El calendario cinéfilo de la ciudad arranca en noviembre y toda la ciudad es consciente. El SEFF, siglas inglesas del Festival de Cine Europeo de Sevilla se inicia en su 19ª edición para ofrecer nuevas voces y viejos hábitos dentro de sus salas. Víctor Vigía, nuestro protagonista de “La butaca del Enmascarado” encuentra la manera de participar este año de una manera mucho más activa en su amado festival.
Yo, Alberto Revidiego, dejo paso a esta primera crónica escrita por Víctor Vigía desde «La butaca del Enmascarado» en el 19 Festival de Cine Europeo de Sevilla.
Crónica I del 19 Festival de Cine Europeo de Sevilla
Si había que estar a en punto, estuve a menos veinte. Si me hubiesen dicho que había que estar de rodillas, yo hubiese reptado. En el Hotel Sevilla Center había movimiento del personal de staff del Festival pero nadie parecía estar dedicado a otorgarme el mayor privilegio en mi trayectoria: ¡Me había ganado mi propia acreditación! Una tarjeta del tamaño de un bonobús con mi jeta impresa y, no lo van a creer, mi nombre y apellido reales. Nada de robos, suplantaciones o accidentes afortunados… Todo legítimo, ¡mi propia acreditación! Nadie se puede hacer una idea de la ilusión que me hace. Llevo años con el deseo de pasear con esa tarjeta colgada al cuello, como una mascota querida. Si me hubiesen silbado, hubiese acudido, con meneito de rabo incluido. Por suerte, no fue necesario aquello del cuerpo a tierra ni ladrar para que me la diesen. La suerte a veces llega en forma de mérito.
Recuerdo perfectamente cómo el año pasado, entre encuentro y encuentro, el propio Rodrigo Cortés me impuso la tarea, nada desdeñable, de hacer un guion cinematográfico para una película que él se había empeñado en hacer… Verdad arriba, verdad abajo; ya sé que la memoria es frágil. En cualquier caso, lo cierto es que lo escribí y me busqué a un mensajero muy concreto para que se lo hiciese llegar… Daniel Brühl me dio su palabra (y
a cambio le buscaría un papelito en mi película… se empeñó mucho). La cosa es que ha pasado un año y aquí nadie ha movido una piedra para crear esta montaña.
Decepcionado con el mundillo cinematográfico, entré en una alternativa gratuita al paquete Office y me puse a despotricar por escrito contra todos sus engranajes, porque algo, sin duda, estaba impidiendo la filmación diseñada por esta cabecita. Se me fue la pinza, lo reconozco: las críticas pasaron a insultos; los insultos a recreaciones sangrientas; estas a ficción detallada de cada escena y grumo, habían muchos tipos de torturas medievales en aquellas ilusiones escritas; las mismas que pasaron a tener una linealidad narrativa que tomaba cuerpo de vendetta; y en este sentido pasó aquel documento de texto a conformar un guion cinematográfico. Un guion de un corto, pero guion de cine, a fin de cuentas.
La Universidad de Sevilla lanzó un concurso de guiones en colaboración con el SEFF, buscarían nuevos talentos o excusas para que los chavales no acabemos en los parques estupefactos de estupefacientes. En cualquier caso, en provecho de aquella desesperación, me presenté y me adjudicaron la situación de finalista. No sé si muchos otros se presentaron, la cosa es que fui escogido entre otros cinco para ser promocionado en la sección de cortometrajes del festival y ahora puedo pisar aquellas salas como autor cinematográfico. Menos mal, porque una cosa era colarse con mascarilla y otra hacerlo a labio descubierto. Por ello, en el hall de aquel hotel, esperaba que me concediera mi acreditación para ser una estrella más en el evento del año.
