La obra es un secreto que se comparte. Directores y actores han presentado en este 18º Festival de Cine Europeo de Sevilla sus métodos para crear cine. Desde la asistencia a escuelas artísticas hasta la alfombra roja, palabras dirigidas desde el boato de la entrega de premios así como desde los cafés compartidos con público y prensa. Este SEFF 2021 cierra una edición más con su palmarés y anecdotario. Desde “La butaca del Enmascarado” hacemos lo propio de la mano de Víctor Vigía, a través de esta clausura traída por todo lo alto.
Yo, Alberto Revidiego, dejo paso a esta segunda crónica escrita por Víctor Vigía desde «La butaca del Enmascarado» en el 18 Festival de Cine Europeo de Sevilla.
Crónica IV del 18 Festival de Cine Europeo de Sevilla
Toda la noche en vela. Hacer cine es muy difícil. Y bello. E improbable. ¿He dicho que es difícil? La noche previa tomé la decisión de camino a casa: Redactaría el guion de mi historia. Ya que me lo había pedido con tanta vehemencia nada menos que Rodrigo Cortés… ¡Qué menos! Trabajé durante horas esta primera piedra para levantar una película. Sin método alguno, y en mímesis a mi ínfima idea sobre guionistas, tecleé frases cortas, palabras sueltas, tomé café sólo, con leche y con licor de crema irlandesa, me puse sombrero, redacté con márgenes amplios y onomatopeyas comprometidas. Así, indomesticado pero efectivo. Por la mañana, extasiado de emoción y cafeína, salí de casa con mi guion bajo el brazo.
Era vox pópuli que la Escuela Superior de Arte Dramático acogería un encuentro con Rodrigo Cortés esa mañana de viernes doce. La cuestión era hablar de métodos para hacer cine. Supongo que centrado en el factor actoral. Todo ello dentro del contexto del 18º Festival de Cine Europeo de Sevilla. Era mi momento para entregarle el guion que tanto me había rogado que escribiese la noche anterior. Me interné en aquel edificio magnífico de la calle Pascual de Gayangos y localicé a quienes allí esperaban. Ningún periodista a la vista, un solo fotógrafo y un puñado de respetable público. Les saludé con cortesía fingida: Lo importante era comprobar si traían otros guiones en sus manos. Una banda de jazz sonaba de fondo, el edificio contiguo era el conservatorio. Ahora sí que parecía dentro de una película. Una vez nos dieron acceso al teatro del edificio, tomé asiento en la primera línea e hice como que tomaba notas para que no me hablasen.
Los estudiantes llegaron poco después, llenaron todo con su energía. Casi me daban envidia. Víctor, me decía a mí mismo, eres actor y hoy también estás en la ESAD… no vas mal. Gracias, Daniel, respondía, porque no me gusta hablar solo. Al poco llegó Rodrigo. Creo que me reconoció e ignoró rápidamente. A modo podcast, que es lo suyo por otra parte, narró anécdotas, reflexiones y consejos extraídos de la grabación de su última película: No suele escribir pensando en actores; a veces, trabajar con actores poco conocidos da una verdad extra; los actores deben aproximarse a su personaje de la forma que le resulte más cómoda, el director llega luego a matizar o explicarle lo que no entiendan; el puzle mental es previo, en el set se busca la verdad; no dice muchas veces corten porque si no todo el equipo se relaja y es como una cuerda que hay que volver a afinar; en los ensayos no se da todo, por eso hay grabar en todo momento; la mente puede no estar preparada pero el cuerpo sabe. Dice “vamos a ver qué pasa” y el ochenta por ciento de las cosas se ponen en su sitio; en ocasiones monta diálogos en base al ritmo sonoro; siempre busca generar una vibración; su forma de trabajar es desolemnizar todo. Hace bromas para quitar presión. Durante el rodaje sí es todo un templo, pero sin gravedad; cuando una escena no funciona suele ser problema de la escritura.
