A continuación, PARTITURA PARA EL FUEGO, la colección de crónicas literarias de Alberto Revidiego para cubrir la actividad del XXVI FESTIVAL DE JAZZ UNIVERSIDAD DE SEVILLA, celebrado del 20 al 28 de octubre de 2023, recogidas en Revista 17 Musas.
20 de octubre de 2023
Maldigo los días de aquellos que se atrevan a saludarme, a mí que me dejen en paz. Tengo el chiringuito bien montado, no necesito más, soy un dios en la Tierra, Vilama es mi nombre, recuérdalo, por la cuenta que te trae, soy todopoderoso, vivo en la Giralda de Sevilla, epicentro de Sevilla, hablo con las palomas, que lo saben todo, y siempre consigo mesa en las mejores terrazas para comer. Algunos me llaman trickster, otros cosas peores. Lo cierto es que provengo de una extensa genealogía de embaucadores y eso me honra, recuerdo que, de pequeño, me decían en casa: «dignifica a tus antepasados, especialmente si se aprovecharon de los tontos» y no puedo estar más de acuerdo.
Escribo esta suerte de diario porque mis psicólogos me lo recomendaron, apoyados en no sé qué teoría de Jung, con no sé qué influencia de Freud y algún toque salpimentado de Maslow. Quiero que se entienda que mis psicólogos son las palomas que anidan sobre la Facultad de Psicología; poca broma, vuelvo a subrayar, las palomas lo saben todo. También se cagan en todo, son disruptivas, en este sentido. La cosa es que esto es parte de mi terapia para afrontar esta ansiedad crónica que llevo arrastrando los últimos siglos humanos. Supongo que eso me hace ser un buen contemporáneo.
Y es que no es fácil ser siempre el más listo de la habitación. Al menos sin acabar como un cretino absoluto, aunque tampoco es que me importe mucho, pero el nivel de exigencia ahí está. Me he animado a escribir esto finalmente porque llevaba una racha un poco… insípida. Caminaba por la calle y me bastaba susurrar al oído de un padre para que tirara al suelo de un manotazo el helado de su hijo, pero ni con ese tipo de recurso se levantaban mis labios en vértice de sonrisa, algo extraño porque eso siempre solía funcionar. También probé a guiar la mano de un anciano a la hora de escoger cupón, precisamente al que tocaría, para que fuese rentable la millonada que llevaba gastada a lo largo de su vida en esa estupidez. ¿Y qué pasó? Que lejos de sacar a su familia del chaleco de cuello alto que era su economía cada fin de mes, el tipo se presentaba con un descapotable rojo en la misma esquina para comprar el cupón a diario… ¡El viejo vicioso! Eso debía haberme alegrado, pero meh… Ni propina daba a los camareros del bar en el que desayunaba aquel nuevo rico y las palomas se encargaron de ponerle la tapicería bonita, pero no me conmoví. Diagnóstico: Tengo algo roto por dentro, probablemente un manguito.
No obstante, hay esperanza. Hoy mismo he visto que comenzaba el XXVI FESTIVAL DE JAZZ UNIVERSIDAD DE SEVILLA, vi la programación y algo me hizo frus-frus por dentro, todo dios sabe lo que eso significa. Nosotros, las deidades, no tenemos exactamente corazón (orgánico ni poético) pero es lo más parecido al tum-tum de los latidos humanos, pero con extra de picante. Así que me encaminé hacia el espacio que recogería el primer concierto de este grandísimo evento, la sede ASSEJAZZ, dispuesta a recibir no uno, sino dos conciertos en un mismo ocaso. Eso, en lenguaje de dioses, se suele llamar «sacarse la chorra», y significa «apostar con valentía por una causa justa y noble».
El primer concierto era motivo de festejo: La polifacética saxofonista MARÍA GRAND, mano a mano con MARTA SÁNCHEZ al piano, presentarían su nuevo proyecto, «Anohin». Una vez en puerta, me pidieron la entrada y yo, que puedo chasquear los dedos y hacer que esa persona crea que es una roca, o peor, transformarla en roca, pagué mi entrada, porque el jazz es mi flaqueza, hay que mostrar respeto, me debo a estos músicos como si fueran doctores. Es una versión, la otra, quizás más real, es que me puse nervioso, presa de mi ansiedad social, y no se me ocurrió castigar aquella vulgaridad frente a un dios. ¿Qué más da? A la salida le susurro que me devuelva mis euritos y todos contentos. Me encantó el espacio, el amplio escenario apenas a un metro del público, el letrero de neón rosado de «assejazz» cuya grafía simulaba, en vocales y zetas, notas musicales.