Una chica de la organización me observó de arriba a abajo cuando la interpelé. Por supuesto, yo llevaba mis mejores galas, el equivalente a un esmoquin de paisano, que consistía en chaqueta, camiseta con dibujo de Banksy, pantalón negro, zapatillas blancas. Un pincel. Ella buscó la acreditación y me la dio con frialdad. Yo negué tal recibimiento, como es lógico: Rogué que me la pusiera como se otorgan las medallas olímpicas. Desconcertada, aceptó con indecisión y yo cerré los ojos. ¡Oh, qué bien sentó entrar en el Valhalla de los directores de cine!
Salí corriendo de aquel lugar y fui directo al Cine de Nervión para ejercer mis nuevas facultades todopoderosas. Ya tenía experiencia con tarjetas de tal calado, objetos mágicos capacez de someter a todas las puertas y beneficiarse del auxilio del maravilloso equipo de producción y staff. Decidí ver a las doce la primera película de esta edición, Los hijos de los otros de Rebecca Ziotowski; por lo que, sin pasar por taquilla, fui directo a la entrada principal. Allí quisieron cortarme las alas, no ticket-no diversión, pero entonces enarbolé mi pase frente a sus ojos y los de todos los testigos que allí se congregaban, como una prueba divina de ser el elegido. «¿No reconoces quién soy? ¿Acaso no lo sabes?» El pobre voluntario, que no debía rondar ni siquiera los veinte años, se azoró ante el despliegue de plumas y me dejó pasar (o fue a buscar a la encargada; en cualquier caso, yo entré).
Al llegar a la sala constaté el reencuentro siempre amoroso entre profesionales de prensa. A pesar de que el año pasado la seguridad era extrema, los periodistas no eran todos los que solían ser, ya que muchos aún manifestaban reticencia al espacio cerrado y a permanecer tras una mascarilla. Este año la película es distinta: Liberados de mordazas, las sonrisas y abrazos fluían con naturalidad.
Conquisté una butaca y comenzó Los hijos de los otros. Arranca en París y mi cerebro, que funciona como funciona, lo agradeció por una situación de simetría: En la anterior edición, el Festival de Cine Europeo de Sevilla arrancó con el filme París, Distrito 13. Esta película me llevó a un afluente emocional que no esperé reflejar: su protagonista inicia una relación con un padre divorciado y pronto se adivina que esa relación no es de dos; la importancia de la relación con los hijos de otros le genera, más allá del sustrato de estabilidad necesario, una pregunta: Si está en la última frontera para ser madre, ¿querría tener un hijo? Alguien que le sienta de una manera incondicional, pues siempre será una tercera entre el padre y la madre en cuestión. La película me pareció de un realismo perfecto, nada de estridencias, y la banda sonora era preciosa. Una periodista la relacionaba con La peor persona del mundo, película de 2021, yo asentí con educada desmemoria.
Saqué de mi bolsillo una libreta que he decidido portar este año para apuntar nombres y contactos de actores con los que me gustaría trabajar en el futuro, ahora que soy creador fílmico, y anoté «Virginie Effira, impresionante. No mencionarle la maternidad.» Al salir me topé con el fotorreportero con el que conecté equívocamente el año pasado, cuando me hice pasar por uno de ellos. Leí su intención, yo me puse las gafas de sol y más por ansiedad que por mala educación, giró noventa grados y huí en dirección opuesta.
Comí cerca y puse el servilletero al otro lado de la mesa. Contra él, mi acreditación. Podría decir que almorcé conmigo mismo, el camarero se sorprendió pero cuando se está enamorado nada de eso importa, ¿verdad? A las cinco entré de nuevo al cine para ver Saint Omer de Alice Diop, y mi sorpresa fue genuina al encontrarme una película legal; es decir, imagino que todas presentan sus papeleos y nadie infringe la ley (espero que paguen bien a sus actores), pero en esta película todo gira en torno a lo que sucede durante un juicio en el que se valora las acciones de una madre que ha matado a su bebé en el mar. Lo primero que pensé fue el brutal contraste con la película anterior y eso lo aplaudo. La protagonista, una escritora que busca una historia, acude al juicio mediático de esta otra mujer, que tiene un autocontrol absoluto de su cuerpo, habla con serenidad y demuestra una oratoria eficaz y culta. No oculta que mató a su bebé. Pero a medida que avanza el juicio (y la película) vemos que hay varias capas en la realidad que se va dibujando, algunas incluso como la brujería.
