Leí Los sin nombre con altas expectativas, sabiendo que hay críticos que consideran a Ramsey Campbell como un nuevo clásico del terror, una especie de maestro contemporáneo de la narrativa del horror. Incluso leí frases como «el mayor talento, desde Poe, para comprender una mente enferma», que hay que tener coraje para decirlas. Sin embargo, Los sin nombre (también conocido como La secta sin nombre) quedó lejos de cumplir las expectativas que me había creado.
Y no es que Los sin nombre sea una mala novela: al contrario, tiene muchos aciertos. Nos cuenta la historia de Barbara Waugh, una mujer que ha conseguido rehacer su vida tras la pérdida de su esposo y la posterior desaparición de su hija pequeña, de la cual solo pudieron encontrar su ropa, sobre un cuerpo irreconocible. Barbara se convierte en una exitosa editora, hasta que recibe llamadas de una joven que asegura ser su hija.
Barbara se debate en la duda de si realmente su hija ha podido sobrevivir, y en qué manos. Irá encontrando pistas que le sugieren que la niña puede haber sido raptada por una secta siniestra, que lleva a cabo horrores ante los cuales la Familia Manson parecen pastorcillos de Belén. Sin embargo, de ser cierto, esa secta es hermética: casi no deja pistas, solo se encuentran rumores sobre ella y sus integrantes (si es que existen de verdad) renuncian a sus nombres, por lo cual es casi imposible identificarlos.
Ramsey Campbell elige una novela donde la descripción prima sobre la acción y los diálogos, y en eso acierta. El autor es notable en las descripciones y en la creación de ambientes. Las situaciones terroríficas no se nos cuentan directamente, sino que el autor va generando un ambiente opresivo y cruel. Campbell va guiándonos, a través de sugerencias y una sucesión de hechos que van acumulándose.
Cuando dicen que Campbell es un gran estilista dentro del género, dicen la verdad: su prosa es elegante, y muy superior a la de muchos autores de estilo funcional y rápido, ansiosos por ir a la acción, a las «partes buenas». En este caso, en cambio, el autor toma distancia, propone y encuadra, pero no nos muestra, sino que deja que seamos nosotros quienes creemos el horror en nuestra propia cabeza.
Sin embargo, Los sin nombre desmerece al estructurar la trama. La aparición de Margery, por ejemplo, resulta intempestiva, un personaje que sólo sirve para resolverle problemas al autor y terminar de convencer a Barbara de que está sobre la pista correcta. O que justo estén juzgando a una secta muy similar a Los sin Nombre en Estados Unidos en el momento en que ella viaja, y lo muestren por televisión justo cuando ella la está mirando.
No siempre Campbell construye su trama con la misma elegancia con la que construye ambientes. Lo mismo ocurre con algunos sucesos paranormales que entran y salen sin mayor explicación ni función evidente: el ¿fantasma? del esposo de Barbara, la magia negra de la secta, las capacidades especiales de la hija secuestrada… no se entiende mucho qué hacen ahí, aunque algo hacen, sin duda. Solo que nunca entendemos qué.
Y luego está el final, por supuesto. Cuando la tensión de la trama era máxima, y parece que no hay escapatoria… pues aparece una resolución simplona y por momentos grotesca. Los malos, que parecían invencibles, de pronto se diluyen como por encanto, y la niña corrompida vuelve a ser una niña buena, sin mayor explicación. Cuando todo parecía perdido, se resuelve inexplicablemente y en un par de páginas.
Da la impresión de que Ramsey Campbell no supo cómo resolver su propio laberinto, y terminó acudiendo a una lucha del bien contra el mal, sin desarrollo previo en la novela, sin contexto y totalmente accesorio al desarrollo del libro.
Sumando y restando, creo que leeré pronto otro libro del mismo autor. Porque la exquisitez de la prosa y lo interesante que resulta su exploración de la maldad merecen otra oportunidad. Quizá Los sin nombre no era para mí, o no era su mejor novela.
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