En este tiempo en el que ya estamos, dejadme que vaya a Cuenca, ciudad que me vio nacer hace ya demasiados años y a la que mi alma, por muchas cosas bellas que vea no deja de volver regularmente. Parafraseando a Sinuhé el egipcio, quien ha saciado su sed con agua del Júcar no saciará su sed con otra agua.
El remolino de pájaros nos anunciaba que la risa cantarina e incluso un poco sofocante del verano iba apagándose a medida que su rubia cabellera se iba alejando. Atrás quedaban aquellos paseos en solitario, aquellas visitas encantadoras y aquellos bellos sueños de esperanza. Comenzaba a sentirse ya el melancólico canto del otoño, traído desde países no ya tan lejanos por su compañero inseparable de pies alados.
Dentro de poco se sentiría ya su cabellera castaña, rojiza, dorada, resbalar por los montes, por los campos, por las hoces y por las veredas. La incomparable belleza de su pelo sólo igualada por el precioso canto de su tristeza. Sus lágrimas de plata que aplacarán nuestra sed infinita no tardarán en derramarse mientras que algunos de nuestros corazones llorarán y otros reirán felices.
¡Quien pudiera recibir a tan añorado personaje en su tierra! Sentir allí sus fríos dedos remover su pelo, su aliento refrescando el rostro y pasear entre sus dorados cabellos. Coger de la mano al ser amado y presentarle la más bella ciudad arrebolada al sentir la visita de su amante esquivo y peregrino.
Unos días tan solo durará el extraño fenómeno. Sólo unos pocos tendrán la dicha de contemplarlo. Y cuando el amante con paso sigiloso se vaya despacio, como sin querer hacer ruido, Cuenca perderá su color, quedará pálida y exánime, y durante un tiempo permanecerá postrada a la espera de otra visita, de otro tímido encuentro lleno de éxtasis, ternura y delicado amor.
Si vosotros, paseantes sin prisa, almas románticas estáis allí, permaneced silenciosos entre sus desiertas calles y oiréis las más bellas palabras de amor que se susurran en silencio. Escucharéis los más tiernos elogios y los más sentidos versos que jamás poeta alguno escribiera. Veréis la mejor fusión que jamás existiera entre dos amantes. Sus caricias, su éxtasis, su dicha. Dejad vuestro espíritu libre de prejuicios y oiréis cantar la más bella de las canciones.
Dichoso el que pueda escucharla y sentirse elevado por ella. Porque ya no le parecerá el otoño triste y melancólico. Ya no será una época para el recuerdo sino para la esperanza. La esperanza de volver a encontrarla durante la próxima visita.
Es cierto que en Semana Santa se ve al pueblo de Cuenca gritar su dolor con un grito unánime y descarnado. La ciudad también se presta a ello. El Miserere danza entre las piedras conmoviendo al más insensible. Pero escuchad el canto de amor que Cuenca dirige a su amante. Cantad con ella pueblo de Cuenca y que San Mateo no signifique el fin de una fiesta sino el comienzo de una historia de amor interrumpida.
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