martes, diciembre 3, 2024
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Los ángeles azules de Berlín y los cabarets de Stuka

Los ángeles azules de Berlín y los cabarets de Stuka, es el cuarto artículo de una serie que dedicaré a los escenarios, los personajes y la atmósfera de mi novela Stuka.

El Berlín del verano olímpico de 1936 y los últimos cabarets, la capital del Tercer Reich en los días del derrumbamiento del régimen nazi, asediada la ciudad por el Ejército Rojo en 1945, los pueblos escalonados del Alto Maestrazgo y un epílogo inquietante en el aeródromo de La Virgen del Camino son algunos de los lugares donde transcurre la trama de Stuka, una novela sobre la identidad sexual y la violencia que sufren las mujeres en tiempo de guerra, más allá de la historia negra de un bombardero.

Os invito a hacer conmigo este recorrido.


Los ángeles azules de Berlín y los cabarets de Stuka

Mucho antes del famoso cruce de piernas de Sharon Stone en Instinto básico existió Marlene Dietrich en El ángel azul. Y los cabarets de Berlín.

Abolida la censura durante la República de Weimar, los locales nocturnos de la capital alemana se convirtieron en escenarios de libertad, política y sexual, o de libertinaje en opinión de los escandalizados burgueses a los que no divertían ni las sátiras, ni las pantomimas, mucho menos las coreografías atrevidas, eróticas, provocadoras que se programaban cada noche. Pero todo eso cambió con la llegada de los nazis.

Objeto de burla, de escarnio, de mofa en los escenarios cuando solo eran un grupo de fanáticos con uniformes de asalto y esvástica en el brazalete, los nazis acabaron con el esplendor de los cabarets que había hecho famosas las noches de Berlín, especialmente después del éxito de la película de Joseph von Sternberg, del personaje icónico de Lola-Lola y de las piernas interminables de Marlene, que lo interpretaba en un glamuroso blanco y negro. La nueva Alemania no necesitaba travestidos, ni degenerados, ni pervertidos, ni lenguaraces, ni sátiros. Tampoco bailarinas seductoras. Ni faldas cortas. Al menos de puertas afuera.

Y lo mismo ocurría con esos ritmos extranjeros, el jazz, música de negros, y el swing, tan espontáneo, tan alejado de las canciones arias, de la música perfecta que resumía el espíritu ordenado del Tercer Imperio, el Reich que iba a durar mil años. Estaban sentenciados. Por algo había un Ministerio de Ilustración Pública y de Propaganda, dirigido por el genio infame de Joseph Goebbels, que debía dar forma al nuevo ideario en la conciencia popular.

Goebbels, el hombre que iba a aprovechar el escaparate de los Juegos Olímpicos para presumir ante el mundo del nuevo orden alemán, ya había cerrado locales tan populares como el Die Katakombe, convertido en refugio de opositores, cuando en el verano de 1936 Berlín se llenó de extranjeros. Atletas, periodistas, turistas, curiosos, llegaron a la ciudad aquel año para participar o presenciar los Juegos.

Y entre ellos cuatro pilotos de la nueva Luftwaffe que aterrizan en el viejo aeropuerto de Tempelhof en un avión correo, invitados al espectáculo. Pilotos como el protagonista de Stuka, Heiko Weber, que trabaja en el desarrollo del nuevo modelo de bombardero en picado de la fábrica Junkers en Dessau y se va a tomar un respiro en la capital del Reich. Y de paso visitar a su amante, una artista que, literal y simbólicamente, se mueve constantemente entre tiburones.

A través de Heiko, personaje de ficción trasunto de otros aviadores reales, la novela traza un recorrido por los últimos cabarets de Berlín durante la tregua que supuso el verano olímpico.

Visitaremos lugares como el Quartier Latin, el local más elegante y más caro de Berlín, donde no faltan jerarcas nazis entre sus clientes y donde es imprescindible vestir un esmoquin para atravesar el umbral. Beberemos Calvados (licor normando y uno de los símbolos más sutiles de la novela) junto a Heiko Weber, frustrado porque no sabe quién es, porque no da con su amante, porque se siente atraído por los camareros y los travestidos, porque en el fondo disfruta en un ambiente que debería provocarle náuseas.

Con él beberemos en lugares míticos, lugares desaparecidos, como el Ciro Bar o El Sherbini, con su decoración art decó, que también exigía traje oscuro para franquear la puerta a sus clientes y que tan bien ha retratado Oliver Hilmes en su ensayo Berlín, 1936, Dieciséis días de agosto, que es el tiempo que duraron las competiciones olímpicas.

Teatro Wintergarten, Berlín
Teatro Wintergarten, Berlín. Wikimedia.

Y con Heiko, finalmente, nos sentaremos en el palco del legendario Teatro Wintergarten, un clásico que cuarenta años atrás había acogido las primeras proyecciones del cinematógrafo y que no sobreviviría a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. El Wintergarten, con su firmamento de bombillas eléctricas, su techo de constelaciones, adornada su fachada en la céntrica Friedrichstrasse con esvásticas y banderas olímpicas.

Un año después del paréntesis de los Juegos, Goebbels, el omnipresente, prohibía toda sátira, toda manifestación política en los espectáculos alemanes. Los últimos cabarets languidecieron. Los cruces de piernas quedaban reservados de puertas para adentro. Los ángeles azules hacía tiempo que habían emigrado a América.


 

Portada Stuka Carlos Fidalgo Algaida Novela
Portada de Stuka, la nueva novela de Carlos Fidalgo Editorial Algaida.

Stuka, la novela de Carlos Fidalgo, coordinador del departamento de Periodismo de Espacio 17 Musas, ha sido galardonada con el Premio Letras del Mediterráneo de Novela Histórica que concede la Diputación de Castellón. Ha sido editada en formato digital y papel, puedes consultar donde está disponible en la página web de Algaida Novela.

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