Con esa frase me miró a los ojos. ¿Tendría ya cara de guionista? Se abrió la veda a preguntas por parte del alumnado y estuvo buen rato en reparto de respuesta. Yo guardé silencio para que acabase antes. Como no se vislumbraba fin, aproveché para hacer un par de fotos e ir al baño. A mi vuelta, todos habían desalojado. Rodrigo no estaba. El jazz arrancó de fondo, como una broma, mientras atravesaba el patio y salía a la calle con mi guion huérfano de padrinazgo. La mañana estaba luminosa, me molestó muchísimo.
Me eché algo al estómago, lo regué con un par de cervezas. Hui de la luz como una criatura de la noche y volví a colarme en el cine con mis compañeros de cámara. Foto por aquí, foto por allá, Rodrigo por ningún lado. Revisé la programación en la web del Festival de Sevilla, desamparado. The painter de Oliver Hirschbiegel empezaba en unos minutos. Me fui al fondo de la sala, me hice un ovillo. Igual no fue la mejor película para ver desde la alegría de la cerveza y el chasco como escritor. O igual tampoco es buena en otro estado mental. No lo sé. La obra va sobre un pintor y su histriónico proceso de creación, sus métodos frente al lienzo en blanco. Con amagos de risa, me causó un aburrimiento hiperbólico. Creo que di cabezadas, el sueño exigía su diezmo. Casi diría que la proyección me dejó más triste. Tras la misma había coloquio con el pintor original, Albert Oehlen, y nada tenía que ver con aquel personaje de la pantalla. Se le vio un tipo cercano, amable, cabal. El personaje era una suerte de reverso. ¿Debería yo también probar a ser mi reverso? ¿Qué nacería desde ahí?
A la salida, traspuesto de los microsueños, escuché a los miembros del sector audiovisual comentar con expectación lo que ocurriría esa misma noche en el Teatro Lope de Vega: Daban el premio Ciudad de Sevilla al auténtico Daniel Brühl, quien, de paso, presentaría su primera película como director, Next Door (La puerta de al lado). No pude resistirme a acudir al evento, desempolvar mi acreditación como Daniel Brühl y ver qué pasaba. Decidí sin legitimación que mi papel allí sería ser el de asistente personal de Daniel Brühl. ¿Quién se conoce mejor que uno mismo? Nadie. Si acaso un doble, un clon o el yo del futuro que ha vuelto a advertirse en pleno ejercicio cuántico. Decidí ser un poco de cada en servicio y favor del auténtico Brühl.
A las ocho de la tarde de ese doce de noviembre me detuve frente a la alfombra roja del Casino de la Exposición, acceso grandilocuente al Teatro Lope de Vega. El edificio se iluminaba de colores fríos, inmensas claquetas velaban a cada lado, focos y plantas completaban el bonito cuadro junto a grupos de personas que llegaban de todas partes y posaban en fotografías. Agradecí no llevar esta vez las mochilas de fotorreportero. Con mi abrigo largo casi lucía elegante. La gente comenzó a entrar sobre y cuarto, el acto estaba programado para y media. Yo me quedé fuera, fascinado por las luces. Un coche blanco casi me atropella dentro de aquel acceso peatonal. Cabreado, me encaré al mismo. Se abrió la puerta de atrás y salió Daniel Brühl con una sonrisa. Buenas noches, me dijo. Lo mismo digo, respondí un poco seco. La educación mínima. Normal que nos confundan.
Daniel atendió como pudo a los admiradores que venían y pedían fotos o un saludo o que les firmase un funko. Yo mediaba entre ellos, como otorgando los pases a Daniel. Primero tú, luego ella, ok, ahora la otra, no, para ti ya no queda tiempo. Con mi actitud decidida, llegamos al vestíbulo bajo la gran cúpula. Más fotos, más saludos oficiales y de los otros. Amplio photocall y yo en organización de periodistas y fotógrafos. Algunos excompañeros me miraban confusos. ¿Qué diablos haces ahí?, parecían preguntar, luego les daba la vez para relacionarse con Daniel y se olvidaban de mí en pos de su trabajo. Una vez superada la etapa, nos internamos por una puerta lateral hacia el interior del teatro, al margen del público. Siempre con la compostura, le vi sonreír a los organizadores que nos cruzábamos. Saludó a unos amigos a los que hice circular rápido, no quería entretenimientos superfluos. Antes de que se internara en el patio de butacas le tomé del brazo para que me atendiera.