Y es que es importante destacar que es un procedimiento legal de un tribunal blanco, con agentes legales que también lo son y que se celebra en Francia, Saint Omer; todo ello entronca con la acusada y la escritora, prácticamente las únicas negras de la sala (sólo queda la madre de la acusada). Choque de culturas que parecen vaticinar un avasallo pero que van por otro camino: la soledad extrema frente a la educación en filosofía y letras, la lógica como puente entre la realidad y la manipulación de la palabra. No en vano se menciona a escritoras como Margarite Duras, el mito de Medea o filósofos como Wittgestein, el filósofo del lenguaje, de la que la acusada hace la tesis doctoral. Llega a decir la acusada «Si miento no puedo saber por qué», y a mí eso me generó simpatía. Estos últimos años yo… he hecho un poco lo mismo (y quien me ha leído lo sabe).
Una policromía de naranjas, marrones y amarillos crean una sensación visual de energía latente que genera una tensión durante toda la película, algo que acompaña muy bien el acercamiento al retrato psicológico de las protagonistas. La película empieza en el mar como el cartel de esta 19ª edición del SEFF, así como de la película que vi de pura suerte a continuación sin esperarlo: Conspiración en el Cairo de Tarik Saleh.
Como se había retrasado la proyección anterior, todos los acreditados de prensa exigían ir por dentro del pasillo a la otra sesión que empezaba de inmediato. Con mi pase de estrella de cine me escabullí entre ellos y tomé asiento en una sala atestada de público. Esta película es una mezcla perfecta entre una película de espías y El nombre de la rosa versión musulmana. Llegan a decir: «No importa quién somos, sino quién queremos ser», mi filosofía más personal. Es apasionante pero creo que pecaba de minutos demás en el metraje, se me hizo larga. Creo que, ahora que soy cineasta, puedo asegurar que habría reducido minutos de discursos en clase o encuentros en la cafetería entre jefe y espía. A mi alrededor algunas personas bostezaban en esos momentos de exaltación religiosa o falso café. Pero destaco la actuación de aquellos actores, por encima de todo, me llegó profundamente. Saqué la libreta: Fares Fares y Tawfeek Barhom, seguirles la pista.
La película acabó en el mar y me pareció un broche precioso para este primer día de proyecciones. Iba de camino a casa cuando quise ver publicar mi careto en Instagram, promoción del corto que en unos días se estrenaría. Las notificaciones de la cuenta del Festival me llamaron la atención y vi cómo publicaron fotos del photocall de la gala inaugural, que se celebró en el Teatro Lope de Vega. ¿Cómo pude olvidarlo? Mientras corría hacia la gala fue otra la pregunta que me asaltó: ¿Cómo pudieron olvidarme? Es decir, soy ahora un creador de cine, ¿cómo no me invitaron para que desfilase y diese el discurso inaugural?
Investigué quién me había suplantado. Igual investigar es una palabra muy grande; lo vi en el propio Instagram: María Guerra y Aixa Villagrán. Vale, creo que pude entender un poco por qué no me habían llamado para el discurso… ¡María Guerra! La escucho siempre que puedo con La Script, ese programa en el que hablan tantísimo de cine y hacen entrevistas a profesionales del mundillo. Con la ya clara intención de que me entreviste en su programa, fui a esperarla a la salida del teatro. Vi salir a mucha gente, pero no a la única que me interesaba. Apunté en mi libreta: Conseguir el contacto de María Guerra para entrevista inminente. Plazo límite: 8 días. Clausura del Festival, día 12 de noviembre. ¡Espabila!
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