Stuka, la sombra de un avión siniestro, es el primer artículo de una serie que dedicaré a los escenarios, los personajes y la atmósfera de mi novela Stuka.
El Berlín del verano olímpico de 1936 y los últimos cabarets, la capital del Tercer Reich en los días del derrumbamiento del régimen nazi, asediada la ciudad por el Ejército Rojo en 1945, los pueblos escalonados del Alto Maestrazgo y un epílogo inquietante en el aeródromo de La Virgen del Camino son algunos de los lugares donde transcurre la trama de Stuka, una novela sobre la identidad sexual y la violencia que sufren las mujeres en tiempo de guerra, más allá de la historia negra de un bombardero.
Os invito a hacer conmigo este recorrido.
Stuka, la sombra de un avión siniestro
El Stuka fue un avión siniestro. Una máquina de matar, diseñada para hacer daño. Un bombardero que se dejaba caer en picado como un ave de presa. Y desde 1939, cuando las estrenó durante el ataque al puente de Dirchau sobre el río Vístula en Polonia, también un ingenio que aterrorizaba a las víctimas de sus bombardeos haciendo sonar sus estruendosas sirenas, popularmente conocidas como las trompetas de Jericó.
El Stuka fue un avión macabro, con sus alas de gaviota invertida y su tren de aterrizaje carenado. Infundía miedo a sus víctimas en tierra y respeto a sus rivales en el aire. Aunque después de su éxito en la campaña polaca se demostraría que era un bombardero vulnerable –en la Batalla de Inglaterra sufrió de lo lindo con los rápidos Spitfire y los Hurricanes de la RAF inglesa-, hasta el verano de 1940 su leyenda estaba intacta. Esa reputación de depredador había comenzado a fraguarse en España, durante la Guerra Civil, cuando los primeros Stuka se integraron en la Legión Cóndor que bombardeó Teruel y después los pueblos del Alto Maestrazgo durante el avance del ejército de Franco hacia el Mediterráneo para partir en dos el territorio de la República.
El Stuka era un mal pájaro. Casi un demonio con pernos de acero y fuselaje de duraluminio en la novela que he escrito. Y el origen de esta historia galardonada con el Premio Letras del Mediterráneo de Novela Histórica se encuentra en mi fascinación por una novela corta de Joseph Conrad, el autor de El corazón de las tinieblas, y de Lord Jim. Una nouvelle que tituló La Bestia y que narra la historia de un barco terrible, una máquina ominosa que asesinaba a su tripulación provocando extraños accidentes durante una travesía.
Y el Stuka de mi novela tampoco parece de fiar.
Fogueado en España, el Junker 87, ese es su nombre de fábrica, todavía es un avión de recuerdo tenebroso en pueblos como Benassal donde en mayo de 1938 y en sucesivos ataques de la Legión Cóndor, también con bombarderos Heinkel, murieron más civiles que militares.
Aquellos bombardeos todavía son objeto de polémica, sobre todo en Castellón, donde hay quienes los comparan con lo ocurrido en Guernika y quienes insisten en que no hubo ensañamiento y todo fue una acción de guerra durante el avance del frente. Pero lo que nadie puede negar es que el régimen nazi envió el Stuka a España para probarlo en una guerra real y testar el impacto de sus poderosas bombas de 500 kilos, que ya había ensayado en Alemania.
Cuando en la primavera de 1939 la Legión Cóndor dejó España, cuando Franco y Wolfram Von Ritchthoffen, primo del célebre Barón Rojo, despidieron con honores a los aviadores alemanes en el aeródromo leonés de La Virgen del Camino, el Stuka estaba preparado para matar. Y lo hizo, erigido en el emblema de la Luftwaffe durante la campaña polaca.
El Stuka se fabricó entre 1937 y 1944 en los hangares del aeropuerto de Templehof en Berlín, hasta que se quedó definitivamente obsoleto, convertido en un blanco fácil en el momento en que la aviación alemana perdió la superioridad aérea. Sus últimos vuelos en el Frente del Este lo vieron renacer como arma antitanque. Equipado con un cañón en su morro de escualo, pilotado por ases como Hans-Ulrich Rudel, a aquel avión lo llamaban el cascanueces porque reventaba el blindaje de los carros blindados.
El Stuka fue un avión terrible. Como todas las máquinas de guerra que tienen éxito. Un símbolo de la barbarie. Y en esta novela, la estela que deja en los cielos de Dessau, durante sus primeros vuelos, en los de España, en plena Guerra Civil, y en los de Ucrania, pasado su esplendor, es el hilo del que tira la trama. Pero Stuka es algo más que la historia de un diablo sin domesticar. Algo más que una historia de terror ominosa.
En Stuka hay un latido más profundo. El de sus víctimas y las víctimas de todas las guerras. La identidad sexual y la violencia añadida que sufren las mujeres en los conflictos son dos de los temas de fondo que entretejen la novela. Pero de eso, de sus personajes de ficción y los que existieron de verdad, de los escenarios reales –el Berlín de los cabarets canallas y del verano olímpico, y el del hundimiento nazi, la primavera violenta que vivió Benassal en 1938 o el mezquino desfile de la victoria en el aeródromo de La Virgen del Camino en 1939– y del verdadero corazón de la novela os hablaré en nuevas entregas. Mientras tanto, echad un vistazo al cielo de vez en cuando.
Stuka, la novela de Carlos Fidalgo, coordinador del departamento de Periodismo de Espacio 17 Musas, ha sido galardonada con el Premio Letras del Mediterráneo de Novela Histórica que concede la Diputación de Castellón. Ha sido editada en formato digital y papel, puedes consultar donde está disponible en la página web de Algaida Novela.
Carlos me ha gustado mucho tu texto me ha servido de puzle para ir añadiendo trozos de historia que mi padre me explicaba de la guerra el era un adolescente que nació en León pero como otros muchos de sus contemporáneos preferían callar a contar lo que vivieron y vieron.
Tu libro ya forma parte mi lista de libros que he de leer
Esos míticos aviones que menciona el artículo, salvo el stuka, los he visto volar y he volado en ellos en la Base Aérea de Gando , en el Ala 46 del Ejército del Aire.
Qué recuerdos!. El mismo Heinkel 111 , apodados «Pedros», con el que volé varias veces a El Aiun, ( Sáhara Español) lo vi expuesto en el museo de Aviación de Hendon, al norte de Londres. Me emocionó a punto de lágrima.