Señor Brühl, debo pedirle una cosa que es vital que haga. No se olvide, por favor o habrá consecuencias gravísimas. Sé que es algo de mucha responsabilidad pero conociéndole como le conozco… cumplirá su palabra. Porque cumplirá, ¿verdad? Aquello le inquietó. Hasta ese momento Daniel me miraba desde esa posición entre la broma y el terror. Entonces me metí la mano bajo el abrigo y saqué mi guion, haciéndole entrega del mismo. Él me sonrió y me dijo que se lo leería con atención. Yo le dije que ni se le ocurriese, que no era el destinatario. Le pedí (le ordené, para qué engañarme) que se lo hiciera llegar a Rodrigo Cortés. Estoy casi seguro de que todos los directores de cine están en un mismo grupo de WhatsApp. Se lo repetí y le tranquilicé como pude: Le propondría para el papel protagonista. Aunque igual lo hacía yo mismo, estas cosas nunca se saben. Nos veríamos en el casting. Cuando terminé mi negociación me dijo que tenía tan sólo una pregunta. Oí con buen acento alemán: ¿Pero tú quién eres? Vaya pregunta, le contesté mientras le conducía hacia el patio de butacas. Anunciaban por megafonía que comenzaba el acto de inmediato. De un empujón entró con mi guion en la mano y todos aplaudieron.
Tomé posesión de la butaca de los fotógrafos. Segunda fila, junto al pasillo. Proyectaron un carrusel de escenas de películas en las que Daniel Brühl había trabajado y luego le invocaron para subir y recoger el premio. Rugido de aplausos. Él se levantó desde la mitad del patio de butacas, yo también desde mi segunda fila. Nos miramos. La gente nos contemplaba desde sus asientos, como en un partido de tenis. Cierto era que yo estaba más cerca del escenario, incluso estaba dispuesto a saltar sobre la primera fila si fuese necesario. Daniel me hizo un gesto mínimo hacia el guion que había dejado en la butaca. Creí entender la amenaza, me senté sin prisa. Subió, le dieron el premio, más aplausos, y dijo que recuperar los teatros y cines con aforo completo era tan increíble que quería hacerse un selfie desde allí. Lo hizo, y claro, salgo entre ese fondo de asistentes, con mi acreditación al cuello y pose de guionista, es decir, jorobado y ceñudo.
Next door (La puerta de al lado) es una película magnífica, en formato de “cuarto cerrado”. El otro protagonista, Peter Kurth, está espectacular, en su papel de destructor de la tranquilidad ciega en la que vive su vecino, mera cuestión de venganza. Aquí Daniel hace de Daniel como yo mismo he hecho de Daniel. No entiendo cómo Brühl me ha podido plagiar la idea pero no pude reprochárselo: Tras acabar la proyección, en una nube de aplausos, hizo mutis por un lateral del teatro y no volví a verlo en persona.
El sábado 13 finalizaba esta edición del Festival de Sevilla. Madrugué para colarme sin mucho esfuerzo a la sesión de las nueve de la mañana, sabía que era el día laxo y ni mirarían mi acreditación. Belfast de Kenneth Branagh me pareció elegante desde su blanco y negro, el planteamiento de la tensión creciente en un barrio a causa de grupos de radicales religiosos, la ironía de sus comentarios y la ingenuidad del niño protagonista. Frases memorables como “La sabiduría no suele llegar paseando por el parque, te tiene que explotar el corazón” o “Los irlandeses nacimos para irnos, sino el resto del mundo no tendría pubs”. Humor agridulce, planos inclinados que me recordaron a Orson Welles, vuelta al color de forma selectiva cuando ven obras de teatro o películas.