El concierto empezó casi con sold out, a falta de seis entradas, lo cual auguraba grandes expectativas. Eso o que la tortilla que vendían en barra era imprescindible para la vida en la Tierra. En cualquier caso, cuando arranco el concierto la atmósfera se contrajo y la esfera intimista que aquellas dos artistas crearon nos envolvió en forma de reto: ¿seríamos capaces de jugar en su idioma musical? Su música era bella, sí, pero también requería una mente abierta, dispuesta al juego y la sorpresa. Porque ambas jugaban con el tiempo, con las texturas vocales, con la expresividad en el piano y el desgarro inquieto del saxo. Era como atravesar un cuadro de arte contemporáneo, sin figuras a la que agarrarte, o lo amas o lo odias, y a mí esa libertad me da un masajito subcraneal que me pone las pilas y eleva mi psique contra las nubes de la imaginación. Pero entiendo a la gente que le costó conectar, esperaban otra frecuencia. En cualquier caso, para mí fue patente la sensibilidad con la que extendían sus redes compositivas, acabé siendo una mosca sonriente en aquella telaraña. ¿Consecuencias? El viento. Cada vez que cerraba los ojos para fluir con lo que oía se levantaba una corriente de aire que tumbaba las partituras de la pianista. Ni apagando los aire acondicionados ni apoyando el móvil contra las mismas se contenía mi aliento extrasensorial, creo que, en parte, porque disfrutaba con la prueba, ¿sería capaz de tocar de memoria, seguir la esencia? Cabreada, llegará Marta a arrojarlas al suelo, en pleno otoño interpretativo. No fui consciente pero tampoco dejé de cerrar los ojos. Entre canciones, María las presenta, narra su inspiración, hubo homenajes a su psicóloga, conexión con los elementos, covers y adelantos de su próximo disco conjunto, «Anohin», que verá la luz el 15 de marzo del 2024, así que estaré atento, pues ya nos regalaron el adelanto. Referenció varias veces «el poder de lo invisible», cantó en español, inglés y portugués a lo largo de siete temas, se atrevieron a mostrarse sin complejos más allá de lo establecido, eso me animó mucho, algo en su música era espejo para los que buscamos lo indecible. Me dejé las manos aplaudiendo y juro que desde la mitad del show intenté parpadear poco para no molestar demasiado.
Tras un intermedio donde todos corrieron a por tercios de Alhambra y más montaditos de cocina, llegó el turno del quinteto recogido bajo el nombre de NACHO LORING QUINTET. Como son músicos de estas latitudes, majos a más no poder y, supongo que, habituales en Assejazz, tuvieron al público ganado de calle desde antes de tomar los instrumentos. Además su música suponía un contraste con el dueto anterior, era todo fuerza expansiva, festejo y liberación. Debo reconocer que aún no había salido de mi mood inicial y tumbé de nuevo las partituras del pianista, que directamente asumió que esa canción la tocaría a ciegas. No hay nada que me guste más que la equidad para el mal, así que esta banda no iba a librarse. Pero estaban desatados, felices de tocar, se apreciaba: el batería no paraba de mirar al público, como en busca de reconocimiento, al contrabajista poco le faltaba para que sus dedos echaran humo, el pianista directamente saltaba sobre la banqueta, el saxofonista bailaba de forma mal disimulada y al trompetista, Nacho Loring, era incapaz de dejar de sonreír con exaltación al oír a sus compañeros a lo largo de los cinco temas, aunque cabe decir que el último fue una suite llamada «Espacios», en homenaje a un poema de su abuelo, que constaba de tres movimientos. Fue valiente exponer algunos que llevaban apenas dos semanas compuestos, consecuencia del enamoramiento musical. Sus vibraciones impactaban contras las paredes de la sala, que están decoradas con fotografías en blanco y negro de artistas jazzísticos en plena faena y, debo reconocer, que con tanto movimiento y alegría cambié las imágenes de los cuadros en flashes de pocos segundos, con otros rostros exhibiendo muecas extrañas, un poco para poner a prueba la concentración del quinteto. He de decir que no le hicieron ningún jodido caso, bravo por su dedicación, creo que todos apreciaron el inmenso trabajo que hay previo a esta actuación.
Cerré la noche con alegría, disfruté de talentosos músicos, no tuve que hablar con nadie (mi ansiedad social bajo control), por lo que quedé impaciente por la continuación de este Festival de Jazz. De vuelta a la Giralda, recordé el helado contra la acera y el llanto infantil a punto de liberarse tras el shock y sonreí. Al fin y al cabo, no estaba tan roto por dentro como creía.
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