesar de la vida, del dolor del flamenco, de la ausencia o los entuertos, que diría algún escritor universal. «El recuerdo es un mapa imperfecto en una pared ajena» se manifestó en la recta final. Los baños de aplausos fueron generosos porque lo merecía. Una obra con grandísima calidad y sensibilidad para transportarnos a su propio plano existencial donde el baile de Eva Yerbabuena tiene una voz y narración que estremecen sentimientos viscerales y hondos.
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