Al terminar traté de colarme en una proyección que me desconcertaba. Me refiero a Vaca de Andrea Arnold Llegaba tarde pero, balanza del karma, hubo un problema con el proyector y se había retrasado el inicio. Una de las películas más duras de las que he visto en esta 18º edición. Limitándose a filmar a una vaca adulta de granja, número 29 por toda identificación, y a su cría a través de su día a día, consigue, a través de un montaje laborioso, transmitir una empatía que hace pensar. No es una película moralizante, no salí de allí vegano. Sólo muestra hechos, la rutina de granja para estas vacas. Y no se tiene sensación de documental. Todo un logro que me dejó el cuerpo turbado.
Al mediodía ya estaba claro el palmarés. Redoble de tambores: Great Freedom se llevó el Giraldillo de Oro, máximo reconocimiento de este Festival. Me gustó haberla visto en los primeros días. Recuerdo el buen sabor de boca que me dejó. Aunque debo reconocer que estoy disconforme con el premio a la Mejor Película de la Selección EFA: Recayó sobre La peor persona del mundo, aquella comedia noruega que me gustó, sí, pero creo como director (de cine), guionista, fotorreportero, asistente de Daniel Brühl y actor que soy… que debería haberlo ganado El vientre del mar, que, por otra parte, ya lleva dieciocho nominaciones a los Goya. El resto del palmarés no lo discuto. Igual en un futuro acabo incluido en el mismo. ¿Mejor actor revelación? ¿Mejor película? ¿Mejor guion? Seguiré poniendo de mi parte.
En la tarde tenía muchas esperanzas con la película El destino (Al Massir) de Youssef Chahine. Una obra que tenía entendido que sería sobre la persecución de la obra del filósofo Averroes, en pleno Al-Andalus del siglo XII, y las soluciones que desarrollaron sus familiares para que no se destruyera su palabra. Imaginaba una suerte de Ágora sobre la Biblioteca de Alejandría, drama a favor de la cultura y el pensamiento. Me senté en aquella sala oscura y lo que pasó por mis ojos me dejó noqueado. No era lo que esperaba, es una forma amable de introducirlo. La forma menos complaciente sería decir que es una comedia no pretendida. Recostado en mi butaca, reía y me desesperada cada minuto y medio. Creí que molestaría a los vecinos de fila pero comprobé que estaban como yo, en ejercicio de suspiros que todos usamos cuando una broma se alarga demasiado. Para mi memoria, verbigracia la escena en la que un chico atado a una silla no puede resistir las ganas de bailar, se le ponen los ojos en blanco y se desata de puro ritmo.
Acabé el 18º Festival de Cine Europeo de Sevilla como lo empecé. Con mi acreditación de Daniel Brühl al cuello, al fondo de una sala de cine, con una película en blanco y negro en pantalla. En este caso se trataba de Black Medusa, obra de Ismaël y Youssef Chabbi. La muerte está aquí como una presencia constante que acompaña y dirige a la protagonista. La historia de una mujer rota que arrasa con todo hombre que se encuentra a su paso, llevada por terrores y traumas espesos bajo la piel. Aires de psicopatía inducida, métodos extremistas para paliar del mal de este mundo. Recordaba a Una chica vuelve a casa sola de noche. Una proyección perfecta para cerrar este ciclo de películas y encuentros cinematográficos. Un cuento en nueve noches. Un festival en cuatro crónicas.
Qué suerte tenemos con un festival así en la ciudad. Mérito de sus organizadores, agradecimiento a su público. La vida cultural es tan necesaria para la ciudad como mi impostura para colarme en el cine. Quién sabe si el próximo año vengo a presentar mi película. Espero que Daniel cumpla, que Rodrigo cumpla. Yo otra cosa no, pero tozudo… Un espectador activo en su butaca. Lo que el Festival de Sevilla necesita. Ojalá el próximo año nos encontremos todos en sus salas sin mascarillas. Pero tendré que optimizar mi talento como actor. ¿Es un reto? Trato hecho.
Sigue las crónicas literarias de Víctor Vigía sobre el 18 Festival de Cine Europeo de Sevilla, desde «La butaca de El Enmascarado» a través de la Revista 17 Musas.