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Benjamín Prado y la rosa de Galdós

Benjamín Prado «Cambia el silencio por lo nunca dicho». Miércoles 17 de junio de 2020. Espacio 17 Musas. Recuerdo que también fue un 17, de mayo, de hace dos años, cuando le puse rostro y voz a Benjamín Prado. Pero las casualidades matemáticas se las dejamos a Javier Sierra. En aquel momento, Prado, no Sierra, presentaba su novela Los treinta apellidos.


En este 2020, lejos de hablar, a su público, de su obra, el IBEX, la transición o de Kissinger y el atentado a Carrero Blanco, ha centrado su discurso en el poema, en los silencios, en la combinación exacta de palabras para que “mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla” no pueda ser sinónimo, si cambiamos infancia por niñez, limonero por naranjo, de los sublimes versos de Machado.

Benjamín Prado Cambia el silencio por lo nunca dicho

 

Entonces, en 2018, Benjamín Prado hizo hincapié en su relación con Rafael Alberti, mencionó a su Juan Panadero, y ahora, en “Cambia el silencio por lo nunca dicho” ha vuelto a referirse a Alberti, a Neruda. Ha mencionado a Ángel González, Cervantes, Aristóteles, Blas de Otero, Benito Pérez Galdós (cuyo centenario habremos de celebrar), Flaubert, Paul Valéry, T.S. Elliot, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca.

Además de insistir en la importancia de escuchar la música de las palabras, la definición de poema como una emoción reelaborada en calma, Benjamín ha incluido en su lista de autores que le gustan “porque escriben bien” a Bob Dylan, Serrat, Sabina, Patti Smith, Leonard Cohen…

Durante unos minutos, he sentido la necesidad de pausar el vídeo, de asimilar qué estaba escuchando, de buscar esas imágenes insospechadas, esa magia, misterio, emoción, música, revelación, que cada poema, de los que no son irrelevantes, contiene.

He buscado releer Poeta en Nueva York y el Romancero Gitano. He querido escribir luchando porque las cosas sean verosímiles, creando el hechizo por el que creo en los monstruos mientras leo a Frankenstein. He deseado conseguir que leerme sea como abrir los ojos bajo el agua y así apreciar otro ritmo, otros colores, otro silencio, sentir el cambio de elemento.

Ahí, mientras me debatía entre si soy poeta porque veo más de lo que miro, o no lo soy porque miro más de lo que veo, he querido pedirle a Benjamín Prado que me hablara de él.

Tres poemas ha leído de su autoría: Cuestión de principios, Una ventana tiene más vidas que un espejo y Punto Final, pero ni siquiera la anécdota del perro que ladre a los desconocidos me ha hecho sentirle cercano.

De nuevo, como cuando presentó su novela, he sentido que Benjamín Prado hace gala de acervo, que ilustra muy bien el contexto, histórico en aquel caso, poético en esta ocasión, pero que se mantiene al margen, que…

—Espera, musa de pacotilla, no estarás pensando en incluir en tu crónica una valoración negativa…

—He de ser sincera, y si pienso que podría mostrar más cercanía y no resguardarse tras una retahíla de nombres ilustres que avalen su definición de qué es un poema…

—Piénsatelo mejor, anda, y sé prudente, que tampoco ha estado frío ni distante. Recuerda que ha dicho que va corriendo a casa a releer ese poema, libro o autor, que también ha emocionado a alguien muy distinto a él, con quien no se tomaría un café aunque le apuntaran con un kalashnikov.

Las dudas. (¿Eternas?). Sobre si pedirle a Benjamín Prado que nos muestre quién es, cómo sale del atolladero cuando un verso no encaja, cuando el texto no fluye. En qué medida ese cambio de realidad, esa percepción que cambia sobre una misma poesía, le perturba o le apasiona. Repite que estamos hechos de palabras, que tenemos la necesidad de contar historias y de que nos las cuenten.

A mí, como discípula, me gustaría que me contara la suya, que me narrara cómo construye, cómo combina, qué le motiva y le inspira, quiénes son sus musas. Si se siente agricultor, si es de los inconformistas, si sus poemas cuentan su historia, si sus lectores le han transmitido que las suyas también lo hacen.

Quizá lo que me haya pasado con esta masterclass de Benjamín Prado es que es un poeta de los que será citado por los noveles, y que, como a él, a mí “los poemas que ofrecen respuestas no me gustan tanto como los que suscitan preguntas”.

Sus palabras, su media sonrisa, los reflejos del sol entrando y ocultándose por la ventana en un atardecer de mediados de junio, me invitan a leer, a indagar, a querer saber si en sus versos está esa gota de perfume, de la rosa de Galdós, que a ambos nos conmueve.


Si quieres puedes leer más artículos de Susana Juan, la Infiltrada o buscar en el calendario de eventos de Espacio 17 Musas la próxima masterclass

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