A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionadas con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros y salas de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas.
CRÓNICA XIX: “Visillo” – Baldo Ruiz y Paloma Calderón
TEATRO CENTRAL – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
20 de enero de 2024 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Podría aprender a danzar con esa fuerza. A mi vejez (mi eterna juventud), ejercer un meditado control sobre mis extremidades, someterlas a un ritmo, quién sabe, mientras existe conciencia, existe la posibilidad de aprender. Este pensamiento se ha instaurado en mi mente de eidôlon por dos motivos, ahora me doy cuenta. El primero, sin duda, es por cómo me siento desde que visto con falda. Este uniforme kilt me ofrece unas libertades desconocidas hasta el momento. Mis piernas avanzan con más presteza, es increíble, pienso «¿qué habrá tras aquella puerta?» y mis zapatos cabalgan hacia aquella sin miedo a tropezar. Lo recomiendo a todo varón, la falda kilt es todo ventajas.
El segundo motivo es el espectáculo que presencié en el Teatro Central, que llevaban dos días consecutivos exhibiendo el cartel de sold out en su taquilla, y que me tenía intrigadísimo. Me refiero, por supuesto, a VISILLO de Baldo Ruiz y Paloma Calderón. Aquí el reto no es pequeño, transformar la palabra en gesto, precisamente para luchar contra otras palabras. Lo sé, dicho así parece algo abstracto, pero me explico. Aquí el enemigo toma forma de negación o insulto, de amenaza o rencor, en definitiva de una prohibición cuasimoral que se impuso durante siglos («eso no se hace, para con eso, se acabó el tema, no quiero ni hablarlo») y, por aceptación ciega de la sociedad, se fue alimentando como tabú: El placer femenino.
En la Grecia Clásica era habitual conocer ciertas inclinaciones, la verdad es que no fuimos tan cerrados como los que habitaron el planeta desde entonces, ni yo lo entiendo del todo. Recuerdo a mi compañero en dramaturgias, Aristófanes, meter referencias de ello en su afamada Lisístrata, por citar un ejemplo. Aquello cobraba vida sobre un escenario, no era un secreto guardado al fondo de un baúl. Ahora la cosa se normaliza de nuevo, un cauce lógico, lo contrario es ir contra naturae. Y, precisamente en esta empresa, se ven envueltas nuestras protagonistas sobre el escenario.
El encuentro es a oscuras, reflejo del contexto del que se llega, y el ambiente será cruzado por un tímido foco que localiza a una mujer, con un vestido de negro muy propio de las viudas del siglo pasado, sentada, rígida, con la mirada perdida hacia el público; acabará con su cara deformada en un grito mudo, un desenlace de la opresión (que se retomará al final del espectáculo). Y poco tardará en aparecer en escena el trío de bailarinas que llevaran a cabo todo el imaginario gestual de la obra.
Me quedé fascinado con la fuerza de Sara Canet, Cristina Maestre y la propia Paloma Calderón. Creo que la palabra de este espectáculo es FUERZA, en su técnica, en su ejecución, en su teoría, en el arrojo que tuvieron para llevarla a cabo porque, se aprecia a legua, no es una creación sencilla. Hay muchísimo trabajo detrás, puedo apreciarlo en cada movimiento que se recorta y abre a través del espacio para golpear con su verdad, el pálpito que hace girar cada etapa de VISILLO, la exaltación del autoplacer, ensombrecido hasta ahora por miedos y silencios.
Tiene imágenes muy potentes, como ese enorme vestido que pivota en el centro del escenario y acabará por los aires, como un portal a otro mundo. También pienso en los rostros tapados de las bailarinas, en esa danza-combate que se atraen y arrojan al suelo, probablemente inspirado en Los amantes de Magritte, y que tienen detalles tan espectaculares como los susurros que se comparten entre aquella violencia rítmica y la música que les acompaña. Los pelos de punta bajo mi camisa (también algunos de mis pantorrillas, ahora, con falda, puedo apreciarlo). Y, hablando de pelos, quiero destacar un recurso visual más, una extensión del movimiento que es muy potente para mí: Las melenas libres que se agitan por el aire y contra el suelo, que completan líneas de lenguaje.
«Me abrazaría a mí misma fuerte, hasta que se me rompieran las costillas» se dice al micrófono, destilando palabras que puedan combatir el silencio. Todo el público estaba secuestrado en los saltos emocionales que parecían amasar por momentos, toda una danza de hermandad femenina, con carga sexual y solidaria a partes iguales, como la violencia y la ternura que aquí se dan la mano ante los pudores y prejuicios, porque repito, no es sencillo expresar una realidad compleja y, a la vez, elemental.
En la parte final, se inició una secuencia de baile intensa y sincronizada entre las tres bailarinas que dejó a todo el mundo impresionado, con gritos entre el público y aplausos espontáneos antes de tiempo. La belleza salvaje del cuerpo que se busca y se encuentra, el oráculo que puede llegar a ser una mujer para otra, reflexiones más allá de ese visillo que impidió la vista clara, la vida entre penumbras, pero ya no más.
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