A continuación, PARTITURA PARA EL FUEGO, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad del XXVI FESTIVAL DE JAZZ UNIVERSIDAD DE SEVILLA, celebrado del 20 al 28 de octubre de 2023, recogidas en Revista 17 Musas.
25 de octubre de 2023
Conozco cada calleja y recodo de Sevilla, su completa partitura de sombras, vértices y sinsentidos. Soy capaz de llegar desde Torreblanca al Alamillo sin asomar la nariz por avenidas principales, evitar el mínimo saludo, la charla hueca, el empujón en la muchedumbre, la cata olfativa del autobús, la amabilidad de las ONG, el chiste de meseros, la buena educación y todo esa interacción. Soy un dios, sí, pero que eso no me quite mérito. Al contrario, para que seas consciente de mi esfuerzo, quiero que sepas que escribo estas palabras encerrado en el baño de ESPACIO TURINA, minutos antes de que se retomen los conciertos del XXVI FESTIVAL DE JAZZ UNIVERSIDAD DE SEVILLA.
¿Por qué un trickster de buena familia como yo, con un ingenio patente y una dentadura espectacular está aquí, hecho bolita, al borde de la hiperventilación y con taquicardias? El lector atento a mi terapia previa lo sabe, pero a ti, distraído o recién llegado lector, te resumo en una palabra: ANSIEDAD. También podría resumirla en la palabra ÉXITO, pues este auditorio ha llegado al casi lleno absoluto con la actuación de hoy y, como digo, tanta gente a mi alrededor… En fin, me gusta estar solo. Solo en la cima, soy un dios sevillano, no te olvides. Pero aquí… venga a entrar gente y más gente y más….
¿Y quién ha sido responsable de esta audiencia? Pues la propuesta de MARÍA JOÃO & CARLOS BICA QUARTET, representantes del jazz portugués, que andan de celebración porque se iniciaron juntos durante diez años, con todo tipo de expansión en el panorama jazzístico internacional, pero decidieron poner un punto y aparte, para continuar con sus carreras individuales, caminos con los que cosecharon buenos éxitos. Y ahora, ¡tras veinticinco años!, han vuelto a unirse con este proyecto y acaban de lanzar un disco llamado «Close to you».Todo ello, con el apoyo de André Santos a la guitarra y João Farinha a los teclados.
Esperé a oír los primeros compases para volver al auditorio y esa introducción tan suave y atmosférica me sacó del camino de la amargura. Este cuarteto se dedicó a envolvernos, con mimo de regalo, mediante versiones de canciones famosas y algunas composiciones propias, pero no me malinterpretes: el primero de los elementos que más me impresionó de su actuación fue la ardua tarea de deconstrucción que sufrieron esos covers para llegar a caminar como canciones propias. Para que mis psicólogas con plumas entiendan esto cuando lean estas terapias mías lo explicaré así: Un lavado de cara tan intenso que te blanquea el bigote. La sencillez de la presentación es el reflejo inversamente proporcional a la dificultad que conlleva. Algunos ejemplos de las versiones que desfilaron por el escenario fuerton «What a Wonderful World», que recordamos de Armstrong, «Woodstock», de Joni Mitchell, o, una de las que más conmovió al Respetable, «Norwegian Wood» de los casi desconocidos Beatles.
Un concierto te puede gustar por diferentes motivos, la mayor parte de ellos subjetivos y manipulables por parte del artista hasta cierto punto, pero si una palabra encaja en el molde sensorial de aquella tarde fue, sin duda, el sustantivo DIVERSIÓN (que contiene la palabra «versión», como las que interpretaban, aquí nada es baladí). La diversión del espectáculo, aunque fuese contagiada y colectiva, tenía rostro y voz propia: María João engloba el espíritu del juego, la entrega absoluta a la experimentación sin timidez ni coacciones externas. María João quiere disfrutar cada minuto, exalta el arrojo lúdico a toda la banda y nos hace partícipe del ritual. La ostentación vocal desplegada frente y lejos del micrófono recorría paisajes acústicos que variaban como intermitencias entre fotogramas, casi como la polifonía desordenada que entraba en una radio analógica cuando se buscaba la frecuencia deseada. Aquí todo es objetivo de su técnica. Igual cantaba más lírica, que improvisaba como un dibujo animado hiperactivo, o un hombre cabreado de algún país remoto, o se marcaba una cadencia propia de raperos, todo durante segundos efímeros pero bien hilados en los que nada quedaba fuera de lugar, el mundo cercado en su voz, dispuesto para su presta exhibición.
¿Sabes cuando mantienes el aliento mientras ves la escena de una película en la que un personaje tiene que bucear por una gruta que parece eterna y, si consigue pasar todos los metros a oscuras, sale a un pozo en el que respirar? Con esta mujer me pasaba igual y, claro, distraído como estaba, mis poderes como trickster se impusieron en la sala y tuve durante algunas canciones al público con los labios pegados y la lengua muerta, como yo estaba, las neuronas espejos trabajando a la máxima potencia. Era gracioso como, justo antes de que comenzaran los aplausos, se oía la respiración conjunta desde las butacas. No pido perdón, es más, deberían darme las gracias por hacer que nadie cuchicheara durante el show. Pero ya se me pasó cuando empecé a centrarme el contrabajo de Bica, verdadera pulsión de la vida instrumental de esta banda, un latido que fluye y que no deja a nadie atrás. Salí entre los aplausos finales, con el auditorio en pie, activos de puro entusiasmo, para no reiniciar mis tendencias sofocantes. Eso sí, me fui, de vuelta a la Giralda, cantando por la calle y pellizcando el bolsillo de mi pantalón como si tocase también un contrabajo invisible con el que generaba el movimiento de la ciudad.
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