A continuación, EIDÔLON – Aristófocles eterno, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad relacionadas con las Artes Escénicas que se desarrollan en los teatros y salas de Sevilla, recogidas en Revista 17 Musas.
CRÓNICA XII: EL CURSO DE TU VIDA – Bernardo Rivera
TEATRO LA FUNDICIÓN – EIDÔLON, ARISTÓFOCLES ETERNO
21 de diciembre de 2023 – 24s d.c. (veinticuatro siglos después de mi cuerpo)
Mi verdad es un disfraz, a veces me pregunto por el curso de la memoria, ¿qué es ese invento? ¿Por qué se presenta tan inestable la mayoría de las veces y otras pocas con una lucidez insensata? A saber, porque recuerdo perfectamente que el herrero de mi pueblo nos debía una herradura al caballo de mi familia, que le pagamos las cuatro y anda que no estaba enfadada mi madre cuando vio al animal llegar a casa cojo, y aquel tipo nos intentó vender la idea de que tenía el ritmo en la sangre y bailaba con estilo. Casi nos lo creímos, vamos. Sin embargo, ahora (sea lo que sea el ahora para un fantasma), a veces me paro a mitad de un pasillo y no sé decirme a dónde me dirigía. Supongo que es el jet lag de los viajes espacio-temporales. ¿Pero y los vivos? ¿Qué excusas tienen sus memorias?
Yo he estado aquí, me dije, en mitad de una niebla mental. Reconocí el vestíbulo del Teatro La Fundición, la taquilla con sus promociones, las puertas de hierro con aires al siglo XVII, y las paredes con cuadros de algún artista contemporáneo. Aunque eran imágenes diferentes, el Arte está vivo, es evidente, se mueve, que me lo digan a mí. Del fondo del desván de mi cráneo etéreo vinieron flashes de la primera vez que estuve por este auditorio. En la cola, la gente solicitaba, rogaba y exigía entradas para ver EL CURSO DE TU VIDA de Bernardo Rivera. Para cuándo, interrogaba la taquillera al público, pues esta no es una obra fugaz, y estaría disponible del 21 al 24 y del 28 al 30 de este frío diciembre, nada mal, máxime cuando el teatro, en sus comienzos griegos, se interpretaba una vez al año en las fiestas dedicadas a Dionisos. Unos tantos y otros tan poco…
Me alegré mucho cuando supe que, una vez se apagaran las luces, estaría frente a una comedia. Desde una segunda fila asistí junto al público a lo que se presentaba como un curso de cocina crudivegana y no me pregunten a qué se refería, cosas de modernos, me deja intrigado. Fue una propuesta arriesgada en la que el propio Bernardo Rivera adoptaría en su ambición hasta cinco personajes diferentes que van apareciendo de forma esporádica e intermitente en escena. ¿Cómo trabajará tanto la memoria? Es todo un reto.
He ahí una de sus mayores entregas, pues cada personaje tiene su propia personalidad, muy trabajada y distante a la del resto. Que si un empresario lanzado sin mucha visión, un joven inseguro con deseos por cumplir, un profesor necesitado de amor y autoayuda, una secretaria muy laboriosa y, el personaje que más me gustó, una actriz… ¡fantasma! ¿Puedes creerlo? Yo, un eidôlon, viendo en escena una actriz fantasma, con sus interacciones desde el más allá y sus monólogos (que me recuerdan tanto a mi día a día). ¿No es maravilloso el caprichoso azar a este lado del universo?
Además la obra se sirve de recursos actuales para ganar profundidad, efectismo y ritmo. Hablo de grabaciones de voces en off, simulación de megafonía, de proyección de vídeos en los que sí que coincidían en escena algunos de los personajes, música y juego de luces acorde al momento que se desarrollaba y una escenografía escasa pero que daba mucho juego: Una mesa para depositar los alimentos y utensilios, a nuestra izquierda un espacio a parte (que hacía las veces de almacén y, casi, confesionario) y a nuestra derecha una pared con bocetos dibujados y una ventana, que identificamos rápido como si observásemos las sombras a través del muro del baño. Inteligentes recursos al servicio de la historia coral interpretada, vuelvo a subrayar, desde un único actor.
Los cambios de vestuario y peinado (multiplico por cinco los disfraces) en tiempo récord es una cosa que hacía tiempo que no veía y me generó una simpatía inmediata. También Bernardo la buscó en el propio público, haciendo que interactuase un mínimo, sin ser nada invasivo o molesto (preguntas simples, algún aplauso o entrega de papeles, nada que pueda incomodar). Me engañó, debo confesar, porque creí que me iba a dar un formulario, prácticamente nos mirábamos a los ojos, y me levanté para recibirlo, pero aquel papel me atravesó, lógica de la fantasmagoría, y fue recogido por su verdadera destinataria, una espectadora del público. Menos mal que nadie sabrá la cara de tonto que se me quedó.
Bernardo emplea múltiples juegos de palabras, chistes de inestable calado, mucha gestualidad y un notable dominio de los silencios para hacer generar la risa y la participación de la audiencia. Alguna vez incluso rompe la cuarta pared, como un guiño desde fuera de la obra, para ironizar sobre el propio teatro que interpreta (como algún comentario sobre la coincidencia de que no aparezcan en escena dos personajes a la vez). Pero sobre lo que planea, siempre desde le humor, es en una búsqueda personal de cada personaje y, a modo de espejo, del público que le observa. Emotivo, sensible, bienintencionado, su trabajo en esta obra está plagada de una calidez acogedora que no deja a nadie fuera de lugar. El amor, al fin y al cabo, parece el ingrediente secreto entre tanto disfraz en la cocina.
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